21 de abril de 2009

Alejo Carpentier: sobre el uso (y el abuso) de los adjetivos

El novelista, ensayista y musicólogo Alejo Carpentier (1904-1980) nació en La Habana, hijo de un arquitecto francés estable­cido en las Antillas dos años antes. A partir de 1916 se radicó con su familia en París durante unos años e inició estudios musicales con su madre, desarrollando una intensa vocación musical. Tras su regreso a Cuba, comenzó a estudiar arquitectura, pero abandonó sus estudios en 1927 para dedicarse profesionalmente al periodismo. Al año siguiente fue encarcelado por motivos políticos y poco des­pués marchó nuevamente a París -esta vez en calidad de exiliado-, donde dirigió la revista "Imán" y conoció de cerca al movimiento surrealista y, aunque nunca ingresó en sus filas, alcanzó a escribir en la revista "Révolution Surréaliste". Volvió en 1939 a su país, donde trabajó en la radio y llevó a cabo importantes investigaciones sobre la música popular cubana. En 1945 se trasladó a Caracas, donde permaneció hasta 1959, año en que, con el triunfo de la Revolución, regresó a su país. Posteriormente vivió en París, don­de formó parte de la representación diplomá­tica de Cuba hasta el momento de su muerte. Entre sus novelas cabe citar "¡Ecue-Yamba-O!", "El reino de este mundo", "Los pasos perdidos", "El acoso", "Guerra del tiempo", "El siglo de las luces", "Concierto barroco", "El recurso del método" y "La consagración de la primavera". En 1980 se publicó póstumamente "Los pasos recobrados", un libro de ensayos sobre teoría y crítica literaria que contenía, entre otros, uno titulado "El adjetivo y sus arrugas", publicado originalmente en el diario "El Nacional" de Caracas el 25 de febrero de 1953. El artículo de marras dice así:Los adjetivos son las arrugas del estilo. Cuando se inscriben en la poesía, en la prosa, de modo natural, sin acudir al llamado de una costumbre, regresan a su universal depósito sin haber dejado mayores huellas en una página. Pero cuando se les hace volver a menudo, cuando se les confiere una importancia particular, cuando se les otorga dignidades y categorías, se hacen arrugas, arrugas que se ahondan cada vez más, hasta hacerse surcos anunciadores de decrepitud, para el estilo que los carga. Porque las ideas nunca envejecen, cuando son ideas verdaderas.
Tampoco los sustantivos. Cuando el Dios del Génesis luego de poner luminarias en la haz del abismo, procede a la división de las aguas, este acto de dividir las aguas se hace imagen grandiosa mediante palabras concretas, que conservan todo su potencial poético desde que fueran pronunciadas por vez primera. Cuando Jeremías dice que ni puede el etíope mudar de piel, ni perder sus manchas el leopardo, acuña una de esas expresiones poético-proverbiales destinadas a viajar a través del tiempo, conservando la elocuencia de una idea concreta, servida por palabras concretas. Así el refrán, frase que expone una esencia de sabiduría popular de experiencia colectiva, elimina casi siempre el adjetivo de sus cláusulas: "Dime con quién andas...", "Tanto va el cántaro a la fuente...", "El muerto al hoyo...", etcétera. Y es que, por instinto, quienes elaboran una materia verbal destinada a perdurar, desconfían del adjetivo, porque cada época tiene sus adjetivos perecederos, como tiene sus modas, sus faldas largas o cortas, sus chistes o leontinas.El romanticismo, cuyos poetas amaban la desesperación -sincera o fingida- tuvo un riquísimo arsenal de adjetivos sugerentes, de cuanto fuera lúgubre, melancólico, sollozante, tormentoso, ululante, desolado, sombrío, medieval, crepuscular y funerario. Los simbolistas reunieron adjetivos evanescentes, grisáceos, aneblados, difusos, remotos, opalescentes, en tanto que los modernistas latinoamericanos los tuvieron helénicos, marmóreos, versallescos, ebúrneos, panidas, faunescos, samaritanos, pausados en sus giros, sollozantes en sus violonchelos, áureos en sus albas: de color absintio cuando de nepentes se trataba, mientras leve y aleve se mostraba el ala del leve abanico.
Al principio de este siglo, cuando el ocultismo se puso de moda en París, Sar Paladán llenaba sus novelas de adjetivos que sugirieran lo mágico, lo caldeo, lo estelar y astral. Anatole France, en sus vidas de santos, usaba muy hábilmente la adjetivación de Jacobo de la Vorágine para darse "un tono de época". Los surrealistas fueron geniales en hallar y remozar cuanto adjetivo pudiera prestarse a especulaciones poéticas sobre lo fantasmal, alucinante, misterioso, delirante, fortuito, convulsivo y onírico.En cuanto a los existencialistas de segunda mano, prefieren los purulentos e irritantes. Así, los adjetivos se transforman, al cabo de muy poco tiempo, en el academismo de una tendencia literaria, de una generación. Tras de los inventores reales de una expresión, aparecen los que sólo captaron de ella las técnicas de matizar, colorear y sugerir: la tintorería del oficio. Y cuando hoy decimos que el estilo de tal autor de ayer nos resulta insoportable, no nos referimos al fondo sino a los oropeles, lutos, amaneramientos y orfebrerías, de la adjetivación.
Y la verdad es que todos los grandes estilos se caracterizan por una suma parquedad en el uso del adjetivo. Y cuando se valen de él, usan los adjetivos más concretos, simples, directos, definidores de calidad, consistencia, estado, materia y ánimo, tan preferidos por quienes redactaron la Biblia, como por quien escribió el Quijote.
La obra ensayística de Carpentier se completa con "La música en Cuba", "Tristán e Isolda en tierra firme (Reflexiones al margen de una representación wagneriana)", "Tientos y diferencias", "La ciudad de las columnas", "La novela latinoamericana en vísperas de un nuevo siglo y otros ensayos", "Literatura y conciencia política en América Latina" y "Razón de ser".
Entre las distinciones más significativas que recibió a raíz de su trascendente vida cultural figuran los premios internacionales Cino del Duca y Alfonso Reyes en 1975 y el Premio Cervantes de Literatura en 1978. También le fue conferido el título de Doctor Honoris Causa en Lengua y Literatura Hispánicas de la Universidad de La Habana y el título de Honorary Fellow concedido por el Consejo Directivo de la Sociedad de Estudios Españoles e Hispanoamericanos de la Universidad de Kansas.