5 de abril de 2008

La profesión del señor Shaw

Si se tiene que mencionar al autor tea­tral más prolífico del siglo XX, la figura de George Bernard Shaw surge inmediata­mente. Adquirió renombre a través de sus críticas musicales y teatrales, con sus observa­ciones precisas, originales y mordaces. Más tar­de se destacó como dramaturgo, talento que lo llevó a la fama mundial y a ganar el Premio Nobel de Literatura en 1925. Su obra "Pygmalion" fue llevada al cine en 1938 protagonizada y dirigida por Leslie Howard (1893-1943); a Shaw le gustó la versión cinematográfica, pero estaba indignado por la modificación del final. Además, fue transformada en 1955 en una comedia musical, "My fair lady", con música de Frederick Loewe (1901-1988) y letra de Alan Jay Lerner (1918-1986), una obra que sigue siendo un importante referente para los artistas jóvenes y que fue llevada de nuevo al cine en 1964 por George Cukor (1899-1983).
Shaw nació el 26 de julio de 1856 en Dublin, Irlanda, dentro de una burguesa familia pro­testante. Su padre era un comerciante cu­yos gastos excedían considerablemente los ingresos; de él heredó su sentido del humor. La madre era una profesora de música que insufló en sus hijos sus gustos musicales. No le gustaba la escuela, por sus méto­dos rígidos, de modo que no llegó a con­cluir los estudios y comenzó a trabajar. Su educación autodidacta, sobre todo en cuanto a pintura y música, fue sólida y sin­gular.
En 1876, su familia viajó a Londres para que su hermana Lucy continuara sus estudios de canto. Al principio lo mantuvo su ma­dre, mientras él seguía cultivando las afi­ciones artísticas. Era miembro de varios clu­bes, lugares que frecuentaban personalida­des de distintas disciplinas: intelectuales, artistas, economistas, sociólogos y periodis­tas, quienes generaron en el joven Shaw un profundo interés por los problemas socio-políticos. Se adhirió a las ideas del socialis­mo, pero las adoptó a su propia perspectiva y comenzó a dar charlas callejeras sobre política, que matizaba con chistes y anéc­dotas divertidas.
Intervino activamente en la Sociedad Fabiana, de gran influencia en la política bri­tánica de su tiempo. Se trataba de un grupo selecto de socialistas que consideraban que el cambio social no debía ser revoluciona­rio sino un proceso que evolucionara me­diante la educación política de la sociedad. Ahí conoció a Charlotte Payne Townshend, una irlandesa rica, con quien se casó en 1898.
Hizo crítica musical en diversos periódi­cos, aunque en el "Star" fue donde consiguió brillar con sus opiniones consistentes y sus hábiles agudezas. Muchos lo consideraban mordaz, con cierta malignidad inten­cional. Esta peculiaridad se debía a que le molestaba la hipocresía y manifestaba con sinceridad sus impresiones respecto de las obras que reseñaba. Tuvo éxito: sus páginas eran divertidas, picantes, innovadoras e infa­libles. Comenzó firmándolas con el seudó­nimo "Corno di Bassetto", pero se hizo famo­so como G.B.S.
Desde 1892 escribió comedias, influido por el teatro de ideas del noruego Henrik Ibsen (1828-1906), pero no fue aceptado por el exquisito público inglés has­ta doce años después (a pesar de que ya era aplaudido en muchos teatros europeos y nor­teamericanos). Con paciencia e ingenio logró convertirse en el autor teatral de moda en la alta sociedad londinense. Desde ese enton­ces, cada uno de sus trabajos fue un triunfo asegurado; las puestas se realizaban con ac­tores de primera calidad y se reponían ince­santemente. Incluso, durante la temporada del año 1904, el Royal Court Theatre de Lon­dres sólo presentó obras de Shaw. Tenía cerca de cincuenta años cuando obtuvo el reco­nocimiento triunfal. Supo publicitarse y se mantuvo largos años en cartelera. Tal fue su magnetismo que sus cartas se cotizaron, en vida, a precios elevadísimos y coleccionistas de diversos lugares se dispu­taron la compra de su escritura epistolar. Famosas son las correspondencias que mantuvo con Ellen Terry (1847-1928) y Stella Campbell (1865-1940), notables actrices de la época.
Para analizar su teatro hay que conocer su ideología, teniendo en cuenta su cuantiosa producción y la profundidad y diversidad de su pensamiento. Por sobre todas las cosas Shaw era un humanista que creía que debía concientizar a la sociedad sobre los problemas sociales. Las obras de teatro le resultaban un medio eficaz para exponer sus pensamientos. Mientras en las arengas conjugaba su exposición con recursos divertidos, en la labor dramática desarrollaba reflexiones profun­das sobre la sociedad y sus problemas, en argumentos entretenidos y ocurrentes. El público concurría a los espectáculos teatrales para disfrutar de una distracción, pero acababa regresando a sus casas con la mente llena de nociones filosóficas.
Su teatro se originó como un rechazo al modelo tradicional donde la trama era lo más importante. Su punto central consistía en partir de una idea (generalmente una cuestión social) que era observada desde distintos puntos de vista según los personajes. Por esta causa, sus obras tenían largas introducciones -o pe­queños ensayos- donde explicaba el pensa­miento que se desenvuelve durante la ac­ción. Estos ensayos resultaron interesantes, porque el autor pre­sentaba una filosofía del hombre mediante ra­zonamientos personales, inéditos y paradojales que luego eran puestos en práctica con una visión de la vida moderna.
En su dramaturgia se cuestionó el convencionalismo: los hombres se mueven por reglas rígidas, que coartan su libertad; las instituciones esta­blecidas dominan el manejo comunitario. Shaw se volvió contra todas esas normas impuestas y desenmascaró su arbitrariedad. Pero su reprobación se alejó del estilo seve­ro y ríspido; a sabiendas de que podía conseguir un mayor efecto divirtiendo, presen­taba sus propuestas de una manera dinámica, con diálogos rápidos y vivaces que aparentaban cier­ta frivolidad. Sin embargo, la unidad de frases inauditas y graciosas conducían a una estructura de pensa­miento que llevaban a la reflexión del espectador.
Fue dueño de un sistema particular de hacer teatro, en el que el sentido del todo dependía de la organización de sus partes. Shaw exponía varias ideas que tenían una interconexión, pero dejaba al público la tarea de reunir los elementos y darle el significado final.
Por esta misma razón, no existía entre sus personajes uno que fuese central. Lo que sí aparecían eran dos o tres figuras que tenían ideas atrevidas, aunque los demás no dejaban de ser importantes, ya que sus obje­ciones y réplicas completaban el conjunto. Todos los personajes en sus obras teatra­les, se manejaban con verdades y se mos­traban tal como eran, con sus vicios y virtudes. No había buenos y malos, eran hom­bres comunes que llevaban sus propias miserias y las exhibían. La mezquindad y la generosidad no eran consideradas según las valoraciones normales. Los gestos po­sitivos podían ser presentados como for­mas egoístas de actuar y las actitudes nega­tivas se justificaban por la naturaleza del hombre. Todo se comprendía mirando desde fuera de las convenciones sociales.
"Para Shaw la sociedad podía lograr un mayor desarrollo a través del bienestar de todos sus miembros -dice el ensayista Archibald Henderson (1877-1963) en 'George Bernard Shaw: Man of the Century' (George Bernard Shaw: el hombre del siglo, 1956)-. Sólo así las capacidades íntegras del hombre podrían desenvolverse en su plenitud. Intentó que sus congéneres fueran conscientes de las limitaciones ridículas que dirigen la vida humana y lo hizo, presentando mediante el recurso de la comedia, la cruda realidad". Y termina Henderson: "Le preocupó siempre la explotación del débil, de aquel que no tiene otra salida más que su propia degradación. Reveló el lado os­curo del hombre como ser social, desde una posición optimista. El hombre puede perfec­cionarse y vivir en una sociedad humanista, donde todos los individuos tienen las mismas oportunidades de ser felices".
De la extensa obra dramática de Shaw se destacan: "Widowers' house" (Casa de viudas, 1892), "Mrs. Warren's profession" (La profesión de la señora Warren, 1882), "The man of destiny" (El hombre del destino, 1897), "The devil's disciple" (El discípulo del diablo, 1897), "Cándida" (1898), "Caesar and Cleopatra" (César y Cleopatra, 1901), "Man ans superman" (Hombre y superhombre, 1903), "John Bull's other island" (La otra isla de John Bull, 1904), "The doctor's dilemma" (El dilema del doctor, 1906), "Getting married" (Llegando a casarse, 1908), "Misalliance"
(Matrimonio desigual, 1910), "Pygmalion" (1913) y "Saint Joan" (Santa Juana, 1923). También fue autor de algunas novelas y de numerosos ensayos.
El 2 de noviembre de 1950 murió en su casa en Ayot Saint Lawrence, Inglaterra. Te­nía noventa y cuatro años. Hasta sus últimos días, continuó escribiendo brillantes prefacios a sus propias obras teatrales e inundando a sus editores con libros, artículos y cartas malhumoradas.