24 de agosto de 2008

Carlos Gardel: "Buenos Aires. No sé qué embrujo posee para nosotros"

El periodista y escritor Carlos del Solar (1898-1950) comenzó colaborando en la revista "El Hogar", y luego, en 1925, se incorporó al diario vespertino "Crítica" de Natalio Botana (1888-1941). Para ese medio entrevistó al mítico Carlos Gardel (1890-1935), quien regresaba de una de sus giras por España. El reportaje fue publicado en el diario Crítica el jueves 25 de marzo de 1926.Carlos Gardel ha vuelto...

No podía resistir por más tiempo la nostalgia de este Buenos Aires que no sé qué embrujo posee para nosotros. No es que me hayan tratado mal en España. No, por el contrario, mi gira ha sido una carrera triunfal. Pero, ¡vamos! A uno le tira Bue­nos Aires.

¿Cuánto tiempo estuvo au­sente?

Saquen ustedes la cuenta: salimos el 17 de octubre, en el Principessa Mafalda.

¿E iban?

A Barcelona, con la compa­ñía De Rosa. La compañía se presentó y obtuvo un éxito extraordinario.

¿Y usted?

Yo lo hice cinco días después.

¿Y?

Juzguen ustedes el exitazo con sólo este dato: un propósito y mi contrato eran cantar diez días y tuve que quedarme dos meses... El público me tomó lo que se llama un verdadero cariño.

¿Y qué tal el público cata­lán?

¡Admirable! Un público in­teligente, que cuando se encariña con un artista es capaz de todos los sacrificios.

¿A usted lo conocían?

Personalmente no. Estuve alguna vez en España, aunque en gira de paseo. Pero me conocían por los discos.

¿Tiene aceptación la música criolla en Barcelona?

Tiene aceptación loca.

¿Qué canciones suyas tuvie­ron más éxito?

"¡Entra nomás!", "¡Fea!", "Bue­nos Aires..." entre los tangos. Y entre los estilos, "La mariposa", "La salteñita", etcétera. La verdad es que les gustaban todas. "¡Entra no­más!" en primer lugar, el públi­co la pedía cada vez que salía al escenario. Y aunque mi reperto­rio consta de más de cuatrocientas canciones, no había manera de elu­dirla. Cuando no figuraba en el programa tenía que cantarla extra.

¿Cómo terminó la temporada?

Como la había empezado: brillantemente. Las damas de Barcelona organizaron una manifestación en mi honor, por la noche de mi beneficio que... ¡va­mos!... Terminé la temporada y me quedé descansando unos veinte días. Dos meses y medio de can­tar a toda hora es para fatigar a cualquiera.

¿Y qué tal ciudad, Barcelona?

Una bella ciudad. Y muy moderna, por cierto, edificación magnífica, grandes avenidas, calles espléndidas. Y, por so­bre todo, un panorama encanta­dor. Barcelona está como metida en un pozo, rodeada por las coli­nas entre las que se destaca Montjuich.

¿Y la famosa Rambla?

¡Ah! sobre la Rambla tengo que contarles una anécdota. En Buenos Aires, conocí a un mozo de café, un catalán muy simpático a quien todos le decíampos el Noy. "Si vas a Barcelona no dejes de ir por la Rambla. Pero ten seguridad de que los pájaros no te van a dejar limpio...". ¿Por qué?, le pregunté intrigado. Pero el Noy se mantu­vo en su mutismo. Llegué a Bar­celona. Y fui a la Rambla. Y no bien había caminado una media cuadra, cuando ¡zaz! siento que algo cae sobre mi sombrero... Me lo quito y justo: lo que me había dicho el Noy. Sigo caminando, intrigado, y después de un rato ¡zas! nueva­mente aquello... La verdad es que era para morirse de rabia. Y lo que más me molestaba era que los pájaros parecían ensañarse en mí. Mar­chaba malhumorado cuando me encontré con Juárez...

¿El actor?

El mismo. Un excelente ami­go y un gran camarada. Le conté mi contratiempo. Y con ese buen humor suyo, que no lo abandona en las situaciones más difíciles, lejos de tomar en serio lo que me ocurría limitóse a lanzar una car­cajada. "Es lo que les pasa a todos los extranjeros", me dijo por toda respuesta. Es claro que una res­puesta así no me sacaba las dudas... Bueno, le dije, amostazado, ¿qué debo hacer para evitar esto? ¿sa­car carta de ciudadanía?. "¡No, hombre! Simplemente agarra por el medio!", me respondió en crio­llo. Y entonces advertí que todo el mundo, lejos de buscar la sombra amable de los árboles tapizados de pajarillos, tomaba el centro.

¿Y de Barcelona?

Pasé a Madrid. De Rosa ha­bía tirado para otro lado, y yo me fui contratado al Romea. Tenía un miedo bárbaro...

¿Por qué?

Porque atravesábamos la "cuesta de enero". Durante aque­llos días Madrid es un cemente­rio. No se ve un alma por las calles, y las mejores compañías tienen que cerrar sus puertas por falta de público... El empresario me convenció, y como no tenía otra cosa que hacer, agarré viaje. Iba por diez días y trabajé un mes, día y noche. ¿Para qué le digo más? Aquello fue el acabóse. Es­taba terminando la temporada en Madrid cuando recibí un telegra­ma anunciándome que Razzano estaba enfermo, no era grave la cosa, pero por las dudas había que liar los bártulos. No obstante no pude omitir una temporada en Vitoria que tenía comprometida. Fui a estrenar el teatro principal de la villa, un teatro coloso para el pueblo con dos mil plateas...

¿Y?

Fui por cinco funciones y tuve que hacer diez. Y aunque tenía contrato hasta junio, para seguir en Zaragoza y Valencia, tuve que rescindirlo y venirme. Y, asimismo, tuve que rescindir un contrato en el Maravillas, un lindo teatro madrileño, cuya aper­tura debía hacer.