29 de abril de 2009

Entremeses literarios (LIII)

ESTA MAÑANA IMAGINE MI MUERTE
Jaime Sabines
México (1926-1999)

Esta mañana imaginé mi muerte despeñado en el coche o de un balazo. Me tuve lástima. Lloré por mi cadáver un buen rato. Hablé, luego, de vacas, del gobierno, de lo cara que cuesta ahora la vida, y me sentí mejor, un poco bueno. Iba a decirte que estoy realmente enfermo, como sin piel; herido por el aire, herido por el sol, las palabras, los sueños. Se me ha trepado en la nuca un cabrón diablo y no me deja quieto. Ulcerado, podrido, hay que vivir a rastras, a gatas, como puedo.


LAZOS DE FAMILIA
Julio Cortázar
Argentina (1914-1984)

Odian de tal manera a la tía Angustias que se aprovechan hasta de las vacaciones para hacérselo saber. Apenas la familia sale hacia diversos rumbos turísticos, diluvio de tarjetas postales en Agfacolor, en Kodachrome, hasta en blanco y negro si no hay otras a tiro, pero todas sin excepción recubiertas de insultos. De Rosario, de San Andrés de Giles, de Chivilcoy, de la esquina de Chacahuco y Moreno, los carteros cinco o seis veces por día a las puteadas, la tía Angustias feliz. Ella no sale nunca de su casa, le gusta quedarse en el patio, se pasa los días recibiendo las tarjetas postales y está encantada. Modelos de tarjetas: "Salud, asquerosa, que te parta un rayo, Gustavo". "Te escupo en el tejido, Josefina". "Que el gato te seque a meadas los malvones, tu hermanita". Y así consecutivamente. La tía Angustias se levanta temprano para atender a los carteros y darles propinas. Lee las tarjetas, admira las fotografías y vuelve a leer los saludos. De noche saca su álbum de recuerdos y va colocando con mucho cuidado la cosecha del día, de manera que se puedan ver las vistas pero también los saludos. "Pobres ángeles, cuántas postales me mandan", piensa la tía Angustias, "ésta con la vaquita, ésta con la iglesia, aquí el lago Traful, aquí el ramo de flores", mirándolas una a una enternecida y clavando alfileres en cada postal, cosa de que no vayan a salirse del álbum, aunque eso sí clavándolas siempre en las firmas vaya a saber por qué.


DE COMO NACEN LOS HOMBRES LIBRES
Antonio Di Benedetto
Argentina (1922-1986)

Cuando el Coronado logró que su ejército de eunucos matara a todos los varones del reino, juzgó que estaba exento para siempre de librepensadores, porque las mujeres cumplirían todas la tareas necesarias a la vida de la na­ción. No dudaba porque sólo quedaban dos hombres sin castrar: él y el Alquimista, y él había renunciado sin pesadumbre, por causas que ignoraba, a todo acto de amor, en tanto el sabio lo era dema­siado para apartarse de sus libros. Sin embargo, después de unos años se empezó a tener noticia de jóvenes airosos, surgidos en actitud de rebeldía, cuyo nacimien­to y crianza las madres habían sabido ocultar con harta maña. Menos preocupado por su cabeza que por el fallo de su despo­tismo, el Coronado llamó al Sabio y le preguntó cómo, sin la entra­da de ningún extranjero, sin que mujer alguna del reino hubiese ido más allá del muro, pudieron ser engendrados estos sedicentes "hombres libres". El Alquimista dijo:
- No cometas la ligereza de sospechar de las mujeres ni agraviar­las. Los hombres libres nacen por generación espontánea.
Aunque esa opinión podía ser refutada de subversiva, el Coro­nado contuvo su malestar porque al Sabio todo se lo toleraba, in­cluso que estuviera equivocado y dijera la verdad. En realidad, el Sabio estaba al tanto de esa licencia, pero ni siquiera él, con tal privilegio, se había atrevido a pronunciar íntegramente la realidad ante el Omnipotente, ya que, pese a su virilidad oculta, el Alquimista no amaba el servicio de las armas.



QUE LINDA ERA
Choan C. Gálvez
España (1976)

Ha pasado mucho tiempo, pero ella conserva los mismos ojos negros -quizá incluso más negros-, la misma melena morena y lisa, la misma nariz respingona, idéntica y perfecta dentadura. Veinte, quizá veintidós años que no la veía, pero la he reconocido de inmediato: Ana Clara Rodríguez Sanz, antiguo amor de instituto. Qué linda era, qué linda es. Más la ciencia forense no admite sentimentalismos ni identificaciones visuales de antiquísimos amantes. He de extraerle sangre, tomar sus huellas dactilares. Analizar, comparar, colocar una etiqueta en el pulgar de su pie izquierdo y muerto.


LA ARAUCARIA
Juan Carlos Onetti
Ururguay (1909-1994)

El padre Larsen bajó de la mula cuando ésta se negó a trepar por la calle empinada del villorrio. Vestía una sotana que había sido negra y ahora se inclinaba decidida a un verde botella, hija de los años y de la indiferencia. Continuó a pie, deteniéndose cada media cuadra para respirar con la boca entreabierta y diciéndose que debía dejar de fumar. Con la pequeña maleta negra que contenía lo necesario para salvar las almas que estaban a punto de apartarse del cuerpo y huir del sufrimiento y la inmediata podredumbre. No lo precedía un monaguillo con una campanilla, nadie agitaba una vinagrera, nadie rezaba salvo él durante cada descanso. La pequeña casa pintada de un sucio blanco estaba emparedada por otras dos, casi iguales y las tres se habrían al camino de tierra dura por puertas hostiles y estrechas. Le abrió un hombre de años indiscernibles con alpargatas y bombachones blancos. Se persignó y dijo:
- Por aquí, padre.
Larsen sintió la frescura de la pieza encalada y casi olvidó el sol agresivo de las calles mal hechas. Ahora estaba en una habitación pobre de muebles; en una cama matrimonial una mujer se retorcía y variaba del llanto a la risa desafiante. Después llegaron palabras, frases incomprensibles que atravesaban el silencio, la momentánea quietud del sol, buscando llegar a las sombras que se había aproximado. Un silencio, un mal olor persistente, y de pronto la mujer agonizante trató de levantar la cabeza; lloraba y reía. Se aquietó y dijo:
- Quiero saber si usted es cura.
Larsen paseó las manos por la sotana para mostrarla, para saber él mismo que seguía enfundado en ella. Mostró al aire -porque ella tenía muy abiertos los ojos y sólo miraba la pared opuesta a su muerte- estampas de bruscos colores desleídos, medallas pequeñas de plomo achatadas por los años, serenas algunas, trágicas otras, con desnudos corazones asomando exagerados en pechos abiertos. Y de pronto la mujer gritó el principio de la confesión salvadora. El padre la recuerda así:
- Con mi hermano desde mis trece años, él era mayor, jodíamos toda la tarde de primavera y veraneo al lado de la acequia debajo de la araucaria y sólo Dios sabe quién empezó o si nos vino la inspiración en conjunto. Y jodíamos y jodíamos porque, aunque tenga cara de santo termina y vuelve y no se cansa nunca y dígame que más quería yo.
El hermano se apartó de la pared, dijo no con la cabeza y adelantó una mano hacía la boca de su hermana pero el cura lo detuvo y susurró:
- Déjala mentir, deja que se alivie. Dios escucha y juzga.
Aquellas palabras habían agregado muy poco a su colección. Tenía ya varios incestos, inevitables en el poblacho despojado de hombres que se llevó la guerra o la miseria; pero tal vez ninguno tan tenaz y reiterado, casi matrimonial. Quería saber más y murmuró convincente:

- Es la vida, el mundo, la carne, hija mía.
Ahora ella volvía a dilatar los ojos perdiéndose en la pausa protectora de la pared encalada. Volvió a reír y a llorar sin lágrimas, como si llanto y risa fueran sonidos de palabras y graves confidencias. Larsen supo que no estaba moribunda ni se burlaba. Estaba loca y el hermano, si era el hermano, vigilaba su locura con una rígida cara de madera. Equivocándose, ordenó padrenuestros y avemarías y, como en el pasado, vaciló con el viejo asco mientras se inclinaba para bendecir la cabeza de pelo húmedo y entreverado; no pudo ni quiso besarle la frente. Oyó mientras salía guiado por el impasible hermano:
- Cuando otra vez me vaya a morir, lo llamo y le cuento lo del caballo y la sillita de ordeñar. El me ayudó, pero nada.
En la calle bajo la blancura empecinada del sol, la mula restregaba el hocico en las piedras buscando, en vano, mordisquear. Al regreso, de retorno al corral, la bestia trotó dócil y apresurada mientras el padre Larsen, sin abrir el quitasol rojo, hacía balance de lo obtenido y aguardaba, esperanzado, a que llegara la segunda agonía de la mujer. El padre Larsen buscó sin encontrar ninguna araucaria.



VIRGEN
Teresa Serván
España (1974)

Liberado al fin del bastón blanco, el hombre ciego se recuesta en la cama junto a la muchacha. Su barba recia contrasta con la suave melena femenina, empapa el olor que ella desprende e imagina sus curvas. Tumbada junto a él, la joven parece una niña, duda; es la primera vez que se ofrece a un hombre y el rubor de sus manos delata la timidez virginal. Entonces olvida el bastón y el perro que custodia la puerta y, pudorosamente, apaga la luz.


LO QUE ME GUSTARIA SER A MI SI NO FUERA LO QUE SOY
César Bruto
Argentina (1905-1984)

Siempre que viene el tiempo fresco, o sea al medio del otonio, a mí me da la loca de pensar ideas de tipo eséntrico y esótico, como ser por egenplo que me gustaría venirme golondrina para agarrar y volar a los paíx adonde haiga calor, o ser hormiga para meterme bien adentro de una cueva y comer los produtos guardados en el verano o de ser una víbora como las del solojicO, que las tienen bien guardadas en una jaula de vidrio con calefación para que no se queden duras de frío, que es lo que les pasa a los pobres seres humanos que no pueden comprarse ropa con lo cara questá, ni pueden calentarse por la falta del querosén, la falta del carbón, la falta de plata, porque cuando uno anda con biyuya ensima puede entrar a cualquier boliche y mandarse una buena grapa que hay que ver lo que calienta, aunque no conbiene abusar, porque del abuso entra el visio y del visio la dejeneradés tanto del cuerpo como de las taras moral de cada cual, y cuando se viene abajo por la pendiente fatal de la falta de buena condupta en todo sentido, ya nadie ni nadies lo salva de acabar en el más espantoso tacho de basura del desprestijio humano, y nunca le van a dar una mano para sacarlo de adentro del fango enmundo entre el cual se rebuelca, ni mas ni meno que si fuera un cóndor que cuando joven supo correr y volar por la punta de las altas montanias, pero que al ser viejo cayó parabajo como bombardero en picada que le falia el motor moral. ¡Y ojalá que lo que estoy escribiendo le sirbalguno para que mire bien su comportamiento y que no searrepienta cuando es tarde y ya todo se haiga ido al corno por culpa suya!


EL AHORRO SIEMPRE BENEFICIA A LOS MORIBUNDOS
Alfonso Alcalde
Chile (1921-1992)

En un mismo tren van dos pasajeros desconocidos que tienen igual identidad, la misma cantidad de vivencias y pavores, similar estatura y rostro. Cuando se produce el choque, a la altura de la estación Las Tralcas, las dos imágenes -como es obvio- se juntan. Sólo el pasajero que venía en primera clase queda un poco descentrado del molde original. El resto coincide en todo de tal manera que el sacerdote, al darles la extremaunción se ahorra una hostia, lo que no es poco decir.


LA CHICA DE LA LIMPIEZA
Santiago Pedro Ruiz
Argentina (1937)

Me propuse un cuento diminuto, sutil, seductor. Como mi exigencia era mucha, después de cada intento el logro parecía más lejano. Pero al fin atrapé la idea que, esquiva y fugaz, llegó a rondarme como una mariposa. El cuento ya era real, estaba en mí; sin embargo, al trasladarlo al papel se hamacó en el aire y desapareció: un viento atrevido había entrado por el ventanal, abierto sin aviso por la chica de la limpieza. Busqué mi cuento durante una hora, inútilmente. Fui por una lupa para hacer una exploración más minuciosa. Cuando regresé, la chica de la limpieza (la maldije para que el Diablo se la llevara) había barrido y estaba volcando la pala en el jardín, como siempre. Dios bendiga a la chica de la limpieza. Todo el barrio se admira de la hermosa novela que está creciendo junto a mis rosales.


EL PAJARO AZUL
Ana María Shua
Argentina (1951)

Un hombre persigue al Pájaro de la Felicidad durante meses y años, a través de nueve montañas y nueve ríos, venciendo endriagos y tentaciones, tolerando llagas y desdichas. Antepone la búsqueda del Pájaro a toda otra ambición, necesidad o deseo. El tiempo pasa y pesa sobre sus hombros pero también el Pájaro envejece, sus plumas se decoloran y ralean. Lo atrapa en un día frío, desgraciado. El hombre es anciano y está hambriento. El Pájaro está flaco pero es carne. Le arranca sus plumas todavía azules con cuidado, lo espeta en el asador y se lo come. Se siente satisfecho, brevemente feliz.