26 de junio de 2008

Héctor Yánover, el librero melancólico

Héctor Yánover fue un poeta y librero que nació en Alta Gracia, Córdoba, el 3 de diciembre de 1929. En calidad de tal, se convirtió en una fuente de referencias única en la Argentina: cada vez que alguien quería obtener un dato bibliográfico o encontrar un libro agotado, cada vez que alguien recitaba un verso y no recordaba el autor, bastaba llamarlo para que, con la precisión habitual, resolviera el problema. Desde su librería de la avenida Las Heras, en Buenos Aires, observaba la evolución de la cultura argentina con una contradictoria mezcla de escepticismo y entusiasmo y aconsejaba a los lectores.
Cuando vino a Buenos Aires, alguien le propuso hacer un turno nocturno de vendedor en una librería de la avenida Corrientes y ya nunca saldría de ese clima marcado por el olor del papel. Su primer libro de poemas fue "Hacia principios del hombre" (1951), al que le siguieron "Elegía y gloria" (1958), "Las iniciales del amor" (1960), "Arras para otra boda" (1964), "Sigo andando" (1982) y "Otros poemas" (1989). También publicó una novela de carácter autobiográfico, "Las estaciones de Antonio" (1972), "Raúl González Tuñón" (1962) y "Memorias de un librero" (1994), quizá su libro más popular, en el que narraba lo que definió como "la picaresca del libro". Las anécdotas insólitas, el humor, los personajes extravagantes, un estilo del que jamás estaba ausente el tono lírico, resumían la experiencia de un hombre que había tenido el privilegio de tratar con los grandes autores.
Fue director general de Bibliotecas Municipales de Buenos Aires desde agosto de 1989 a noviembre de 1990. Además, fue director de la Biblioteca Nacional de 1994 a 1997.

ANTOLOGIA POETICA
XII
Por ver el alba se empinaba sobre la tierra
pero el alba no llegaba.
Por ver el sol apuraba el alba
pero el sol tardaba.
Por verse el alma se abrió el pecho
pero allí el alma no estaba.

XVIII
Sin respiro, a trechos sofocado, sin cesar
voy cargado de angustias en acecho.
Sin nada, sólo con lo que siento,
voy subiendo las cuestas del alma, sus repechos.
Seguro, casi ciego de futuro,
voy a llegar al sol y me acostaré en su lecho.

MELANCOLICO
¿Son las cosas
en los otros ojos
más que en los míos?
¿Es que no veo
sino la apariencia,
lo fugaz, lo pasajero?
¿De qué manera
encontrar un camino
entre los que ya no ven
y los que debieran saber
y ya no saben?
¿Todo lenguaje se ha marchitado
y caído como una fruta?
¿Los que parecen no oír
están sordos o tienen miedo?
En la corrupción y el terror
vago esperando una clave, un sendero.
Perplejo como un payaso
ando entre el estrépito y el humo.


En uno de sus poemas publicado en el diario "La Nación", dijo: "Cuando te inclines frente al cajón/trata de tocarlo con la punta de tus pechos./Si entonces no me muevo,/ni me escuchas gemir/como en un ronroneo.../es que estoy muerto". Y así ocurrió nomás, el 8 de octubre de 2003 en Buenos Aires.