30 de noviembre de 2008

Entremeses literarios (XX)

MUTACIONES
José Emilio Pacheco
México (1939)

En el centro de la ciudad se levanta una estatua que cambia de forma. Por las noches representa a Diana, en el día asume la figura de Apolo. Si viste los atributos de Marte anuncia guerra -tan claro y obvio es su simbolismo. Nadie se atreve a contemplarla más de un segundo, pues si ve en ella la imagen de Thánatos sabe que en pocas horas encontrará la muerte. Quizá la estatua sólo existe en la imaginación de quienes creen verla. Pero hay fotografías de sus innumerables mutaciones. En otros tiempos hubo quienes osaron tocarla y, antes de morir, nos legaron su testimonio. Sea como fuere la estauta plural obsesiona a los habitantes de la ciudad. El rey quiso demolerla. El Concejo de Ancianos vetó la orden ya que, de acuerdo a la leyenda, cuando la estatua sea destruida se va a acabar el mundo.


EL ENIGMA
Francois M. Arouet Voltaire
Francia (1694-1778)

El gran mago planteó esta cuestión:
- ¿Cuál es, de todas las cosas del mundo, la más larga y la más corta, la más rápida y la más lenta, la más divisible y la más extensa, la más abandonada y la más añorada, sin la cual nada se puede hacer, devora todo lo que es pequeño y vivifica todo lo que es grande?
Le tocaba hablar a Itobad. Contestó que un hombre como él no entendía nada de enigmas y que era suficiente con haber vencido a golpe de lanza. Unos dijeron que la solución del enigma era la fortuna, otros la tierra, otros la luz. Zadig consideró que era el tiempo.
- Nada es más largo, agregó, ya que es la medida de la eternidad; nada es más breve ya que nunca alcanza para dar fin a nuestros proyectos; nada es más lento para el que espera; nada es más rápido para el que goza. Se extiende hasta lo infinito, y hasta lo infinito se subdivide; todos los hombres le descuidan y lamentan su pérdida; nada se hace sin él; hace olvidar todo lo que es indigno de la posteridad, e inmortaliza las grandes cosas.



TRANVIA
Andrea Bocconi

Italia (1950)

Por fin. La desconocida subía siempre en aquella parada. "Amplia sonrisa, caderas anchas... una madre excelente para mis hijos", pensó. La saludó; ella respondió y retomó su lectura: culta, moderna. El se puso de mal humor: era muy conservador. ¿Por qué respondía a su saludo? Ni siquiera lo conocía. Dudó. Ella bajó. Se sintió divorciado: "¿Y los niños, con quién van a quedarse?".


DESGRACIADAMENTE
Fredric Brown

Estados Unidos (1906-1972)

Ralph NC-5 suspiró aliviado cuando tuvo a la vista el Cuarto Planeta de Arturo en el espacioscopio, exactamente en el lugar en que el computador le había advertido que lo encontraría. Arturo IV era el único planeta habitable o inhabitable de su ruta y se encontraba a muy pocos años luz del más próximo sistema estelar. Necesitaba alimento -las reservas de combustible y de agua eran las correctas, pero el departamento de Plutón había cometido un error al cargar comida- y probablemente, de acuerdo con el manual espacial, los nativos eran amistosos: le darían cualquier cosa que les pidiera. El manual resultaba poco claro en aquel punto; volvió a releer la breve sección dedicada a los arturianos tan pronto como hubo dispuesto los mandos para el aterrizaje automático. Los arturianos, leyó, son inhumanos, pero muy amables. Un piloto que aterrice en Arturo IV sólo tendrá que pedir lo que quiere y ellos se le entregarán gratuita, amablemente y sin pedir explicación alguna. La comunicación con ellos, sin embargo, debe hacerse mediante papel y lápiz, pues carecen de órganos vocales y auditivos. No obstante, leen y escriben inglés con cierta corrección. Ralph NC-5 intentó decidir que querría comer en primer lugar, después de dos días de completa abstinencia alimenticia, precedidos por cinco de alimentación racionada: hacía una semana que descubrió el error de la carga de comida en las bodegas. Comidas, maravillosas comidas, pasaban una tras otras por su mente. Aterrizó. Los arturianos, una docena de seres efectivamente inhumanos -doce pies de alto, con seis brazos y de un brillante color magenta- se acercaron a él; su jefe hizo una reverencia y le tendió un papel y un lápiz. En aquel instante, supo exactamente lo que quería: escribió rápidamente y devolvió el bloc. Pasó de mano en mano entre los arturianos. Abruptamente, sintió que le agarraban y que le maniataban. Y que le llevaban hasta una estaca donde los inhumanos apilaban ramas y arbustos. Uno de ellos les prendió fuego. Chilló en protesta, pero ellos, como no tenían orejas, no pudieron oírle. Gritó de dolor y luego dejó de gritar. El manual del espacio era muy correcto al decir que los arturianos leían y escribían el inglés con cierta corrección. Pero omitía el hecho de que eran muy parcos de vocabulario: lo último que tendría que haber pedido Ralph NC-5 era un filete a la plancha.


LOS TIEMPOS CAMBIAN
Carmen Cecilia Suárez

Colombia (1946)

Cuando tenía quince años y estaba locamente enamorada, consiguió un hechizo garantizado -un ligue, como dicen- para que su hombre no la abandonara nunca. Sí, era el hombre de su vida, no había ningún hombre como él. Hoy, treinta años después, está buscando en vano, con desesperación, alguien que deshaga el embrujo.


LA ANCIANA QUE FUMABA Y BEBIA SENTADA EN UNA SILLA
Javier Villafañe
Argentina (1909-1996)

Mi abuela -contaba el nieto- se pasó la vida fumando y bebiendo. Y se fue achicando, a-chicando. No era porque yo crecía. Era porque se iba achicando. Fumaba y bebía sentada en una silla con un respaldo de lonjas de cuero. Jamás se acostó en una cama. De noche dormía sentada en su silla. Solamente comía migas de pan mojadas en un vaso lleno de ginebra. Y se fue momificando con la ropa que la vestía, como es natural, con los cabellos que le peinaban en el patio de esa casa grande donde nosotros, sus nietos, jugábamos alrededor de ella. Nunca la oímos hablar. Fumaba y bebía. Era muy viejita. Se murió fumando y bebiendo. No pudimos meterla en un ataúd porque estaba sentada en su silla. Y la llevamos a tina bóveda donde había muchos ataúdes. Todos son parientes y están acostados. Yo voy a visitar a mi abuela los domingos. Voy con un plumero y le paso el plumero. Le saco el polvo de los cabellos, de las arrugas de la cara, de los pliegues de la pollera, de los zapatos, de la silla donde está sentada.


SI EL PLACER SE MIDIERA POR LAS APARIENCIAS
Alfonso Alcalde
Chile (1921-1992)

A las cuatro de la tarde, la prostituta, al despertar goza de un momento de libertad. Hace un recuento con la boca seca y los ojos aún húmedos. Mirará el dinero que el último cliente dejó en su velador alumbrado por la lámpara de globo. No podrá evitar mientras bosteza, sugerirse la idea que si sumara a los veinticinco años de oficio todos los hombres que se han acostado con ella podría con toda facilidad acercarse a la luna. Bastaría con colocar, en una descabellada posibilidad, un sexo después de otro en un abierto desafío contra la ley de gravedad interrogando a las estrellas sobre su felicidad o desdicha pensando que el amor es una quimera o en todo caso un engañoso juego de artificio.


LA CABEZA DEL PERRO
Arthur Conan Doyle
Escocia (1859-1930)

Estoy arrellanado en el sillón junto a la chimenea en que crepita el fuego. Tengo la copa de coñac en la mano derecha. Con la mano izquierda, caída descuidadamente, acaricio la cabeza de mi perro... hasta que descubro que no tengo perro.


DE LAS APARIENCIAS
Julia Otxoa
España (1953)

Era un hombre tan delgado que a menudo se lo llevaba el viento. Así que en previsión de este tipo de catástrofes, se había llenado los bolsillos de piedras. Pero la suerte no estaba de su lado. Ocurrió durante una de aquellas noches en las que un fuerte viento no lograba llevárselo; el pobre hombre loco de contento celebraba su dicha con los marineros por las tabernas del puerto. Nunca fue tan feliz. Al amanecer, caminaba completamente ebrio como un ángel frágil junto a los embarcaderos, dicen que debió resbalar y caer al mar mientras cantaba. De todas formas esta versión de los hechos nunca fue escuchada. La oficial fue la del suicidio, llenos de pesadas piedras sus bolsillos.


YO VI MATAR A AQUELLA MUJER
Ramón Gómez de la Serna

España (1888-1963)

En la habitación iluminada de aquel piso vi matar a aquella mujer. El que la mató, le dio veinte puñaladas, que la dejaron convertida en un palillero. Yo grité. Vinieron los guardias. Mandaron abrir la puerta en nombre de la ley, y nos abrió el mismo asesino, al que señalé a los guardias diciendo:
- Este ha sido.
Los guardias lo esposaron y entramos en la sala del crimen. La sala estaba vacía, sin una mancha de sangre siquiera. En la casa no había rastro de nada, y además no había tenido tiempo de ninguna ocultación esmerada. Ya me iba, cuando miré por último a la habitación del crimen, y vi que en el pavimento del espejo del armario de luna estaba la muerta, tirada como en la fotografía de todos los sucesos, enseñando las ligas de recién casada con la muerte...
- Vean ustedes -dije a los guardias-. Vean... El asesino la ha tirado al espejo, al trasmundo.