14 de mayo de 2008

Miguel de Cervantes (I). El Siglo de Oro

La vida de Miguel de Cervantes (1547-1616) coincidió con el momento histórico en que el imperio español alcan­zó su punto culminante, tanto en lo económico como en lo cultural. España era, y lo sería hasta bien entrado el siglo XVII, la primera potencia mundial. Sin embargo, a fines del siglo XVI, las graves contradicciones sociales en la península ibérica ya preanunciaban la deca­dencia que haría pasar la preponderancia marítima a Inglaterra y la política a Francia.
Entre los factores sociales que causaron esa progresiva decadencia cabe mencionar la notoria tendencia conservadora de los reyes Carlos I (1500-1558), Felipe II "el prudente" (1527-1598) y Felipe III "el piadoso" (1578-1621). La política del Estado y la Iglesia Católica -que tenía en España más poder que en ningún otro país de Europa- tendían a la conservación de esque­mas feudales que no favorecieron el desarrollo de la burguesía -y por lo tanto de la indus­tria- y el esquema socio-económico en general se retrasó con respecto a las naciones más poderosas y progresistas de Europa como Francia, Holanda e Inglaterra.
El colosal imperio de Carlos I y Felipe II, se regía por una política cuyo eje era el dominio mundial de la corona española y la unificación católica, que estaba en contradicción con las tendencias fundamentales de desarrollo social de la época.
La burguesía, en busca de su propio desarrollo, luchaba junto al campesinado contra las nor­mas conservadoras que en lo social imponían el absolutismo del monarca y la Iglesia, la cual a mediados de siglo XVI recibía el 50% del total de las rentas de España. Asimismo, la corona, la alta nobleza y el clero (3 ó 4% de la población) poseían el 90% de la tierra, que era todavía la riqueza fundamental, y gozaban de múltiples privilegios, como por ejemplo, la exención del pago de impuestos directos y el derecho de no ser encarcelados por deudas ni ser torturados por la comisión de otros delitos. Ese mismo estre­cho círculo social, recibía la totalidad del metal precioso americano, que en buena parte iba a las arcas de los banqueros acreedores de países rivales, y en otra se destinaba a la compra de productos manufacturados que la primera potencia mundial no podía producir por su atraso social y político.
El ciclo hegemónico de la corona española comenzó con el reinado de los "reyes católicos" Isabel de Castilla (1451-1504) y Fernando de Aragón (1452-1516), durante el cual se terminó la división feudal en la península, se consi­guió la total unificación expulsando a los últimos musulmanes y comenzó la expansión colonial con la conquista del territorio americano.
El matrimonio de la hija de éstos, la princesa Juana "la loca" (1479-1555) con Felipe "el hermoso" (1478-1506), transfirió la sucesión de la corona española a los Habsburgo. Con Carlos I, el imperio se convirtió en una potencia como no había existido nunca en Europa. Luego de que Felipe II heredase el trono de Portugal en 1580, el imperio colonial hispano-portugués abarcaba inmensas posesiones en América, Africa, India y Extremo Oriente.
A pesar de lo colosal del imperio en extensión, población y riqueza natural, las finanzas estaban desquiciadas y la economía en retroceso, debido fundamentalmente al escaso desarro­llo de la industria manufacturera, que durante el siglo XV y principios del XVI aparecía como una de las más activas de Europa. El endeudamiento de la corona forzó a Felipe II a declarar una primera bancarrota al ascender al trono en 1556 y una segunda en 1575. La industria textil sufrió las consecuencias, y las lanerías y sederías de Burgos, Bilbao, Santander y Cataluña entraron en declive.
El hecho de que hasta muy avanzado el siglo XVII, el dedicarse a la industria o el comercio hacía perder la carta de hidalguía, y que incluso durante todo ese siglo y parte del XVIII, se exigía "limpieza de sangre" (ser cristiano de varias generaciones, no judío ni árabe recientemente converso) para integrar los gremios artesanales, ejemplifica el atraso en que estaba sumida la ideología domi­nante. La persecución religiosa y la censura cultural se verificaban a diario y en todo el reino. Luego del levantamiento de los moriscos granadinos -suceso que pasó a la historia como Rebelión de las Alpujarras (1568/1571)- sofocado por un ejército real, los artesanos deportados a Castilla y Valencia fueron finalmente expulsados en 1609, lo que provocó un derrumbamiento mayor de la economía agrícola y artesanal.
El imperio era un coloso con pies de barro. Holanda e Inglaterra le disputaban la hege­monía comercial marítima. Los sucesivos ataques de piratas tanto holandeses como ingleses, hacían peligrar la provisión de la plata que se saqueaba en América y las especias que se rapiñaban en Oriente. Felipe II decidió deponer a la reina Isabel de Inglaterra (1533-1603), y organizó la expedidón de la "Grande y felicísima Armada", más conocida como la "Armada invencible" que fue derrotada en 1588, como consecuencia de lo cual España perdió la hege­monía en el mar, que pasó a ser controlado por Inglaterra.
Desde 1598 -cuando subió al trono Felipe III- debido a la intensa actividad de la Inquisición y la injerencia cada vez mayor de la alta nobleza en los asuntos de la corte, la decadencia económica y el atraso social se agudizaron. La burguesía, que no tenía derechos políticos, estaba arruinada. Las clases populares se empobrecían cada vez más, lo cual originó un gran aumen­to de la mendicidad y el bandidaje. Esto coincidió con una baja en la producción de las minas americanas a principios del siglo XVII. Los gastos militares para el control del imperio eran enor­mes, y el parasitismo burocrático estaba tan extendido que la baja nobleza, fuera de la Iglesia, la corte o el ejército, no encontraba ocupación.
En ese marco social y económico, el humanismo y el renacimiento italiano se difundieron con dificultad en la península ibérica. Las ideas humanistas del filósofo Erasmo de Rotterdam (1469-1536), cuya obra se difundió ampliamente a principios del siglo XVI, tuvieron una gran influencia en el desarrollo cultural y social. Sin embargo, esa co­rriente no rompió por completo con lo más atrasado de la tradición medieval.
El Renacimiento empezó a difundirse al mismo tiempo que la Contrarreforma impulsada por el papa Pío IV (1499-1565) como respuesta a la reforma protestante de Martin Lutero (1483-1546). Este acontecimiento tuvo a España como centro, la cual atenuó sus posibilidades críticas y creadoras. La actividad de la Inquisición se desarrolló en todos los ámbitos, en especial en el social y reli­gioso, actuando como una fuerza regresiva, defensora a ultranza del oscurantismo medieval de la Iglesia Católica. Como no podía ser de otra manera, su influjo se hizo sentir en el ámbito cultural en forma negativa. Cualquier manifestación que tendiera a alterar el orden social existente era impedi­da, recurriéndose en muchos casos a formas represivas extremas.
A pesar de ello, y seguramente por ello mismo, es que surgió en España la novela realista como género. "Don Quijote", no sólo fue fruto del portentoso talento de Cervantes, sino una acaba­da expresión artística de esa realidad económica y social que imperaba en España en el encuentro entre el Siglo de Oro y el Barroco. Lo mismo ocurrió con el teatro español -que comenzó a ser un fenómeno cultural y de masas a partir de Lope de Vega (1562-1635), Tirso de Molina (1583-1648) y Calderón de la Barca (1600-1681)- y con la poesía -que ya había experimentado una gran renovación con la introducción del verso endecasílabo italiano por Garcilaso de la Vega (1501-1536) y Diego Hurtado de Mendoza (1505-1575)- que luego profundizó Luis de Góngora (1561-1627) con sus romanceros y cancioneros.