11 de enero de 2008

Salud cultural o salud financiera, ésa es la cuestión

En el muy prestigioso periódico financiero neoyorquino "The Wall Street Journal" -que desde 1889 es el medio gráfico emblemático en materia de prensa económica- apareció hacia fines del año 2007 una nota en la que un cronista especializado expresa su preocupación por la actual marcha de la economía mundial.
Dice allí que a los inversionistas les gustaría que las actuales turbulencias financieras no fueran más que una repetición de la cri­sis informática del año 2000, aquella por la que inversionistas y ban­queros se preocuparon ante la posibilidad de que las computadoras dejaran de funcionar en el momento en que llegara el nuevo año, por lo que acumularon grandes cantida­des de efectivo. En aquel entonces, los bancos centrales tuvieron que inyectar fondos a los mercados para impedir un congelamiento del sistema financiero hasta que, en la madrugada del 1 de ene­ro de 2000, el tema perdió importancia.
La historia se está repitiendo en la actualidad, aunque ahora los bancos acumulan efectivo para apuntalar sus balances y cuadrar sus cuentas. Los bancos centrales han vuelto a inyec­tar enormes cantidades de dinero para que los mercados sigan funcionando. Por esa razón, los inversionistas esperan que los paralelos continúen y los mercados vuelvan a la normalidad. El riesgo es que mientras toda esta situación se decanta, la economía mundial en general y la estadounidense en particular, entre en recesión.Hay cuatro áreas en las cuales los in­versionistas concentran habitualmente su atención en busca de señales de un deterioro o una mejora de los mercados. La primera de ellas es la di­ferencia entre las tasas de referencia de los bancos centrales y las tasas que los bancos cobran por prestarse dinero entre sí. Mientras mayor es la diferencia ("spread" en la jerga financiera) mayor es la renuencia de los bancos a prestar­se entre ellos. Habitualmente, cuando esa diferencia se amplía, tanto el Banco Central Europeo como la Reserva Federal de Estados Unidos suelen inyectar enormes cantidades de dinero para conservar la "salud" del sistema.
El segundo factor a tener en cuenta son -precisamente- los bancos centra­les, en cuanto a si éstos renuevan o no los créditos a corto plazo. Es corriente que, para evitar trastornos, esos créditos se mantengan el tiempo que sea necesario para aliviar las presiones en los mercados de financiamiento de corto plazo.
Otro aspecto a considerar son los papeles comerciales (los respaldados por hipotecas, por ejemplo), que constituyen el mercado de deuda de muy corto plazo. Cuando este mercado se reduce, a menudo los bancos se ven obligados a comprar los papeles, lo que les da otro motivo para acu­mular efectivo. Por último, está el tema de las ganancias. Cuando los bancos empiezan a divulgar los resultados de sus balances, las cifras son seguidas con suma atención por los inversionistas y si éstas no son todo lo buenas que se esperaba, las turbulencias en el sistema financiero se hacen sentir con mayor intensidad.
Según los analistas económicos del FMI, el crecimiento mundial conserva el vigor a pesar de las crisis, y se cree que los grandes bancos disponen de capital suficiente para absorber las pérdidas. Aun así, existe una cierta desaceleración en la economía global y se augura que las implicaciones de este periodo de convulsión serán importantes y profundas, sin entrar en más detalles.
El filósofo francés Blaise Pascal (1623-1662) escribió en sus "Pensées" (Pensamientos), obra publicada póstumamente en 1670: "Nuestros sentidos no perciben nada en extremo. Demasiado ruido nos ensordece. Demasiada luz nos deslumbra. Las cantidades extremas son nuestras enemigas. Ya no sentimos, sufrimos".
El dinero penetra en todo el mundo, esta es una realidad contemporánea sofocante. El dinero ha sido siempre una parte importante de las culturas pero hoy se ha convertido en el medio principal por el que se organiza la vida de los individuos. En Estados Unidos -cabeza indiscutible del sistema financiero mundial- existe una especie de puritanismo, por el que la gente cree que el dinero es sucio a la vez que está interesada en ganarlo. Esta cultura norteamericana está gobernando el mundo, tanto por su poder militar como por el financiero. Muchas culturas están perdiendo ciertos valores porque se ven obligadas a jugar este juego. La gran dificultad para esos países consiste en cómo mantener su propia identidad sin perderla por participar de ese juego globalizador. Por otro lado, si lo que hace Estados Unidos lo dejase de hacer hoy, mañana lo haría -por ejemplo- China.
El tiempo real parece ser el marcado por el dichoso mercado. François Marie Arouet "Voltaire" (1694-1778) el notable filósofo francés, afirmaba en su "Dictionnaire philosophique" (Diccionario filosófico, 1764) que: "en los siglos XIII, XIV y XV, Roma era la que disponía de más dinero contante y sonante, porque era la que cobraba de todo el mundo católico. En dichos siglos la Europa en masa enviaba su dinero a la corte romana a cambio de rosarios benditos, indulgencias, dispensas, confirmaciones, exenciones y bendiciones. Los venecianos no vendían nada de todo eso, pero comerciaban con todo el Occidente fundamentalmente con la pimienta y la canela. El dinero que no iba a parar a Roma, lo recogían los venecianos, ganando también algo los toscanos y los genoveses. Los demás reinos eran pobres en dinero contante".
Ya se sabe como terminó el imperio Romano en 1453. Si bien nadie puede asegurar nada, es bastante cierto que la historia suele repetirse. En 1852, Karl Marx (1818-1883) escribió "Der achtzehnte Brumaire des Luis Bonaparte" (El 18 Brumario de Luis Bonaparte) en cuyo encabezamiento dice así: "Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa".
Hoy, cuando parece que el objetivo de la política económica debe ser el de asegurar las ganancias en los mercados financieros bajo el supuesto de que la economía real podría colapsar como producto de la crisis, los antiguos objetivos clásicos -el crecimiento y la distribución del ingreso- se han convertido en meras variables de ajuste para preservar la confianza de los inversores. Lo evidente y preocupante es que la economía real está generando niveles de exclusión cada vez mayores que parecen difíciles de compatibilizar no ya con el objetivo de la equidad social sino con el de construir una sociedad pacífica e integrada a nivel mundial. Dicho de otro modo, la crisis crea un problema nuevo para un sector importante de la sociedad, pero, para otro, lo que hace es agudizar un problema ya existente antes de la crisis. La sociedad mundial globalizada está frente a un desafío sobre el que no parece haber demasiada conciencia: la distribución de ingresos a nivel mundial es cada vez más regresiva y millones de personas quedan cada vez más desprotegidas, cuando no excluidas, frente a las necesidades básicas de subsistencia. La problemática del empleo, por su parte, se ha hecho insoluble en términos tradicionales, mientras los cuantiosos excedentes que genera la economía mundial y que aceleran su concentración, se vuelcan en un mercado financiero que crea ganancias para pocos durante algún tiempo y pérdidas para casi todos en un lapso mucho más corto y, sin duda, mucho más dramático.
Wilhelm Reich (1897-1957), aquel médico austríaco discípulo de Sigmund Freud (1856-1939), que terminó sus días en manos del sádico senador Joseph McCarthy (1908-1957) y sus sicarios dijo en una oportunidad: "Hacer del dinero el contenido y el objeto de la vida contradice todo sentimiento natural. Yo estaba convencido de que la felicidad cultural en general, y la felicidad sexual en particular, constituían el contenido mismo de la vida y debían ser la finalidad de toda empresa social práctica. Todo el mundo me contradecía". Medio siglo después, se lo sigue contradiciendo. Así están las cosas.