6 de junio de 2008

La novela negra y las máscaras de la violencia cotidiana

Históricamente, la novela negra nació cuando Dashiell Hammett (1894-1961) publicó -a partir de 1923- sus primeros cuentos en la revista "Black Mask", y sobre todo cuando apareció en 1929 su primera novela, "Red harvest" (Cosecha roja), seguida en 1930 por "The maltese falcon" (El halcón maltes). Según el escritor británico William Somerset Maugham (1874-1965) en su ensayo "Points of view" (Puntos de vista, 1958) -en el que coincide con la opinión del especialista en el género Erle Stanley Gardner (1889-1970)-, Hammett habría tenido un precursor en el creador del detective Race Williams, el norteamericano Carroll John Daly (1889-1958), que escribía en "Black Mask" desde su lanzamiento en 1920.
La clásica novela de enigma, sobre todo en sus representantes norteamericanos, se había hecho cada vez más artificial, hasta perder todo contacto con la realidad y no ser más que un acertijo. Un detective como Philo Vance, el personaje creado por S.S. Van Dine (1888-1939), era el blanco favorito de Hammett, quien juzgaba que sus razonamientos merecían figurar en un curso sobre cómo ser detective por correspondencia.
Con sus libros iniciales, Hammett introdujo la novela policial en el mundo contemporáneo. Ya no se trataba de comprender como tal mató a cual con un afilado cuchillo en presencia de diez testigos. A partir de Hammett, la solución del enigma ya no constituyó la única razón de ser del libro, sino que ese enigma pasó a ser parte integrante de una acción y una descripción del mundo, ambas particularmente violentas. Así, se reemplazó al método "whodunit" (quién lo hizo) por el "hard boiled" (estilo duro).
Uno de los aspectos más importantes de este cambio fue la desaparición del aficionado, que fue reemplazado por un profesional. Según el mayor autor del género, Raymond Chandler (1888-1959), lo que Hammett hizo fue "sacar el crimen de su vaso veneciano y lanzarlo a la calle". En los libros de Hammet, los crímenes eran cometidos por profesionales del delito y las investigaciones estaban a cargo de investigadores remunerados. De ese modo, el detective privado suplantó definitivamente al joven aristócrata desocupado o a la vieja dama astuta.
El propio Chandler en su ilustrativo ensayo "The simple art of murder" (El simple arte de matar, 1950), se refiere a los comienzos de la novela negra: "Es posible que algún día un anticuario literario, de tipo más bien especial, considere que vale la pena revisar los archivos de las revistas de detectives que florecieron a finales de los años veinte y comienzos de los treinta, para determinar cómo, cuándo y por qué medios el relato de misterio popular se despo­jó de sus refinados buenos modales y adquirió re­ciedumbre. Necesitará una mirada aguda y un es­píritu abierto. El papel barato jamás soñó con la posteridad, y en su mayor parte debe de tener aho­ra un color pardo sucio. Y por cierto que hace fal­ta un espíritu abierto para mirar más allá de las cubiertas innecesariamente estridentes, de los títu­los escandalosos y los anuncios apenas aceptables, y reconocer la auténtica potencia de un tipo de lite­ratura que aun en sus momentos más amanerados y artificiales hizo que casi toda la ficción de la épo­ca tuviera el sabor de una taza de consomé tibio en un grupo de solteronas reunidas a tomar té".
Agudo e irónico -tal como era su estilo habitual- el creador del detective Philip Marlowe continúa: "No creo que toda esa potencia fuese violencia, aunque demasiadas personas resultaban asesinadas en esos relatos, y su fallecimiento era celebrado con una atención demasiado enamorada del detalle. Por cierto que no se debía a una manera de escribir delicada, pues cualquier intento en ese sentido ha­bría sido implacablemente cortado por el personal de la editorial. Tampoco era consecuencia de una gran originalidad de argumento o descripción de los personajes. La mayoría de los argumentos eran más bien ordinarios, y casi todos los personajes indivi­duos bastante primitivos. Es posible que se debie­ra al olor a terror que los relatos conseguían en­gendrar".


En cuanto al ámbito social en el que se desarrolló la nueva novela, dice Chandler: "Los personajes vivían en un mundo enlo­quecido, un mundo en el cual, mucho antes de la bomba atómica, la civilización había creado la ma­quinaria necesaria para su propia destrucción y aprendía a usarla con todo el placer infrahumano de un gángster que probara su primera ametralla­dora. La ley era algo que se debía manipular para obtener ganancias y poder. Las calles estaban oscu­ras de algo más que la negrura de la noche.El re­lato de misterio se hizo duro y cínico en cuanto a los motivos y en sus personajes, pero no era cínico en lo referente a los efectos que trataba de produ­cir, ni acerca de su técnica para producirlos. Algu­nos críticos poco comunes asi lo reconocieron en esa época, y eso era todo lo que uno tenía derecho a esperar. El crítico común jamás reconoce un mérito cuando existe. Lo explica cuando se ha vuelto respetable".
En el ensayo citado, Chandler también alude a la técnica narrativa de la novela negra: "La base emocional de la novela de detectives co­rriente era y sigue siendo la de que el asesinato siempre es descubierto y que la justicia triunfa. Su base técnica era la insignificancia relativa de todo, salvo el desenlace final. La base técnica de la narra­ción tipo 'Black Mask' consistía en que la escena era superior al argumento, en el sentido de que un buen argumento era el que producía buenas escenas. El misterio ideal era el que uno leía aunque faltara el final". En cuanto a la base emocional del relato 'duro', Chandler hacía recaer la responsabilidad en algún indivi­duo muy decidido que se ocupara de descubrir el asesinato: "Las narraciones se referían a los hombres que hacían esas cosas. Por lo general eran hombres duros, y lo que hacían, fuesen policías, detectives privados o periodistas, era un trabajo duro y peligroso. Era un trabajo que siempre podían conseguir. Abundaba en todas par­tes. Sigue abundando. No cabe duda de que las na­rraciones vinculadas con esto tenían un elemento fantástico. Esas cosas ocurrían, pero no con tanta rapidez, ni a un grupo de personas tan compacto, ni dentro de un marco de lógica tan estrecho. Y eso era inevitable, porque había una exigencia de acción constante; si uno se detenía a pensar, estaba per­dido. En caso de duda, hay que hacer que un hom­bre aparezca en una puerta con una pistola en la mano. Esto podía llegar a resultar bastante tonto, pero en cierto modo parecía no tener importancia. Un escritor que teme desbordarse es tan inútil como un general que tiene miedo de equivocarse".
La novela negra, como se llamó rápidamente al género inaugurado por Daly (para los puristas) o Hammett (para los clásicos), cosechó rápida­mente el entusiasmo del público y consiguió brindar una alternativa satisfactoria, tanto para los autores como para los lectores.
En "Petite histoire du roman policier" (Historia de la novela policíaca, 1967), el escritor iraní Fereydoun Hoveyda (1924-2006) también hacía mención a los cambios surgidos en el género a partir de la década del '20: "La novela policíaca tradicional se había olvidado del crimen y de la muerte, para montar en su lugar un artificioso lenguaje, aparentemente lógico, sin otra ambición que la de entretener al lector, como un crucigrama o cualquier otro juego de ingenio. El género literario montado sobre un pequeño núme­ro de excepciones estaba condenado a un nivel inferior al de la literatura. La muerte, en la novela de enigma, había sido casi siempre un acontecimiento fuera de lo común. La muerte, en la novela negra, era un aconte­cimiento real, cotidiano, con el que nos topamos sin remedio".


La novela negra constituyó un viaje de regreso al realismo, y en ese viaje se embarcaron tanto Hammett como Chandler en los comienzos. Luego siguieron James M. Cain (1892-1977), Horace McCoy (1897-1955), Chester Himes (1909-1984), Ross Macdonald (1915-1983), Ed McBain (1926-2005) y tantos otros que impulsaron a la novela negra hacia alturas insospechadas. Con ellos, se ha patentizado el verdadero significado de la legalidad, la justicia y el poder, como rostros ocultos de la violencia cotidiana.