20 de diciembre de 2008

Entremeses literarios (XXVII)

MORIR DE VERDAD
Raúl Brasca
Argentina (1948)

La primera vez que morí me aplastó un camión. De inmediato me vi sentado en una nube, con una túnica blanca como único vestido. Parado ante mí, un arcángel rubio me preguntó:
- ¿Crees en Dios, nuestro Señor?
- No, nunca creí en Dios, salvo en el que anida en mí y en todas las cosas -dije.
Entonces el arcángel me atravesó con su espada y mi conciencia se disgregó entre millones de gotitas de agua; fui nube dentro de la nube. Esa fue la segunda vez que morí. Mientras me esforzaba para unirme de nuevo, el arcángel, ominosamente parado sobre mí, volvió a preguntarme:
- ¿Crees acaso en mí que descanso sobre esta nube?
Pensé un poco y concluí que un arcángel es mucho menos verosímil que un dios. Respondí:
- No, no creo.
Y en el mismo momento, sentí que empezaba a recuperar la unidad. Mi conciencia se iba uniendo, se formaron gruesas gotas. La nube se hizo lluvia, lluvia que acaba de caer en medio del océano. Ahora, agua en el agua, estoy diluyéndome en mares infinitos. Intuyo que será mi última muerte. Me debilito rápidamente. Me parece comprender que los océanos son abismos donde se ahogan las conciencias de los escépticos. No estoy segu


COMO ME CONSIDERO UN BUEN PSICOLOGO
Antonio Jesús Cruz
Argentina (1951)

En cuanto lo vi en el puente con la mirada perdida y el rostro confuso supe que necesitaba ayuda. Como me considero un buen psicólogo, decidí socorrerlo. Me acerqué, le ofrecí un cigarrillo y nos quedamos conversando largas horas apoyados en la baranda. Ya casi amanecía cuando apreté el gatillo. Aguanté el cuerpo con el hombro y disparé por segunda vez a su cabeza. Luego, con un empujón, lo tiré al río. Me alejé con paso sereno y la satisfacción del deber cumplido. Me da mucha satisfacción ayudar a los suicidas indecisos.


CIRUGIA
Marcial Fernández
México (1962)

Cuando Julia cumplió cincuenta años se hizo su primera cirugía plástica. Y fue tal la maravilla, los adelantos de la ciencia, que sus amistades pensaron que había cumplido treinta. De ahí que cada nuevo lustro de vida lo festejara quitándose décadas y décadas de arrugas. Así, hasta su muerte, que para muchos fue como si Julia volviera a nacer.


INFORME DEL CIELO Y DEL INFIERNO
Silvina Ocampo
Argentina (1903-1994)

A ejemplo de las grandes casa de remate, el Cielo y el Infierno contienen en sus galerías hacinamientos de objetos que no asombrarán a nadie, porque son los que hay en las casas del mundo. Pero no es bastante claro hablar sólo de objetos: en esas galerías también hay ciudades, pueblos, jardines, montañas, valles, soles, lunas, vientos, mares, estrellas, reflejos, temperaturas, sabores, perfumes, sonidos, pues toda suerte de sensaciones y de espectáculos nos depara la eternidad. Si el viento ruge, para ti, como un tigre y la paloma angelical tiene, al mirar, ojos de hiena; si el hombre acicalado que cruza por la calle, está vestido de andrajos lascivos; si la rosa con títulos honoríficos que te regalan, es un trapo desteñido y menos interesante que un gorrión; si la cara de tu mujer es un leño descascarado y furioso: tus ojos y no Dios, los creó así. Cuando mueras, los demonios y los ángeles, que son parejamente ávidos, sabiendo que estás adormecido, un poco en este mundo y un poco en cualquier otro, llegarán disfrazados a tu lecho y, acariciando tu cabeza, te darán a elegir las cosas que preferiste a lo largo de tu vida. En una suerte de muestrario, al principio, te enseñarán las cosas elementales. Si te enseñan el sol, la luna o las estrellas, los verás en una esfera de cristal pintada, y creerás que esa esfera de cristal es el mundo; si te muestran el mar o las montañas, los verás en una piedra y creerás que esa piedra es el mar y las montañas; si te muestran un caballo, será una miniatura, pero creerás que ese caballo es un verdadero caballo. Los ángeles y los demonios distraerán tu ánimo con retratos de flores, de frutas abrillantadas y de bombones; haciéndote creer que eres todavía niño, te sentarán en una silla de manos, llamada también silla de reina o sillita de oro, y de ese modo te llevarán, con las manos entrelazadas, por aquellos corredores al centro de tu vida, donde moran tus preferencias. Ten cuidado. Si eliges más cosas del Infierno que del Cielo, irás tal vez al Cielo; de lo contrario, si eliges más cosas del Cielo que del Infierno, corres el riesgo de ir al Infierno, pues tu amor a las cosas celestiales denotará mera concupiscencia. Las leyes del Cielo y del Infierno son versátiles. Que vayas a un lugar o a otro depende de un ínfimo detalle. Conozco personas que por una llave rota o una jaula de mimbre fueron al Infierno y otras que por un papel de diario o una taza de leche, al Cielo.


UN POEMA
José Agustín Goytisolo
España (1928-1999)

Había una vez un lobito bueno al que maltrataban todos los corderos. Y había también un príncipe malo, una bruja hermosa y un pirata honrado. Todas esas cosas había una vez, cuando yo soñaba un mundo al revés.


ESPANTAPAJAROS 1
Oliverio Girondo
Argentina (1891-1967)

No se me importa un pito que las mujeres tengan los senos como magnolias o como pasas de higo; un cutis de durazno o de papel de lija. Le doy una importancia igual a cero al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco o con un aliento insecticida. Soy perfectamente capaz de soportarles una nariz que sacaría el primer premio en una exposición de zanahorias; ¡pero eso sí! -y en esto soy irreductible- no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar. Si no saben volar, ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme! Esta fue -y no otra- la razón de que me enamorase, tan locamente, de María Luisa. ¿Qué me importaban sus labios por entregas y sus encelos sulfurosos? ¿Qué me importaban sus extremidades de palmípedo y sus miradas de pronóstico reservado? ¡María Luisa era una verdadera pluma! Desde el amanecer volaba del dormitorio a la cocina, volaba del comedor a la despensa. Volando realizaba sus compras, sus quehaceres... ¡Con qué impaciencia yo esperaba que volviese, volando, de algún paseo por los alrededores! Allí lejos, perdido entre las nubes, un puntito rosado. "¡María Luisa!"... y a los pocos segundos, ya me abrazaba con sus piernas de pluma, para llevarme, volando, a cualquier parte. Durante kilómetros de silencio planeábamos una caricia que nos aproximaba al paraíso; durantehoras enteras nos anidábamos en una nube, como dos ángeles, y de repente, en tirabuzón, en hoja muerta, el aterrizaje forzoso de un espasmo. ¡Qué delicia la de tener una mujer tan ligera..., aunque nos haga ver, de vez en cuando, las estrellas! ¡Qué voluptuosidad la de pasarse los días entre las nubes... la de pasarse las noches en un solo vuelo! Después de conocer una mujer etérea, ¿puede brindarnos alguna clase de atractivos una mujer terrestre? ¿Verdad que no hay una diferencia sustancial entre vivir con una vaca o con una mujer que tenga las nalgas a setenta y ocho centímetros del suelo? Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender la seducción de una mujer pedestre y, por más empeño que ponga en concebirlo, no me es posible ni tan siquiera imaginar que pueda hacerse el amor más que volando.


SI QUEREMOS VIVIR
Dardo Dorronzoro
Argentina (1913-1976)

Si queremos vivir, debemos empezar por no morir, cuidarnos de los pepinos en vinagre, de los obrajeros, de los boleteros, de los desaparecidos tranvías a caballo, de la mujer inolvidable que un día nos vendió un miércoles a la tarde cuando ya no había miércoles en el mundo.


PROBLEMA DE LOGICA DEDUCTIVA
Lewis Carroll
Inglaterra (1832-1898)

A- Todos los miembros de la Cámara de los Comunes tienen una perfecta sangre fría.
B- Ningún miembro del Parlamento que lleve corona debe participar de una carrera de asnos.
C- Todos los miembros de la Cámara de los Lores llevan corona.
Solución: Ningún miembro del parlamento debe participar de una carrera de asnos si no tiene una perfecta sangre fría.


LA CITA
Dalmiro Sáenz
Argentina (1926)

La bala no era de níquel, era de plomo y el hombre estaba sentado en el inodoro con los pantalones bajos alrededor de los tobillos. Sobre los zapatos, la hebilla del cinturón desprendido colgaba hacia un costado sin tocar el suelo. La materia fecal del hombre ya había recorrido la mitad de la distancia que separaba la zona anal de su cuerpo del agua tal vez limpia del fondo, cuando sucedió aquella extraña cita de las circunstancias. La tarta de espinacas del almuerzo había tardado dos horas en provocar, desde sus intestinos, esa necesidad de ir al baño; la espinaca siempre le hacía ese efecto, por eso el hombre buscó con cierta premura un bar, y cuando lo encontró atravesó el salón grande entre las mesas y franqueó la puerta en donde estaba escrita la palabra Caballeros. Esa mañana, bastante antes de comer la tarta de espinacas, había mirado una gran fotografía del palacio Taj Mahal en una revista que su hija le había mandado de la India. Le habían impresionado los preciosos jardines, las paredes trabajadas, las cúpulas, el nítido dibujo de las aguas. El recuerdo de esa fotografía había surgido en sus pensamientos varias veces durante el día, y precisamente en ese momento exacto en que su materia fecal bajaba inexorablemente y que las circunstancias se encontraban, el pensamiento del palacio ocupaba casi todo el espacio de su mente. Una serie de obscenidades escritas en la puerta del baño habían sido leídas por el hombre, pero en ese momento no figuraban en su cabeza a pesar de que en el punto de la "i" de la palabra hijo, que precedía a la palabra puta, un levísimo cambio se produjo. Era apenas un cambio, una insignificante transformación, un imperceptible descascarar de la pintura que el hombre no llegó a registrar, porque la bala que atravesó la puerta y entró en su frente tenía una velocidad superior a la del sonido, por lo tanto el hombre ni siquiera llegó a oír el estampido. Los jugos gástricos de los intestinos habían demorado más de dos horas en llevar al hombre a ese baño, a esa cita con esa bala y cuando la nada estalló en su cabeza, la muerte arrasó el pensamiento tan bello del palacio indio, las piedras preciosas de sus paredes se volatilizaron entre los mármoles y las puertas trabajadas, desaparecieron las aguas y los jardines, las cúpulas y los cielos. El asesino guardó su pistola en la sobaquera después de haber retirado el silenciador. La velocidad de la oscuridad había llegado a esa vida con la velocidad de la luz. Infinitamente más lenta, la materia fecal seguía su camino hacia el fondo del inodoro.


OLVIDO
Orlando Van Bredam
Argentina (1952)

Lo terrible sucede una mañana de éstas. Usted sale de su casa y olvida la cara en el espejo. Anda todo el día sin saberlo. Es decir, que nadie se lo dice. Nadie le reprocha tanta lisura, esa página neutra en lugar del rostro. En realidad, usted piensa que nadie lo mira ni lo ha mirado nunca, preocupados como están los demás por sus propias arrugas. Pero no es así. Ellos murmuran. Y el murmullo crece como una música indeseable. En voz baja, con guiños cómplices y esquelas anónimas que cruzan la oficina, conspiran contra usted. Tampoco sus vecinos o su mujer o sus hijos le señalan el olvido. Nadie parece advertirlo. Tampoco usted, lógicamente, que al mirarse nuevamente en el espejo, recupera la cara perdida.