7 de abril de 2008

Un deseo llamado Tennessee Williams

Thomas Lanifer Williams nació el 26 de marzo de 1911 en Columbus, Mississipi, Estados Unidos. Estudió Dramaturgia en la Universidad de Iowa. Viajó por su país y mientras realizaba trabajos menores (fogonero, lustrabotas, camarero, lavaplatos, portero) escribía breves piezas dramáticas que eran representadas en pequeños teatros comunales. Ganó cierto reconocimiento en 1939 con "American Blues", un grupo de obras en un acto. Alcanzó la consagración en 1947 con "A streetcar named desire" (Un tranvía llamado deseo). A este éxito le siguieron: "The glass menagerie" (El zoo de cristal), "Cat on a hot tin roof" (La gata sobre el tejado de zinc caliente), "Summer and smoke" (Verano y humo), "Sweet bird of youth" (Dulce pájaro de juventud), "The night of the iguana" (La noche de la iguana), todas llevadas al cine. "Un tranvía llamado deseo" y "La gata sobre el tejado de zinc caliente" fueron galardonadas con el Premio Pulitzer.
En la década del 6o, el público se interesó por nuevas corrientes teatrales y Tennessee Williams perdió popularidad. Hacia el final de su vida, la adicción al alcohol y a las pildoras para dormir comprometió su salud. Las obras de este período no fueron bien recibidas. Murió en New York el 25 de febrero de 1983. Menos conocida es su labor como poeta. Para reparar en algo este penoso vacío, a continuación un poema de Tennessee Wil­liams. Pertenece al libro "Androgyne, mon amour":

LOS JOVENES QUE DESPIERTAN AL AMANECER
Los jóvenes que despiertan al amanecer
pueden asustarse de ser expulsados con demasiada rapidez
de sus protectores sueños de una madre, no recordados.
Repentinamente, entonces, pueden sentir
la verdadera enormidad de la exposición a la casualidad.
La mañana que recién comienza, está colmada

de demandas susurradas que ellos sospechan
no poder satisfacer.
¿Y en quién pueden confiar

suponiendo, temerariamente, que todavía sean capaces
de confiar sino en alguien (tú) cuyo nombre ha regresado
a la confusión de muchos nombres de anoche?
Te miran con precaución

mientras te das vueltas y suspiras en sueños.
Están envidiosos de ti, de tu sueño, que todavía te protege

de los susurros que se hacen más audibles cada instante.
Se sientan, con cuidado, en el borde de tu cama,

agobiados y temblorosos como viejos
sentados en los bancos, tosiendo con tos de fumadores...
Pregunta: si no estuvieras durmiendo
¿los llevarías otra vez contigo al cálido olvido o,

si te despertaras en este momento,
acaso ellos no serían para ti tán sin nombre

como tú para ellos, y aun menos confiables?
Probablemente sí, ya que el recelo es,
entre las divisas heráldicas del escudo de tu corazón,

la que parece más indeleble,
como si estuviera tallada allí, o grabada a fuego.
¿Qué les queda por hacer entonces,
más que sentarse cuidadosamente al borde de tu cama,
mirando de soslayo la prisión de luz que ha traído la mañana?
¿Será mejor a las diez que a las siete?
Otra pregunta cuya respuesta, equívoca,

espera en el magistral tictac del reloj, de tantos, tantos relojes.
Y así, sin que nadie haya pronunciado sus nombres
ni haya tocado sus cuerpos agobiados,
descienden otra vez al misterio de la cama,
tras haber cerrado los postigos
para dejar atrás el día un rato más.