19 de enero de 2009

John Banville: "Quiero que mi prosa tenga la densidad y la exigencia de la poesía"

El irlandés John Banville (1945) es, hoy por hoy y al decir de la crítica especializada, uno de los escritores contemporáneos más destacados. Para el novelista británico Martin Amis (1949), "su prosa es un deleite incesante y corresponde a la de un maestro"; para el escritor estadounidense Don DeLillo (1936), "tiene el oscuro don de ver el alma"; para el crítico literario francés George Steiner (1929), "es el escritor de lengua inglesa más inteligente, el estilista más elegante". En su considerable obra, que por cierto llegó a la Argentina con retraso, se ha mostrado como un maestro de la primera persona, aprovechando al máximo las posibilidades expresivas de ese estilo. En primera persona ha escrito los relatos de serie negra "The book of evidence" (El libro de las pruebas) y los tres policiales clásicos firmados con el seudónimo de Benjamin Black: "Christine falls" (El secreto de Christine), "The silver swan" (El otro nombre de Laura) y "The lemur" (El lemur); la novela de espionaje "The untouchable" (El intocable); la novela de suspenso "Athena" (Atena), y las novelas góticas "Ghosts" (Fantasmas) y "The Newton letter" (La carta de Newton). Para muchos, no obstante, no es un autor cómodo o complaciente y se lo ha etiquetado como "escritor de escritores". Lo concreto es que en 2005 ganó con "The sea" (El mar) el muy codiciado premio Booker, lo que lo acercó a un público más masivo. Otras de sus obras editadas en castellano son "Shroud" (Imposturas) y "Eclipse" (El eclipse). Banville, habitual colaborador de "The New York Review of Books", charló en Dublín con la periodista argentina Matilde Sánchez (1958) sobre su obra y las novelas negras escritas bajo el nombre de Benjamin Black. La entrevista fue publicada por la revista "Ñ" nº 277 del 17 de enero de 2009.Usted ha escrito en primera persona varios de sus libros. En todos los casos se trata de tramas de pretexto, fósiles atrofiados que sustentan esa voz mientras busca comprender lo que se ha perdido.

¿Acaso todo el arte no gira en torno de lo que se ha perdido, sobre la pérdida de la infancia, por ejemplo? Siempre ha sido así, incluso la novela negra cuenta la pérdida o los destrozos que conlleva el delito.

La infancia, en su caso, es "El mar", que le valió el Premio Booker en 2005.

Antes del premio yo fui ignorado. No, me ocurría algo peor: era un autor consagrado por la crítica. Me colgaron el peor título nobiliario, el de "escritor para escritores".

La protagonista de "El otro nombre de Laura", su segundo policial bajo el heterónimo de Benjamin Black, es iniciada en los vicios por los tres hombres pérfidos de su vida. Es casi un guión.

De hecho, surgió como guión para un teledrama. Pero finalmente decidí convertirlo en una novela de Benjamin Black. En cuanto al heterónimo, nunca me propuse ocultarme detrás de un seudónimo. En mis libros anteriores hay un personaje del que tomé el nombre, Benjamin White, pero quise adecuarlo a la novela negra... Estos policiales en verdad coinciden con mi devoción por algunas obras de George Simenon. Y pensar que durante años nunca conseguí terminar un libro con el inspector Maigret, que me parece de pura fórmula. Pero "La neige était sale" (La nieve estaba sucia) y "Le coup de lune" (El efecto de la luna) me parecen obras maestras del siglo XX. ¡Y además las escribió en dos semanas!, como hizo sus más de cuatrocientas novelas. En los años '30 Simenon tuvo un romance con Josephine Baker pero fue él quien rompió porque, según le dijo, ese año con ella sólo consiguió escribir tres libros y así la cosa no podía continuar...

El último de su saga, "El lemur", apareció como folletín en "The New York Times". Hay un intento de llegar a los lectores con una trama policial más clásica, al público masivo que esquiva a Banville por su complejidad. ¿Quiso saciar al mercado o a los editores; cree que Black puede llevar lectores a Banville?

No, no me hago ilusiones. Para leer a Banville se debe poner muchísima atención. Durante un tiempo llegué a pensar que crear a Black fue un error, pero ahora advierto que fue parte de una búsqueda literaria. Yo venía escribiendo en primera persona desde comienzos de los '80 y necesitaba un cambio de registro. Black fue una solución pero no lo advertí mientras escribía. Lo que estoy haciendo ahora es muy distinto de lo que ya he hecho. Mi nueva novela estará lista en dos años y será una investigación en tercera persona y hay una mayor apuesta a la creación de personajes. La invención de Black seguramente ayudó. Ahora bien, no voy a fingir, Black es comercial, es un trabajo. Con Black me dije que daría a los lectores una prosa tan clara como fuera posible. Haría un policial con estilo elegante y estilizado respetando una regla a rajatabla: no escribiría con clichés.

Confesiones y evocación: ¿su punto cardinal sería el registro de una voz, una primera persona absoluta? Por esa voz, el ensayista George Steiner escribió que usted es "el mayor estilista de la lengua inglesa".

No le haga caso, el viejo Steiner se acordó de mí sólo para recordarnos a todos que él ya había escrito sobre el espía Blunt... Mire, es lo opuesto de lo que me fascina de esas obras de Simenon: ¡él no necesita de tanta intimidad! Alcanza una inmensa potencia sin cultivar un tono de voz propio, sin que lo oigamos a él. Su gran talento, que ni Black ni yo tenemos, le permite precisar una escena en apenas dos renglones. ¡Es que yo odio vivamente todo lo que escribo! Mis libros me hacen sentir avergonzado... Son mejores que los del resto de mis contemporáneos, desde luego, pero eso de ninguna manera me alcanza...

Después de tanta querella entre vanguardia y mercado, ¿qué es una buena novela hoy?

Para mí la novela es una forma capaz de pensar por sí sola, aunque esto no postula que sea una rama de la filosofía. Pero sí propone sus propias conclusiones. Es el instrumento que nos permite acercarnos cada vez más a un objeto, con obsesión. Cuando uno escribe sobre personajes, sus acciones y odios, termina escribiendo sobre algo que en verdad existe. Yo procuro enfocar algo no como referencia de lo real sino buscando aislar el hecho; para eso la primera persona es fundamental. Mi nuevo experimento ahora es enfocar sin depender del poder encantatorio de una voz singular.

Usted es considerado un conservador, incluso arcaizante, ¿cuál es este experimento?

Me refiero al desafío, ¡yo detesto las vanguardias! Usted sabe, en las primeras décadas del siglo XX la novela tomó dos direcciones, la de Henry James, cuyas últimas novelas llevaron la novela a una perfección antes inconcebible -me refiero a "The ambassadors" (Los embajadores) y "The golden bowl" (La copa dorada)- y la de Joyce. Cuando se publicó el "Ulysses" (Ulises), claro, todos quedaron hipnotizados, de pronto la novela podía contenerlo todo. Pero fue James quien llevó la novela al rango de obra de arte que antes no tenía. Debe recordar que la inmensa cantidad de temas que provee Irlanda han sido agotados hace rato. Tuvimos numerosos maestros universales, Jonathan Swift, William Yeats y Bernard Shaw. ¡Nosotros no hemos tenido casi escritores menores! Hay quienes ven en mi obra la influencia de Joyce o de Beckett pero bueno, siendo irlandés es difícil escapar a eso... Beckett llevó la primera persona en prosa a un nuevo rango poético; estoy dispuesto a integrar su "bando" con más docilidad que el "bando de Joyce". Pero si quiere saber de quién tomo el ideal, es de James; se acerca más al tipo de artista que me interesa.

¿Y a qué contemporáneos lee?

Prácticamente a ninguno, no me interesan, ya no leo ficción nueva. Sí leí "Austerlitz", de Sebald. Me pidieron que escribiera una reseña pensando que lo iba a destripar pero no fue así, me gustó muchísimo. Después procedí con toda su obra, "Die ausgewanderten" (Los emigrados) es su mejor libro. Me pareció un acontecimiento -y esto, a pesar de los encendidos elogios de Susan Sontag y la "troupe" glamorosa neoyorquina-. Pero después, alguien, un autor joven, dijo de Sebald que era "puro kitsch" y me resonó. Podría tener razón a fin de cuentas, ¿quién sabe?

En todo caso, ¿ese "kitsch" no será efecto de una nostalgia abrumadora?

A mí, Sebald no me resulta tan nostálgico. Y sí creo que él estaba haciendo algo distinto. Yo veo gestarse una novela futura, yo no llegaré a verla en su culminación pero sí percibo indicios; vendrá por el lado de Sebald, o de "Danubio" (El Danubio) de Claudio Magris, o "Le nozze di Cadmo e Armonia" (Las bodas de Cadmo y Harmonía) de Roberto Calasso, una forma narrativa que no es ficción, poesía, historia ni filosofía y sin embargo, tiene ingredientes de todas ellas.

Magris, Sebald, Calasso, todos ellos autores muy influidos por los ensayos breves de Borges. Sin embargo, a usted Borges no le gusta.

Bueno, es que le encuentro ciertos límites. Acuerdo con Nabokov; él dijo que cuando empezó a leer a Borges pensó que había descubierto una catedral y que después se encontró en una sala... Algunas de sus piezas son perfectas pero las encuentro carentes de pasión. Y cuando se despacha con los gauchos esos, bueno, ya no le creo una palabra.

Sin embargo, Nabokov hizo un uso intensivo de Borges. Y también Joseph Brodsky, ¿no?

No me gusta Brodsky. Hay una diferencia entre la imitación y el fraude. El imitador no sabe que lo es; en cambio el fraude es intencional, alevoso. Brodsky fue un autor auténtico mientras escribía en Rusia. Era un bardo ruso con todas las de la ley, se lo aseguro, yo lo vi recitar. Nunca leía, dejaba que el alma poética rusa fluyera de él hasta que esa alma lo cubría por entero como un unto pegajoso... El peor error que pudo cometer Brodsky fue emigrar a Occidente. En una instancia semejante, Nabokov llevó la imitación del inglés a la cumbre. Como verá, mi espectro literario es muy limitado. No soy uno de esos amantes de la literatura y la humanidad... Pero cuando aprecio a un autor, lo amo intensamente.

¿Cómo surge cada libro?

Con una figura geométrica, una forma en el espacio y una tensión en mi cabeza. Y esto debo convertirlo en palabras, bajarlo a una página. Es muy parecido a lo que siente un compositor. Un músico amigo me dijo una vez, "Oigo un grito en la cabeza y debo participarlo a una orquesta". Es una compulsión, ¿qué otra cosa puede ser? Ahí estoy, horas enteras solo en mi escritorio durante más de cuarenta años contando historias absurdas, tratando con obsesión de que salga bien y sabiendo que nunca voy a conseguir lo que quiero. Y al mismo tiempo, no puedo hacer otra cosa. No es una vida digna para ningún ser humano... Incluso ante los buenos escritores, el lector puede ausentarse un rato mientras lee, pensar en otra cosa y volver a las dos o tres páginas. Conmigo no es posible; hay que estar concentrado a cada renglón porque la trama no cuenta, los personajes son menores y lo único que vale es esa voz obsesiva.

"El intocable" se basa en el famoso caso de los dobles agentes de Cambridge; "El libro de las pruebas", en un asesinato ocurrido en Irlanda. Por lo general, sus "formas geométricas" tienen un núcleo delictivo.

¡Oh, sí, a menudo saqueo vidas reales! Pero las vuelvo ficción, ya no son reales para mí. Se puede inventar cualquier cosa, hacer que cualquier cosa ocurra si uno se concentra lo suficiente. "El intocable" es una buena muestra de mímesis pero fue fácil hacerlo. Lo escribí en poco menos de dos años y vi el manuscrito hace poco y prácticamente no había ningún paso en falso. "Imposturas", mi novela más oscura y lograda, fue más difícil, una historia de amor de alguna manera, aunque sea amargo el final. Tomé como base al filósofo del lenguaje Paul de Man. Yo estaba en Bélgica dando unas clases y un académico me comentó sobre las piezas escritas por De Man en su juventud, textos a favor del nazismo. Y yo pensé que me habría gustado encontrarlas a mí...

Lo que usted dice se identifica con la poesía.

Es que quiero que mi prosa tenga la densidad y la exigencia de la poesía. Un amigo escritor dice que existen el verso y la prosa, y que la poesía puede ocurrir en cualquiera de esos dos envases.

Uno de sus libros más perfec­tos es "Atena".

Es bueno, pero tampoco fue el furor. ¡Y eso que allí les di todo! Les di sexo, violencia, un misterio, ¿qué más me pueden pedir? Ni aún así corrieron a comprarlo.

Nadie corre por un libro ahora. Pero usted ya tenía una excelen­te reputación crítica.

Bueno, sí, no hay nada peor... Hasta el Booker fui muy ig­norado, bueno, tenía tres mil lecto­res, es cierto, lo cual es bastante, el promedio máximo de los bue­nos libros en el mundo entero. El mismo Borges comentaba que sus primeras obras las repartió entre siete amigos; y después sus ensayos en una revista tuvieron setenta lectores, hasta que sus libros vendieron siete mil ejemplares y él pensó: "¡Siete mil lectores, qué intri­ga!, ¿quiénes serán?". La pérdida de lectores es la letanía habitual. Martin Amis hizo una broma genial: el laureado escritor se le­vanta, se encamina al apretón de manos con el rey de Suecia al reci­bir el Nobel y lo primero que hace es llorar porque es leído menos de lo que se merece... La autoridad de la que gozaban los escritores y críticos en los años '60 no volverá a repetirse, a menos que un cata­clismo o una guerra mundial nos redujeran a un mundo de simpli­cidad en el que la tecnología se esfumara y volviéramos a ence­rrarnos en la palabra. El mundo cambió. Hoy es el turno de los creadores del rock y el pop, y tal vez no esté mal. La gente es más feliz hoy que cuando los novelistas eran héroes. Por otra parte, no soy un hombre para las cruzadas... No me importa tanto la gente, le con­fieso. A los artistas nos importa menos la realidad que el artificio. Estamos dispuestos a comernos a nuestros hijos y a vender a nuestra mujer si es necesario para nuestra obra. Yo no tengo opiniones que comunicar pero sí tengo cosas que escribir. En la otra vereda, la mayor parte de los escritores sólo están haciendo tiempo. O dinero. Nunca surgen más de dos o tres autores valiosos por generación. Por momentos se vuelve inhu­mano escribir novelas. Requieren ocio y entrega de largo aliento. La forma misma ya no puede conte­ner el tiempo que lleva escribirlas. Si miro mi vida, es inaudito sólo compararla con la revolución tec­nológica. Cuando empecé, tenía que hacer copias con papel carbó­nico y había que teclear con fuerza para que las letras se copiaran en la tercera hoja. Por eso creo que se está gestando una nueva forma, que no es la novela de los siglos XVIII y XIX. Claro que se puede escribir acorde a la vida actual, puede uno mantenerse en la superficie de las cosas y conseguir una buena novela. Pero escribir de verdad es una tormenta en el mar, uno busca descender más y más a la profundidad. En la super­ficie encontrará acción, olas y tem­pestad, pero abajo el agua sigue quieta, apenas hay sonido y reina el azul profundo. Allí es adonde busca hundirse el artista.