28 de febrero de 2008

Francis Scott Fitzgerald, en algún lugar del paraíso

Cuando finalizó la Primera Guerra Mundial, surgió en Es­tados Unidos un conjunto de narradores desilusionados y rebeldes, fuertemente individualistas y tan apasiona­dos y desenfrenados que la escritora estadounidense Gertrude Stein (1874-1946), quien residía en Francia desde 1903, los denominó "la generación perdida".
Gertrude Stein causó un gran impacto en la cultura del siglo XX, tanto por su personalidad como por su papel de mecenas de las artes y su propia producción literaria. En su casa parisina se reunían con frecuencia Ernest Hemingway (1899-1961), Sherwood Anderson (1876-1941), Thornton Wilder (1897-1975), John Dos Passos (1896-1970), Ezra Pound (1885-1972), Erskine Caldwell (1903-1987), William Faulkner (1897-1962), John Steinbeck (1902-1968), Ring Lardner (1885-1933), Nathanael West (1903-1940), James M. Cain (1892-1977) y Horace McCoy (1897-1955). Casi nada...
También acudía un joven de modales ampulosos y refinados de quien Hemingway dijo en "A moveable feast" (París era una fiesta, 1964): "Su talento era tan natural como el dibujo que forma el polvillo en un ala de mariposa. Hubo un tiempo en que él no se entendía a sí mismo co­mo no se entiende la mariposa, y no se daba cuenta cuando su talento estaba magullado o estropeado. Más tarde tomó conciencia de sus vulneradas alas y de cómo estaban hechas, y aprendió a pensar pero no supo ya vo­lar, porque había perdido el amor al vuelo y no sabía hacer más que recordar los tiempos en que volaba sin esfuerzo".
Se refería -claro está- a Francis Scott Fitzgerald, quien había nacido en Saint Paul, Minnesota, en el oeste medio norteamericano, el 24 de septiembre de 1896, en una familia de ascendencia irlandesa. Gracias a la ayuda económica de una tía pudo ir a estudiar a Princeton. Entre tanto la Primera Guerra Mundial iba, lenta y agotadoramente, finalizando. En el otoño de 1917, como segundo teniente en el Ejército Re­gular, hizo entrenamiento militar y, mientras escribía los fines de semana, sirvió como ayudante de campo en Alabama. Y entonces sucedió que un día, en un baile en Montgomery, se enamoró de la hija de un juez, Zelda Sayre, "la chica más linda de Alabama y Georgia" que tenía 18 años. Se comprometió con ella pero el casamiento no se haría hasta que Scott contara con los recursos imprescindibles para mantenerla.
Relevado de sus obligaciones militares, se fue a New York a buscar trabajo. Mientras se mantenía preca­riamente con el magro sueldo de una agencia de publi­cidad, en 1918 ofreció a la editorial "Charles Scribner's Sons" su primera novela, "The romantic egoist" (El egoísta romántico), que fue rechazada. Así también sucedió con los cuentos que enviaba a las revistas. Aun tratando de ahorrar dinero, no lograba progresar, por eso, previsoramente, Zelda rompió el compromiso. "Fitz­gerald pidió prestado a sus compañeros de estudio -dice la ensayista argentina Susana Cella en "Nota preliminar a algunas historias de la era del jazz" (1994)-, estu­vo borracho tres semanas y luego se fue a su ciudad natal para reescribir la despreciada novela de un hombre muy joven, hecha de materiales muy heterogéneos, pero unificados por una voz muy particular, una voz que representaba la de su generación".

La novela, ahora con el nombre de "This side of paradise" (A este lado del paraíso), fue publicada el 26 de marzo de 1920 y se convirtió en una de las más vendidas de ese año. Inmediatamente revistas como "Saturday Evening Post", "Collier's Magazine" y "Esquire" demostraron un creciente interés por publicar los cuentos de Scott y se los pagaron muy bien.
Este temprano éxito estuvo en directa relación con las expectativas, modos de actuar y proyectos de los jóve­nes de entonces. "Tanto se conjugaba el mundo imagina­rio que Scott desplegaba en sus historias con lo que el pú­blico sentía y esperaba -continúa Cella- que el mismo Scott comenzó a creer que en realidad tenía la cualidad de representarlos y aun de fijar parámetros de conducta". Años después, el propio Scott recordaría que seguía agradecido a aquella época porque "lo aburrió, lo halagó y le dio más dinero del que jamás había soñado, simplemente por decirle a la gente lo que sentía". Por fin se casó con Zelda en New York, el 3 de abril de 1920, en la rec­toría de la Catedral de Saint Patrick. Comenzaba una nue­va era y el matrimonio Fitzgerald -una sureña y un na­cido en el medio oeste- entraban en ella juntos, al prin­cipio muy felices. Tuvieron una hija, Frances nacida en octubre de 1921. Posterior­mente las insatisfacciones y desequilibrios psíquicos de Zelda, junto con las difíciles relaciones familiares, con­vertirían ese tiempo de éxito brillante en un profundo po­zo de angustias y desesperación. Pero, por los años veinte, Norteamérica estaba, para Scott, en medio de una brillante juerga, por lo que había mucho para contar de esa aven­tura histórica. Así, apareció una nueva moral, fruto de las transformaciones económicas y sociales. El tradicional puritanismo perdía poco a poco su posición dominante. La ética de la producción con su valorización del aho­rro y la privación a fin de acumular más capital para nuevas empresas, cedió paso a la ética del consumo que se necesitaba para expandir el mercado. La sociedad de­jaba atrás sus tradiciones inglesas o escocesas mientras los hijos de los inmigrantes más recientes iban tomando posiciones en la vida nacional. Por otra parte, el país perdió definitivamente todo carácter rural para ser esen­cialmente urbano y New York se convirtió en la ciudad más importante. En "Some sort of epic grandeur" (Alguna clase de grandeza épica, 1981), el documentalista y ensayista Matthew Bruccoli (1931) dice que "el principal interés de la generación de Fitzgerald no estaba en las luchas por las reivindicaciones sociales ni en la política nacional o internacional. Lo que aparecía con fuerza era la separación total respecto de la genera­ción anterior. La vieja división entre liberales y conserva­dores importaba mucho menos que la de jóvenes y viejos. Los mayores estaban desacreditados por la guerra, la prohibición, los escándalos. Los jóvenes querían estable­cer sus propios parámetros de vida, donde el placer ocu­paba un lugar fundamental. Hacían del hecho de decir la verdad una especie de principio básico, que podía excusar cualquier conducta, es decir, preferían la más cruel u obscena verdad a la hipocresía". En sus relatos, Fitzgerald acentuó las capacidades individuales y el sentido de la oportunidad, y sus historias tenían que ver con el modo en que los persona­jes triunfaban o fracasaban -a veces, contradictoria­mente, las dos cosas- en el mundo, con sus amores o sus desajustes en medio de la vida. Su siguiente libro, "The beautiful and damned" (Hermosos y malditos, 1922), fue una novela de costumbres que narró las ansiedades y las disipaciones de una pareja de ricos. No resultó tan popular como la primera, pero sus relatos tuvieron un gran éxito y con ellos pagó su estilo de vida extravagante y lujoso con su esposa. De los más de 150 cuentos que escribió, escogió 46 para reunirlos en cuatro libros: "Flappers and philosophers" (Jovencitas y filósofos, 1920), "Tales of the Jazz age" (Cuentos de la era del jazz, 1922), "All the sad young men" (Todos los hombres tristes, 1926) y "Taps at reveille" (Toque de diana, 1935). En 1924 los Fitzgerald dejaron su casa de Long Island y se mudaron a la Riviera francesa; no volvieron de forma permanente hasta 1931. En cinco meses terminó "The great Gatsby" (El gran Gatsby, 1925), una fábula sensible y satírica sobre la persecución del éxito y el colapso del "sueño americano". Aunque está considerada como su obra maestra, se vendió mal, acelerando así la desintegración de su vida personal. A pesar del deslizamiento de Zelda hacia la locura (estuvo hospitalizada periódicamente desde 1930 hasta su muerte en 1948) y de la suya en el alcoholismo, continuó escribiendo sobre todo para revistas. Hasta 1934 no apareció su cuarta novela, "Tender is the night" (Suave es la noche), un relato apenas disfrazado, casi confesional, de su vida con Zelda. Su pobre acogida le condujo a su propia crisis, la que narró en los ensayos reunidos por Edmund Wilson con el título de "The crack up" (El derrumbe, 1945). Según el crítico literario Malcolm Cowley (1898-1989), "Fitzgerald fue un poeta que nunca terminó de aprender las reglas de la prosa. Su gramática andaba a los tumbos y su ortografía era sin lugar a dudas deficiente". Fitzgerald se recuperó lo suficiente como para trabajar escribiendo guiones de cine en Hollywood durante 1937. Consiguió un contrato con la Metro Goldwyn Mayer, renovado por un año y con un incremento de sueldo. Bebía menos entonces y trabajó a conciencia pese a las decepciones que sufría. Durante los primeros dieciocho meses en Hollywood ganó 88.391 dólares con lo que canceló sus deudas. Pero al año siguiente, las desavenencias en el trabajo y la reincidencia en la bebida fueron com­plicando las cosas. Esta experiencia le inspiró su última y más madura novela, "The last tycoon" (El último magnate, 1941). Aunque inconclusa por su muerte, la brillantez de esta novela impulsó a los críticos a revalorizar el talento de Fitzgerald y a reconocerle como uno de los mejores escritores estadounidenses del siglo XX. Su mujer, relativamente recuperada de sus afecciones psico-físicas, obtuvo permiso para salir de la clínica don­de estaba internada. Fueron juntos a La Habana, pero él empezó a beber nuevamente. De nuevo en Hollywood no pudo encontrar trabajo y supo que no era bien visto. Ca­yó en cama y aunque pretextó una tu­berculosis, se sabía que la causa era el alcohol. El caso se complicó con un colapso nervioso tan fuerte que le para­lizó por un tiempo ambos brazos. Poco después, sufrió un serio ataque al corazón. Para 1940 intentó recuperar su talento de antaño y se puso a trabajar plenamente, pero, cuatro días antes de Navidad, su corazón no resistió.
Se dice que bebía al día más de 200 cervezas. El 21 de diciembre de 1940, alcoholizado y totalmente exhausto, murió frente a su máquina de escribir en el apartamento de la columnista de chismes cinematográficos Sheila Graham (1904-1988) en Hollywood. Su esposa Zelda murió en un incendio en el centro de atención psiquiátrica de Highland en Asheville, North Carolina, en 1948. Ambos fueron enterrados en el Cementerio de Saint Mary, en Rockville, Maryland.