4 de marzo de 2009

La deuda externa, Juan Bautista Alberdi y la acumulación de capital

Juan Bautista Alberdi (1810-1884) fue durante los crueles años de las guerras civiles en la Argentina (que ocuparon gran parte del siglo XIX), una figura central de la política. Su obra capital -"Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina"- escrita en 1852, fue el fundamento esencial para la Constitución Nacional de 1853.
Siempre polémico y controversial, en alguno de sus escritos puede leerse: "Aunque pasen cien años, los rotos, los cholos o los gauchos no se convertirán en obreros ingleses. En vez de dejar esas tierras a los indios salvajes que hoy las poseen, ¿por qué no poblarlas de alemanes, ingleses y suizos? ¿Quién conoce caballero entre nosotros que haga alarde de ser indio neto? ¿Quién casaría a su hermana o a su hija con un infanzón de la Araucanía y no mil veces con un zapatero inglés?".
Pero, por otro lado, junto a los caudillos federales del interior, se opuso tenazmente a los planes de la oligarquía porteña que convirtieron a la Argentina en una semicolonia del imperio británico a través de los préstamos concedidos por el Reino Unido. La historia de la deuda externa argentina había comenzado en 1824, cuando las autoridades de Buenos Aires contrajeron los primeros empréstitos que, a la larga, terminaron pagando las provincias a pesar de no ser ellas quienes la contrajeron.
En sus "Escritos económicos" (1887), Alberdi opinaba sobre la deuda externa argentina: "La dificultad no consiste en saber cómo pagar la deuda sino cómo hacer para no aumentarla, para no tener nuevas deudas, para no vivir del dinero ajeno tomado a intereses. El interés de la deuda, cuando es exorbitante y absorbe la mitad de las entradas del tesoro, es el peor y más desastroso enemigo público. Es más temible que un conquistador poderoso con sus ejércitos y escuadras; es el aliado natural del conquistador extranjero".
Más adelente explicaba: "En países nuevos en que la habilidad abunda más que el juicio, se da frecuentemente el nombre de empréstito para obras públicas a lo que en realidad son obras públicas para empréstitos. Así tan pronto como el empréstito es conseguido, la obra pública queda sin objeto. Cuanto más irrealiza­ble mejor sirve la obra a su objeto, que es el empréstito en sí mismo".
De aquel millón de libras esterlinas gestionado inicialmente por el ministro Bernardino Rivadavia, se pasó a 14 millones de libras al finalizar, en 1874, la presidencia de Domingo F. Sarmiento. Esta cifra se incrementó a 38 millones en 1886, 78 millones en 1904 y 121 millones en 1916. Al finalizar el período alvearista en 1928, la deuda externa puede estimarse que supera en algo los 140 millones de libras esterlinas.
El golpe militar del 4 de junio de 1943 encuentra a la Argentina con una deuda externa cercana a los 80 millones de libras esterlinas que, dada la declinación del imperialismo inglés, resulta más correcto expresar en dólares: alrededor de 325 millones de dólares. Entre 1944 y 1945 no se tomaron nuevos préstamos y, tras las amortizaciones del período, se redujo la deuda a 264 millones de dólares.
En septiembre de 1955 un golpe militar derroca a Perón, y para esa fecha se habla de una deuda de 57 millones de dólares. Sin embargo, habitualmente las estadísticas dan para ese año un endeudamiento externo cercano a los 750 millones de dólares. Al concluir el período de la llamada Revolución Libertadora en 1958, la deuda externa ya pasa los 1.000 millones de dólares. Al caer Frondizi, en marzo de 1962, se la puede estimar en 1.800 millones de dólares y para julio de 1963, bordea los 2.100 millones.
Al producirse el golpe militar que derroca a Illia, el 28 de junio de 1966, el endeudamiento público externo alcanza 1.768 millones de dólares. Cuando los militares regresan a los cuarteles siete años después, la deuda externa llega a los 4.800 millones de dólares. Desde Cámpora y hasta la muerte de Perón, la deuda sólo aumenta hasta los 4.890 millones de dólares, pero durante el gobierno de su viuda llega a los 7.800 millones de dólares.
Durante el gobierno del Proceso de Reconstrucción Nacional, la deuda creció a un ritmo frenético: a 27.200 millones con el general Videla, a 35.700 con el general Viola, a 43.600 con el general Galtieri y a 45.100 millones de dólares con el general Bignone. Con el regreso de la democracia en 1983 las cosas no cambiaron mucho: en 1989 cuando renuncia Alfonsín, la deuda trepaba a los 58.700 millones de dólares.
Mucho peor fue el decenio menemista, cuando la deuda externa aumentó en forma galopante engulléndose de paso lo que se obtuvo por las privatizaciones de las empresas del Estado. Al terminar la experiencia del neo-peronismo en 1999, la deuda alcanzó los 186.880 millones de dólares. Al gobierno de De la Rúa le alcanzaron dos años para llevarla a 214.143 millones de dólares.
Ya en el siglo XXI y tras el "default", la reestructuración y el canje instrumentado por el gobierno de Kirchner, la deuda se redujo en marzo de 2005 a 157.615 millones de dólares y se supone que a fines de 2007 había descendido a 123.197 millones de dólares, aunque para marzo de 2008 había vuelto a crecer hasta los 142.500 millones de dólares.
Volvemos a Alberdi: "La América del Sur, emancipada de España, gime bajo el yugo de su deuda pública. San Martín y Bolívar le dieron su independencia, los imitadores modernos de esos modelos le han puesto bajo el yugo de Londres. Esta dependencia, por ser de honor, no es menos pesada que la que se tuvo de España. En los dos casos es ajena al fruto de su trabajo y de su suelo. ¿Cómo salir de ella? ¿Cómo pagar capitales de los que no se pagan ni los intereses? ¿Cómo liberarse de sus acreedores, sus soberanos moder­nos?".
Es llamativa la poca trascendencia que hoy le dan los medios informativos al tema de la deuda externa, la que no debe ser considerada bajo ningún aspecto como un mero asunto financiero. En la Argentina la deuda se consolidó en base a constantes flujos de dinero que llegaron al país con la complicidad de los gobiernos de turno para ser usados para refinanciar la deuda contraida originalmente y, de paso, engrosar los bolsillos de los funcionarios y empresarios vinculados a las negociaciones.
La Argentina destina para cumplir con los acreedores una suma superior al total presupuestado para salud, educación, vivienda, trabajo y agua potable. La deuda externa es, entonces, un problema ético y político con un alto costo social, ecológico y humano. El 13 de julio de 2000, un Juez de la Nación concluyó en su fallo referido a la Deuda Externa argentina que: "ha resultado groseramente incrementada a partir del año 1976 mediante la instrumentación de una política económica vulgar y agraviante que puso de rodillas al país". Los peritos económicos declararon en la causa que "la Deuda Externa argentina no tiene justificación económica, financiera ni administrativa". No obstante hasta el día de hoy, se sigue pagando esa deuda ilegítima. Aquel fallo supuso una formidable herramienta para enfrentarse al perverso saqueo que es la Deuda Externa, pero ha sido olímpicamente ignorado por el Congreso de la Nación que sigue negándose a tratarlo y a impulsar la investigación requerida.
El endeudamiento público ha jugado un papel central en el proceso de acumulación de capital en la economía local durante el último cuarto del siglo XX. Ese proceso acumulativo más la adhesión cómplice de los poderes públicos constituyeron la pieza fundamental a partir de la cual se estructuró el moderno capitalismo argentino. Esta responsabilidad de los sectores concentrados del capital local en el endeudamiento de la Argentina debería ser tenida en cuenta por el ciudadano común al momento de elegir sus autoridades.La crisis de la deuda no se resuelve con ingeniería financiera sino con un nuevo proyecto económico y social surgido de una coalición política y social que lo sustente. Esto significa que la sociedad argentina en su conjunto debe resolver sus contradicciones con los sectores económicos y políticos que se han beneficiado con las políticas económicas vigentes desde hace tanto tiempo. Ya sería tiempo de abandonar definitivamente las viejas antinomias formales entre social-cristianos (peronistas) y social-demócratas (radicales) o cualesquiera que sean sus nuevas denominaciones (alianzas, coaliciones cívicas, frentes para supuestas victorias, centro izquierdas, etcétera, etcétera) e ir pensando en otras alternativas.