18 de febrero de 2009

Roberto Fernández Retamar. Apuntes sobre la América misteriosa (3)

El 6 de noviembre de 1991, en La Habana, Cuba, el escritor chileno Sergio Marras (1950) realizó la entrevista cuya tercera y última parte sigue a continuación, al poeta y ensayista Roberto Fernández Retamar (1930). La misma pasó a formar parte del libro "América Latina. Marca registrada" (1992) que incluye sendas entrevistas a otros quince escritores latinoamericanos y caribeños. Así como se ha destacado como poeta, Fernández Retamar indudablemente se ha convertido en un hito fundamental, en una referencia ineludible sobre el estado de la cultura latinoamericana a través de su producción ensayística. Esta se compone de: "La poesía contemporánea en Cuba. 1927-1953", "Idea de la estilística", "Papelería", "Ensayo de otro mundo", "Introducción a Cuba. Historia", "Calibán", "El son de vuelo popular", "Lectura de Martí", "Para una teoría de la literatura hispanoamericana", "Acerca de España. Contra la leyenda negra", "Nuestra América y el Occidente", "Introducción a José Martí", "Calibán y otros ensayos. Nuestra América y el mundo", "Algunos problemas teóricos de la literatura hispanoamericana", "Para el perfil definitivo del hombre", "Entrevisto", "José Martí: semblanza biográfica y cronología mínima", "Naturalidad y modernidad en la literatura martiana", "Algunos usos de civilización y barbarie", "Ante el Quinto Centenario", "José Martí. La encarnación de un pueblo", "Fervor de la Argentina. Antología personal", "Cuando un poeta muere", "Nuestra América: cien años, y otros acercamientos a Martí", "Todo Calibán", "Cuba defendida", "Recuerdo a" y "La poesía, reino autónomo". La entrevista vale por las respuestas del poeta, más no por las preguntas del entrevistador, que casi en ningún momento de la misma se mostró a la altura de las circunstancias.La idea de que el desarrollo del pensamiento se ha empobrecido me parece fundamental. ¿Cómo ve el desarrollo del pensamiento propio en América Latina?

En la derecha lo que veo es una osificación y un retraso pavorosos. Cuando oigo hablar de la nueva derecha, me hace mucha gracia. Parece un sintagma francés, porque los franceses, como todos sabemos (Ernesto Sábato se ha burlado de eso), a cada rato reúnen un grupo de figuras y le llaman nuevo algo. Esto de nueva derecha me recuerda eso mismo, es una "contradictio in terminis", puesto que la derecha, por definición, es vieja, y esta supuesta nueva derecha es aún más vieja. No veo ningún aporte, absolutamente ninguno, en que se nos plantee como proyecto para la América Latina lo que estamos haciendo hace ciento cincuenta años: una nueva versión del liberalismo. En otras palabras: nos plantean, como porvenir, el pasado.

¿Y la izquierda?

En cuanto a la izquierda, hablando "grosso modo", no cabe duda de que una parte de ella está, como es natural, conmocionada por las cosas que han ocurrido, conmocionada por la avalancha de publicidad que tiene la llamada nueva derecha y que parece que se traga todo. Pero hay otra parte de la izquierda latinoamericana que no se comporta en absoluto así. En primer lugar, en la América Latina ha habido a lo largo de estos años aportes nada carentes de interés en cuanto al pensamiento; en las ciencias sociales, por ejemplo. Pensemos lo que pensemos de la teoría de la dependencia, fue una contribución latinoamericana a las ciencias sociales no exenta de valor; pensemos lo que pensemos de la Teología de la Liberación (que, por supuesto, tiene muchas raíces en otros lugares: bastaría pensar en los curas obreros en Francia, la revista "Esprit" de Mounier, etcétera), en general, es un aporte latinoamericano importante. Me parece que con todos los altibajos del pensamiento propio del materialismo dialéctico e histórico, tiene también interesantes contribuciones en la América Latina.

Aunque hoy día son puros cadáveres... Usted está hablando de los años '60...

Pienso que la mediación por la cual Martí es actualizado a través de la Revolución Cubana es algo importante. La mediación, sobre todo de Fonseca, por la cual las obras e incluso el pensamiento de Sandino han sido actualizados es una cosa verdaderamente importante. Creo que hay en estos momentos barruntos de lo que debe ser, vamos a llamarla así, una nueva izquierda. Hay viejos gladiadores que mantienen su bandera. Pienso en Uruguay, donde hay gente como Benedetti, como Galeano; en México, gente como Pablo González Casanova, como Alonso Aguilar. Pero todo está en un proceso de replanteo y tenemos que estar muy abiertos a la realidad, más que nunca tenemos que ser alumnos de la realidad y, en lugar de imponerle dogmas y esquemas, muchos de los cuales han resultado desastrosos, estar atentos. Y esto no está ausente en los mejores y más coherentes y audaces pensadores de izquierda de la América Latina.

¿Pero no encuentra que el pensamiento de izquierda en América Latina está en una profunda crisis?

Sí, yo creo que sí. Pero crisis no quiere decir necesariamente aniquilamiento, aunque negarla sería querer tapar el sol con un dedo. No me cabe la menor duda: estamos todos obligados, como le decía, a un replanteo, a un repensamiento, a una relectura, como está haciendo la derecha. Por ejemplo, en el número de julio de "Vuelta", la revista que dirige Octavio Paz, hay lo que ellos llaman una vindicación de Edmund Burke, un importante escritor inglés que en 1790, al año siguiente de estallar la Revolución Francesa, escribió el primer gran texto contra esa revolución. Se llama "Reflections on the Revolution in France" (Reflexiones sobre la Revolución Francesa), y su autor es uno de los primeros escritores contrarrevolucionarios. Lo digo como mera descripción, no en un sentido moral. No es extraño que "Vuelta" haga la vindicación de Edmund Burke, porque al principio esta nueva derecha quería presentarse como heredera de los auténticos cambios que se debían hacer y que habían sido -decían- traicionados por llamados revolucionarios. Pero a medida que van pasando las cosas, se van quitando la careta y tranquilamente hacen la reivindicación de sus antepasados, es decir, de los contrarrevolucionarios de todas las épocas... Creo que lo que debe hacer la izquierda es también releer a nuestros clásicos, incluyendo muchos clásicos de nuestro continente; y sacar también conclusiones, por supuesto, de otras partes del mundo. Quiero llamar la atención sobre el hecho de que pocas veces hablo de Latinoamérica. En una carta, usted decía que era un mito francés. Yo prefiero hablar de nuestra América, que es la denominación que Martí le dio desde muy joven, desde los años 1875 a 1878, cuando estuvo en México y Guatemala, y sobre todo en su mejor ensayo, que se llama así, "Nuestra América". Pero nosotros no decimos "nuestroamericanos", y hay que decir latinoamericanos y caribeños. Creo que entre las tareas que tiene la izquierda en la América Latina está sin duda alguna volver a leer la historia con los ojos actuales, con los ojos de 1991. Hay que volver a leer nuestra historia desde la perspectiva de esta fecha, sin por eso bajar nuestras banderas y aceptar todas las boberías que vienen de la derecha.

Una buena parte de la izquierda latinoamericana que intenta hacer esa relectura va llegando a posiciones que podrían llamarse de derecha, por lo menos en el plano económico...

Es posible, pero ya no es izquierda: es derecha.

Es un fenómeno indudable. ¿Qué siente con eso?

Para la izquierda es un momento malo, indudablemente. No es el final, como le decía, pero es un momento malo. Una de las cosas que usted menciona y que está ocurriendo, es que en la discusión llega un momento en que se pliega la bandera y se acepta la bandera de la derecha. Por ejemplo, cuando se habla de desideologización y se acepta ese criterio de franca raíz derechista, por supuesto ya se ha pasado de hecho al terreno de la derecha, cosa nada nueva. En el momento en que campea por su respeto la más cruda ideologización de derecha, a eso se lo llama desideologización. Naturalmente, allí hay una trampa. Como con la democracia. La democracia ha pasado a ser un término que no se cae de la boca de aquellos que practican la democracia como yo hablo el persa. Estamos en presencia de una gran tergiversación verbal. Por eso le decía que añoro ciertas formas del siglo XIX en que se tendía a llamar las cosas por su nombre. En el siglo XIX, en lugar de decir: los Estados Unidos quieren atacar a Cuba porque en Cuba se violan los derechos humanos y porque no hay pluripartidismo, se decía tranquilamente: "Esto es nuestro porque lo queremos". "Nos apoderamos de la América Central porque lo queremos, punto". Ahora todo se ha vuelto, en manos y bocas de ciertas personas, un verdadero guirigay, donde generalmente las cosas quieren decir lo contrario de lo que se dice. Por ejemplo, conservadores son los que siguen creyendo en la posibilidad de la revolución, y reformistas son los que están a favor del capitalismo. Hay que volver a hacer aquello que Flaubert propuso: el diccionario de las ideas recibidas. Y hacer un lindo diccionario de disparates que están hechos con toda intención, con toda mala fe.

¿Hasta qué punto esto no ha sido provocado también porque el pensamiento de izquierda no ha sido eficiente?

Es cierto, se produjo una osificación contra la cual se levantó muy crudamente, por ejemplo, el Che. Y no cabe duda de que eso ocurrió, y además tenemos casos de veras dramáticos, ya que países que se decían socialistas habían congelado el desarrollo del pensamiento. Yo, por ejemplo, como artista, como poeta, sentía como una cosa monstruosa el llamado realismo socialista. Por suerte, entre los errores que cometimos y entre las cosas que copiamos no se encontró la de implantar ningún realismo socialista en Cuba. Lo mismo ocurrió con las ciencias. Soy lo bastante viejo para recordar haber recibido un boletín de la legación de la Unión Soviética donde se condenaba la recién nacida cibernética, porque era una disciplina típica del capitalismo deshumanizador, etcétera. También he leído en revistas soviéticas inculpaciones contra músicos decadentes como Haendel, Bach, etcétera. Desastroso, y eso, sin lugar a duda, ha echado una sombra. Creo que en la América Latina se han hecho esfuerzos considerables en las ciencias sociales, pero no al nivel que alcanzó la literatura, especialmente la narrativa. La poesía ya había alcanzado ese nivel mucho antes, desde Darío, la vanguardia, hasta nuestros días. No creo que las ciencias sociales hayan estado, francamente, a ese nivel, con perdón de mis hermanos científicos sociales; ya veremos cómo arreglamos después esto para no buscar más líos de los que ya tengo.

Ese punto es interesantísimo, lo quiero tocar inmediatamente después. Para terminar con lo de la osificación del pensamiento de izquierda: Cuba ha sido vanguardia y oráculo de ese pensamiento en América Latina. ¿Hasta qué punto cree usted que la osificación ha llegado o ha partido de aquí?

También sin duda la ha habido. Incluso un crítico cubano muy bueno, Ambrosio Fornet, habló de lo que él llamó el quinquenio gris, entre 1971 y 1975. Quizá no fue tan quinquenio, algunos piensan que fue más. De lo que no hubo duda es de que hubo una osificación. La fecha a partir de la cual se nos complica mucho la vida es la de la muerte del Che. Desde 1967 y 1968, con la muerte del Che, que significó, por el momento, el no cumplimiento del proyecto revolucionario continental. ¿Qué implicó la muerte del Che? Posponer ese proyecto. Y Cuba vivió un momento muy duro, estuvo sola de toda soledad. Mal avenida con la izquierda tradicional del Continente, mal avenida con los países llamados socialistas, y desde luego con los Estados Unidos, ¿qué hacer en esa situación? Cuba no tuvo más remedio que integrarse al Consejo de Ayuda Mutua Económica, y ese es el momento en que la frescura y la originalidad iniciales de la Revolución Cubana se estrechan por tales vínculos. Como una manera de sobrevivir, nos integramos más de lo que era prudente a ese supuesto socialismo real, con las consecuencias dramáticas que estamos viviendo ahora. El problema es ni elogiar ese quinquenio gris en su aspecto intelectual, porque sería una mentira, ni dejar de situarlo en un contexto específico para comprenderlo. Yo no voy a elogiar los errores de la Revolución, pero no puedo olvidar que al ser errores de la Revolución son también mis errores. Sí creo que hubo en Cuba un proceso de osificación ideológica en esos años. La creación del Ministerio de Cultura en 1976 fue en cierta forma el inicio del final visible de ese período, pero el problema es que el oscurantismo, el dogmatismo, no son sólo etapas, son también líneas, y solemos designar a la etapa con la línea hegemónica, que nunca es la única. Una etapa dogmática no es la etapa en que sólo hay dogmatismo: es la etapa en que predomina el dogmatismo, y una línea audaz y revolucionaria no es la etapa en que sólo hay audacia y pensamiento revolucionario, sino en que son hegemónicos la audacia y el pensamiento revolucionario.

¿Después de esos fracasos ve a América Latina de capa caída, entonces?

Ha pasado de moda la América Latina, y como moda está bien que pase, la moda debe pasar. La moda va y viene, lo saben bien las damas: la minifalda, la maxifalda, suben y bajan de manera harto conspicua; pero la moda no debe interesar mucho a nadie, así como tampoco el éxito. Los espíritus superiores no trabajan a favor del éxito, sino contra él, decía Martí. El ejemplo de Vallejo es un caso patético, tremendo. Incluso el tercero de sus grandes libros de versos se publicó póstumamente en condiciones bastantes precarias: "Poemas humanos". Pero eso de que nuestra América esté de capa caída es parte de la situación general de los países europeos. Por razones diversas, estamos vinculados a lo que se llama ahora el Sur. La situación nuestra en este momento es francamente dramática; nuestra, quiero decir, del Sur en general. Al desaparecer la polaridad Este-Oeste que tenía miles de desventajas que ya sabemos, pero que por lo menos tenía la ventaja de que los Estados Unidos no disponían enteramente de sus manos libres; al desaparecer esa polaridad, se agrava otra polaridad que ya existía, que es la de Norte-Sur. Y me siento bastante preocupado respecto al porvenir del Sur. En el año 2000, los habitantes del llamado Sur serán las cuatro quintas partes de la humanidad. Entonces tenemos que sentirnos preocupados no sólo por el Sur, sino también por el Norte. ¿Es posible que el Norte sobreviva a la catástrofe del Sur? Por supuesto, los primeros enfermos que mueren son los pobres. ¿Pero de dónde salen los choferes, los jardineros, las cocineras, sino de los pobres? Y finalmente la enfermedad llega también a los ricos y se mueren todos. Unos se mueren antes que otros, así de sencillo. Entonces me preocupo, tengo derecho a preocuparme por la humanidad. Nosotros tenemos una visión brutalmente antropocéntrica de la realidad, visión no avalada por nada, ni autorizada por nadie. Antes que nosotros, hubo muchas especies que se extinguieron, y el ser humano no es más que una especie entre muchas. Pensar que somos el fin de la evolución no tiene pies ni cabeza, y tal como van las cosas, si no mejoran, no hay porvenir para la especie homo sapiens. La civilización occidental es la más devastadora de todas las civilizaciones que el ser humano ha producido en su historia. Primero acabó con las otras civilizaciones, o las diezmó o las empobreció, y ahora está empobreciendo el planeta. Esta es mi preocupación. Me parece que debo llevar adelante y defender mi Revolución con uñas y dientes porque es la partecita de la historia que me tocó. Pero lo hago pensando en la humanidad; así, cuando digo patria, como postuló Martí, digo humanidad. Es aquella parte de la humanidad donde me tocó vivir y cumplir con mi deber.

Tanto por factores externos como por factores internos, la existencia de la Revolución cubana está en un grave peligro. Desde el punto de vista suyo, como escritor cubano, ¿cómo salvaría esa Revolución?

El primero de enero de 1959 no es sólo el inicio de la Revolución Cubana, sino el de la independencia cubana. Nosotros fuimos cerca de cuatrocientos años colonia española, sesenta años protectorado o neocolonia yanqui. Tenemos sólo treinta y dos años de independencia. La Revolución acabó por fundirse con la nación misma, y en este momento están en grandes riesgos de extinción ya no sólo la Revolución, sino la nación, y eso es grave. Vivimos una situación límite, pero en esa situación límite, curiosamente, las artes -por lo menos, según mi experiencia, la poesía- pasan a un primer plano. Vivimos una situación límite y en medio de esa situación límite, al menos la poesía surge indetenible.

¿Le gustan las situaciones límite?

No me siento satisfecho de vivir una situación límite, preferiría que no fuera así, como es natural. Pero, como le digo, para la poesía no es de ninguna manera una coyuntura en que se deba detener. De hecho, aquí en Cuba, en condiciones muy duras, durante este siglo, hemos vivido todo lo habido y por haber, incluidas dos terribles tiranías, la de Machado y la de Batista. El arte tiene un reino autónomo, tiene un reino propio, tiene sus propias incidencias y sus propias leyes, y es indetenible, está en el corazón del hombre. Si Aristóteles pudo decir, hace dos mil trescientos años, que el hombre es un animal político, hay que decir que es también un animal poético, y que está en el corazón mismo del hombre la creación de la poesía, del arte en general: con la poesía quiero nombrar al arte toda. Pero no aconsejo que nadie viva situaciones límite para hacer poesía, no soy de aquellos a quienes les gusta que la gente sufra porque sufriendo se produce más, no. Yo creo que hay mil fuentes de sufrimiento, sin necesidad de situaciones límite. No quisiéramos vivir este momento, no lo quisiéramos vivir, pero se nos ha impuesto y tenemos el deber moral de asumirlo como tal.

Como cubano, ¿le ve alguna salida a esta situación límite?

Con razón el país está acometiendo distintas tareas y acometerá otras. Reajustes, reacomodos, como se quiera llamar. Puesto que no pensamos suicidarnos, pensamos salir a flote de esta situación mala. Esta situación mala supone dificultades económicas muy grandes, y en consecuencia implica también audacia económica grande para hacer frente a la realidad. Tengo esperanza, tengo fe, tengo la certidumbre de que se encontrará una salida, que no se aplastará económicamente a Cuba, aunque ese es el proyecto del gobierno norteamericano, ahogarnos para provocar un malestar interno inevitable en situaciones de escasez, de dificultades y, de esa manera, hundir la Revolución Cubana, que es el sueño que tienen desde hace treinta y dos años, y por tanto uncir Cuba al carro de los Estados Unidos, que es su sueño desde hace dos siglos. Nosotros no somos más que los modestos continuadores de quienes impugnaron ese sueño anexionista que ya expresó Jefferson en 1805. Creo que haremos sacrificios y pasaremos por etapas aún más difíciles, pero que a la postre encontraremos una salida. Somos diez millones de personas, no somos muchos.

¿Podrán dar de comer hasta entonces?

Espero que se resuelva, con grandes dificultades, el problema alimentario, como el problema del petróleo. Cuba no tiene fuentes energéticas. No tiene petróleo, no tiene carbón, ni tiene grandes caídas de agua. Estamos buscando petróleo, a lo mejor aparece. Ha aparecido, pero poquito. Sin embargo, recuerde que estamos en la zona petrolera que va de Texas a Trinidad y Tobago y Venezuela. Tiene que haber petróleo, pero no lo hemos encontrado. Así y todo le insisto en que encontraremos algún tipo de salida, estoy seguro, tenemos que quererlo y hacerlo. Me es difícil desvincular de esta realidad bastante dramática mi vida como intelectual, como escritor, pero lo que sí puedo decir, aunque parezca paradójico, es que siento que Cuba está viviendo no sus últimos días, como dicen los yanquis y repiten algunos despistados, sino unos nuevos primeros días. Eso es muy riesgoso, pero es lo que creo que pasa. Desde el punto de vista intelectual, ese período de estrechez de que hablamos, ese famoso quinquenio gris, no debe repetirse en absoluto. Creo que Cuba ha reconquistado la libertad y la audacia que caracterizaron a la Revolución Cubana en sus primeros años. Como todo en la vida, tiene un alto precio. Vamos a salir de este bache, de este atolladero, más fortalecidos. Si no saldremos semidioses, por lo menos saldremos más fuertes. Semidioses ya sabemos que no somos. Nietzsche ha dicho la palabra definitiva sobre eso: "Si Dios existe, ¿por qué yo no soy Dios?". No esperamos ser Dios, queremos sencillamente ser lo bastante fuertes para cumplir las tareas que tenemos que acometer, y confío en que así va a ser. Y como artista, como poeta, no separo una cosa de otra; yo no tengo una concepción política de la vida, tengo una concepción poética de la vida. Lo que pasa es que la política, cuando es asumida como un hecho moral, es también un hecho poético.

Ustedes los cubanos siempre han sido muy defensores de la identidad latinoamericana... ¿Sigue creyendo eso? ¿En qué consiste?

Los muchachos suelen ser muy pedantes y mis compañeros y yo no fuimos una excepción. Cuando estudiábamos filosofía, habíamos llegado a la conclusión de que el planteo de Parménides y el de Heráclito eran conciliables: Parménides dice que todo ser es idéntico a sí mismo, y Heráclito dice que todo fluye, y esto nos hizo concluir que todo ser está siendo igual a sí mismo. En sólo este sentido me interesa el tema de la identidad, porque si no, puede convertirse en una frase retórica. Creo que sí existe una identidad, llamémosla latinoamericana y caribeña, a la que se refieren muchos textos, por ejemplo "Nuestra América", de Martí. Es una declaración de la identidad latinoamericana, pero en un sentido progresivo, en una especie de gerundio. No es una cosa que existe de una vez y para siempre, sino una cosa que se va haciendo a través de lo que se suele llamar nuestro sincretismo, palabra que no me gusta y además es bastante confusa. Se dice que nuestra cultura es sincrética porque reúne líneas provenientes de fuentes muy diversas. Entonces me pregunto: salvo casos rarísimos, ¿qué culturas no son sincréticas? Si hay una cultura sincrética es la cultura occidental, que se forma sobre la base de las cosas más heterogéneas: una creencia religiosa semita, la filosofía de los griegos -que por otra parte tanto le debían a los egipcios-, las leyes romanas, las costumbres llamadas bárbaras de los germanos, la influencia de los árabes, de los bizantinos. A toda esta amalgama la llamamos cultura occidental. Nosotros tenemos una maravillosa creencia popular en Cuba que se llama santería, el equivalente del vudú haitiano, y también se la llama culto sincrético. Pero, ¿qué culto más sincrético que el catolicismo, que fundió las cosas más increíbles de la Tierra, al incluir también creencias orientales, filosofía griega, etcétera, para llegar a ser con Constantino la religión del Imperio? No me siento por tanto contento al hablar de sincretismo, puesto que todas las culturas son sincréticas. Sí creo, a lo mejor me equivoco, que nuestra identidad tiene, sin embargo, un rasgo de universalidad que quizá no tienen otras culturas. A pesar de la evidente universalidad de la cultura occidental, hay ciertos parroquialismos en ella que hace a los occidentales entender al resto del mundo como un borrador o un aprendizaje de su propia cultura. Nosotros no tenemos eso, tenemos los ojos amplios, aunque le debamos mucho a la cultura occidental, ya que provenimos de ella.

Pero la cultura occidental lo es cada vez menos...

Claro. Tenemos herencias propias de todas partes del mundo. He escrito sobre esto en otras ocasiones, pero vuelvo sobre el principio. Me molestaría que se tomara identidad como un hecho estático, y ni qué decir como un hecho del pasado. Creo que es un hecho en marcha, que lo vamos realizando constantemente. Aquí en Cuba, por ejemplo, a finales del siglo XIX, un poeta magnífico, Julián del Casal, estaba muy influido por los franceses coetáneos suyos, y no faltó quien dijera que su obra no estaba en la tradición cubana. Pero cuando yo empecé a leer poesía (tenía trece años), la tradición cubana para mí estaba señoreada por Casal, quien había muerto medio siglo antes. El ya era la tradición cubana. Sólo en este sentido estricto hablaría de una identidad latinoamericana, que no le podría definir, pero que sí sé que existe. Yo no leo a Huidobro, Neruda, De Rokha, Manuel Rojas, qué sé yo, o a Borges o a Reyes como extranjeros. Siento que hay ya una unidad en el campo de la literatura y de ciertas artes, que anuncia esa unidad que políticamente no somos aún. Pero lo que tenemos en común nos permite considerarnos como latinoamericanos y caribeños. Le voy a comparar un caso extremo como Nicolás Guillén, que es evidente que tiene que ver con las raíces afroibéricas del Caribe, con otro extremo: Borges. A cada rato oigo decir, unas veces para bien y otras para mal, que Borges es un escritor europeo. Me parece un disparate, eso no tiene pies ni cabeza. No conozco ningún escritor europeo como Borges, para empezar. El mismo, en su magnífico trabajo sobre Kafka, decía que Kafka creó sus precursores. Borges es un escritor argentino por los cuatro costados y, además, específicamente bonaerense. Aunque no sepamos decir muy bien por qué, es porque existe una identidad latinoamericana de la que Borges se reiría. Pero la risa de Borges también forma parte de las producciones latinoamericanas.

Usted no ve ninguna posibilidad de que dentro de esta transnacionalización que está viviendo el mundo, donde ya los países pesan menos como países, esto que se llama América Latina sea reabsorbido, recolonizado?

No es imposible, no creo que sea imposible. De hecho, la historia está llena de proyectos que fueron a parar al basurero. Es decir, no veo por qué nuestro proyecto tiene todas las de ganar. Una de la cosas hermosas que tiene nuestro proyecto es que parece que tiene casi todas las de perder. Borges contaba que se fue a inscribir al Partido Conservador. Cuando llegó a la dirección en cuestión, ni siquiera los vecinos sabían dónde estaba la oficina. Finalmente Borges entró, se inscribió y cuando lo vieron salir alguien le preguntó: "¿Por qué se ha inscrito usted en el Partido Conservador, si sus perspectivas son nulas?". Y Borges respondió: "Un caballero sólo se adhiere a una causa perdida". La nuestra no es una causa perdida, pero está lo bastante amenazada como para que adherirse a ella sea propio de un caballero. De manera que subirme en el carro de los yanquis porque "inexorablemente van a ganar", ya es una meta repugnante que sería razón suficiente para que no me subiera a ese carro. Pero los que se montan en él, los que abandonan su bandera y aceptan banderas propias de los yanquis, francamente no son caballeros y no me gusta hablar con ellos. No nos vencerán.