15 de octubre de 2007

John Reed, el cronista que conmovió al mundo

John Silas Reed, el periodista norteamericano universalmente famoso por su obra "Diez días que conmovieron al mundo" había nacido en Portland, Oregon, el 22 a octubre de 1887, y murió tres días antes de cum­plir los treinta y tres años, el 19 de octubre de 1920 en Moscú, Unión Soviética. Reed contrajo el tifus en el Cáucaso y su organismo, ago­tado por el trabajo incesante en condiciones difíciles, no lo pudo resistir.
Su amigo y colega Albert Rhys Williams, que lo acompañó en la recorrida del frente de guerra en el Este, las vísperas de la revolución bolchevique, ha recordado que fue justamente en Portland donde por primera vez los estibadores norteamericanos se negaron a cargar materiales de guerra para él ejér­cito blanco de Kolchak, que combatía contra la re­volución.
Reed, sin embargo, no pertenecía a la clase obrera, sino a una familia en pleno ascenso económico y su padre poseía -en común con tantos norteamerica­nos- una fe profunda en la democracia política y en la igualdad social. Se sintió siempre un pionero del Oeste, rudo y franco, confiado en su fuerza y en su trabajo. Para su hijo John, eligió una enseñanza superior y de este modo el futuro cronista de la revo­lución mexicana y de la revolución rusa, cursó sus estudios en la Universidad de Harvard. John Reed maduró en aquella casa de estudios reconocida por ser una ciudadela de la oligarquía financiera norteame­ricana. Allí se reveló, por un lado, como un escritor incisivo dirigiendo la hoja satírica interna "Lampeón", y por otro, como un radical, que llegó a fundar un Club Socia­lista universitario.
Al graduarse en 1910, su exitosa carrera de periodista es­taba perfilada, porque al talento natural unía una cualidad poco común entonces: la de ser justamente un egresado de Harvard. Williams dice que Reed "siempre, como un petrel, llegaba a tiempo a cualquier lugar donde sucedía algo importante". La huelga de los obreros textiles en Peterson, que más tarde llevaría al teatro, tuvo en Reed un magnífico cronista. Poco después, fue la sublevación de los obreros de Rockefeller, en Colorado, que se alzaron contra la policía interna de la empresa, los que contaron con el periodista Reed a su lado.
Prontamente inició su carrera como periodista para una publicación socialista y fue organizador de la agrupación sindicalista International Workers of the World (IWW) durante la Depresión. Más tarde, cuando participó de la fundación del Partido Socialista de los Estados Unidos, Reed rápidamente se volvió un heroe entre los intelectuales radicales de este país.
Pero fue en 1911 cuando Reed acometió una gran empresa, la de cabalgar junto a Pancho Villa por el México insurgente que luego relataría magistralmente, con sus peones rurales en armas, su heroísmo ejemplar, sus canciones junto a las fogatas de los campamentos y sus hombres descalzos capaces de luchar hasta morir por su tierra y su libertad. El extenso reportaje a la revolución mexicana, publicado primero en la revista "Metropolitan" y más tarde en forma de libro, convirtió a Reed en uno de los periodistas más sobresalientes y populares de Esta­dos Unidos. Reed no cedió, sin embargo, a la ten­tación de la fama y la riqueza fácil; por el contrario, aprovechó del prestigio de su firma para denunciar en campañas de prensa espectaculares la rapiña de Rockefeller y de la Standard Oil dentro de los Estados Unidos.
Al estallar la Primera Guerra Mundial, Reed fue enviado a Europa, y desde allí cubrió los frentes de Francia, Alemania, Italia, Turquía, los Balcanes y, finalmente, Rusia. El corresponsal de guerra Reed hizo lo que su conciencia le ordenaba: denunció por igual los crímenes de ambos bandos, la hipocresía de quienes afirmaban luchar por la democracia, la crueldad de los militaristas de la Europa Central y la responsabilidad de unos y otros en la masacre.
En 1916, el gobierno zarista lo encarceló algún tiempo, descontento con los artículos donde Reed revelaba la corrupción del ejército ruso y la organización de los progroms para descargar sobre un presunto culpable la frustración de un pueblo de millones. "¡Qué vivo resucita en mi memoria -escribe Albert Rhys Williams- mi viaje con John Reed y Boris Reinstein al frente de Riga en setiembre de 1917!. Nuestro automóvil se dirigía hacia el sur, a la zona de Venden, cuando la artillería alemana empezó a cañonear una aldea del lado oriental. ¡De pronto esta aldea se se convirtió para Reed en el lugar más interesante del mundo!. Insistió en que fuéramos allá. Avanzábamos cautelosamente, cuando de pronto un poderoso proyectil explotó detrás de nosotros, y el sector de la carretera que acabábamos de recorrer voló por el aire dejando una negra columna de humo y polvo. Asustados, nos abrazamos febril­mente unos con otros, pero al cabo de un instante John Reed resplandecía ya de júbilo. Sin duda, ha­bía satisfecho un reclamo de su naturaleza interior".
El temerario corresponsal de guerra, sin embargo, advirtió las causas profundas de la guerra mundial, y durante una corta etapa de regreso en los Estados Unidos, participó de la campaña neutralista contra la entrada de su país en la conflagración. Escribió e intervino en asambleas públicas con el grupo de la revista "The Masses". Explicó a los norteamericanos que hacían bien de horrorizarse con los campos de prisioneros zaristas, pero que harían todavía mejor si volvían la mirada hacia su propia tierra, y repa­raban en lo que se estaba haciendo en nombre de la Democracia. La represión contra los mineros, en Colorado le pareció más sangrienta que los fusilamientos del Lena, en Siberia. Reed descri­bió detalladamente de qué modo los campamentos de mineros sin trabajo, que habitaban con sus fami­lias en carpas de lona, habían sido atacados con armas de juego, rociados con nafta e incendiadas las tiendas y asesinados al huir hombres, mujeres y niños. La indignación de Reed, vibró: "Es usted, Rockefeller, es usted, son sus minas, son sus bandi­dos a sueldo, son sus soldados. Ustedes son unos asesinos".
Una operación, como consecuencia de la cual que­dó con un riñon de menos, lo eximió del reclutamento militar, pero Reed hizo la promesa de entre­gar su vida a la revolución social en los Estados Unidos. En el verano de 1917 marchó a Rusia, donde se gestaba la revolución. Acompañó las columnas de soldados y obreros en armas, asistió a las sesiones de los consejos revolucionarios y acumuló una formidable colección de documentos: proclamas, folle­tos, carteles y pasquines. "Sentía una pasión singular por los carteles -recordaría años después su amigo Williams-. Siempre que aparecía un nuevo cartel no vacilaba en arrancarlo de la pared si no lo podía conseguir de otro modo. En aquellos días se edi­taba una infinidad de carteles y tan rápidamente que resultaba difícil encontrar un sitio libre en los muros. Los carteles de los kadetes, socialistas revolucionarios, mencheviques y bolcheviques se pegaban uno encima de otro en capas tan gruesas que una vez Reed arrancó una porción de dieciséis carteles juntos. "¡Mira!, ¡De un tirón levanté a toda la revolución y la contrarrevolución!', comentó alegre­mente".
Su libro "Diez días que conmovieron al mundo" fue escrito en pocas semanas, en un pequeño departamento de New York, pero tardó algo más en editarse, pues la oficina del editor Horace Liveright fue asaltada en seis oportunidades. Finalmente apareció, y recorrió el mundo entero. Lenin declaró: "Recomiendo esta obra con toda el alma". Al volver a los EEUU es expulsado del Partido Socialista por sus ideas radicales y participa en la fundación del Communist Labor Party. Cuando el gobierno ordena su captura por ser comunista, Reed regresa a Rusia en 1919, donde busca el reconocimiento oficial de su partido por la Comintern y participa en el famoso Congreso de los Pueblos de Oriente en la ciudad petrolera de Bakú. Fue entonces cuando lo sorprendió la enfermedad y casi enseguida murió.
Fue en­terrado en la Plaza Roja de Moscú, junto a la muralla del Kremlin como héroe de la Revolución.