18 de agosto de 2008

Roberto Bolaño: "En literatura es casi imposible mante­nerse a salvo. Todo mancha"

El escritor chileno Roberto Bolaño (1953-2003) se convirtió en los últimos dos o tres años del siglo XX en una de las figuras más atractivas de la literatura latinoamericana. Con su novela "Los detectives salvajes" había ganado los premios Herralde y Rómulo Gallegos, ambos por unanimidad. Instalado en Blanes -un pueblo catalán- concedió una entrevista al escritor y guionista cinematográfico Sebastián Noejovich comentando su más reciente obra, "Nocturno de Chile", al tiempo que preparaba la edición de su libro de cuentos "Putas asesinas". La entrevista fue publicada por la revista "Lea" nº 13 (Buenos Aires, mayo de 2001).Tus ficciones en general desarro­llan como espacio narrativo el mundi­llo literario de alguna de nuestras ciu­dades latinoamericanas, ¿qué es lo que encontrás en esos ambientes que tanto te entusiasma?

A mí lo que me gusta es observar la relación que se establece entre los hombres y sus trabajos, que aparente­mente carece de misterios pero que re­sulta determinante a la hora de juzgar un destino, entre otras cosas porque uno casi siempre se equivoca al elegir un trabajo o al reconocer una vocación. En este sentido a veces escojo la literatura como fondo laboral de algu­nos de mis personajes por una razón muy simple: porque la conozco. Pero si fuera carnicero, por ejemplo, el decora­do de fondo sería el de las carnicerías, los mataderos, los camiones frigoríficos. Tal vez debería hacerlo. No estaría mal una novela de matarifes, destazadores, desolladores.

El tono siempre paródico con el que te acercás a esos ámbitos literarios, ¿se­rá una forma de conjuro, una manera de mantenerte a salvo de esa grandilocuen­cia y gravedad que es tan característica de algunos "hombres de letras"?

Yo creo que en el fondo la parodia sólo disfraza el deseo enorme de po­nerse a llorar. Y sobre mantenerse a salvo de lo que sea, no sé qué decirte, en literatura es casi imposible mante­nerse a salvo. Todo mancha. Supongo que hay novelistas que opinan lo con­trario. Dios les conserve su candor (o su estupidez) por mucho tiempo.

Camuflados por esta intención paródi­ca suelen aparecer, como de contra­bando, datos o anécdotas sorprenden­temente reales relacionadas con ese ámbito: en el caso de "Nocturno de Chi­le", las veladas literarias que se realiza­ban en una casa de las afueras de San­tiago que servía, paralelamente y de forma subrepticia, como centro clan­destino de interrogatorios durante la dictadura de Pinochet. ¿ De dónde vie­ne esta afición tuya por los elementos casi bizarros de la historia?

Porque eso también es la historia. El encuentro casual y/o causal de una lluvia de fechas y un desfile de mons­truos o de hechos monstruosos. La historia como historial psiquiátrico. O co­mo puzzle, hubiera dicho Perec. En cualquier caso como un enigma en el que hay que internarse y en donde hay que intentar mantener la lucidez, que en este caso quiere decir que hay que intentar ser valiente, algo que resulta tan incómodo, tan inútil en estos tiempos en donde lo más normal es ser ra­zonablemente cobarde y huir como alma que lleva el diablo de cualquier atisbo de pesadilla que disturbe la gran pesadilla plácida en la que estamos todos bien o mal instalados.

¿Te dio mucho trabajo construir en "Nocturno de Chile" la voz de su único y extraño narrador, el curita del Opus Dei Urrutia Lacroix, que además de te­ner veleidades de poeta ha decidido convertirse en crítico literario? ¿Has tenido en este sentido algún modelo?

No, ningún problema. Chile es pródigo en esta clase de personajes, algo que en Argentina o en México tal vez parezca excepcional, o extraño y caricaturesco, porque allí hay algo que se puede lla­mar tradición literaria, cosa que en Chile no ocurre. Los modelos de la ca­nalla literaria abundan en mi país. No quiero decir con esto que tengamos la exclusiva de la canalla literaria o del ri­dículo más espantoso y patético, pero digamos que somos autosuficientes en el consumo interno y que incluso ya podríamos empezar a exportar algo.

¿A qué escritores de tu generación te sentís hoy en día más afín?

A muchos, aunque no sé con certe­za cuál es mi generación. Suelo ver a Rodrigo Fresán cuando voy a Barcelo­na, con el que puedo conversar de Melville o Philip K. Dick. Me gusta la afición de Fresán por las paradojas y por los encuentros azarosos y por las soluciones imaginarias. También man­tengo largas conversaciones telefónicas con Javier Cercas, sobre Borges y el "Quijote", y solemos reírnos juntos y dis­cutir sobre los asuntos más peregrinos. Siento un gran cariño por Rodrigo Rey Rosa, el escritor guatemalteco, que siempre está viajando y, supongo, ex­poniéndose constantemente a peligros. Me gusta pensar que Rey Rosa es irre­ductible. Aunque, claro, nadie es irreductible del todo. Creo que en mi ge­neración hay algunos escritores muy buenos. Entre España y Latinoamérica, unos doce o trece.