14 de julio de 2009

El Negro Fontanarrosa cocina un Inodoro

El rosarino Roberto Fontanarrosa (1944-2007) fue un gran narrador, dibujante y humorista con una inmensa llegada a un público fiel, seguidor -un espectro diverso que va desde los hinchas de fútbol a los lectores de comics-, que compuso una obra que fue alabada por escritores y críticos de lo más disímiles.
El escritor argentino Guillermo Saccomanno (1948), en un reportaje publicado por "Página/12" el 2 de octubre de 2005, decía: "Si un don tiene la literatu­ra del Negro es hacerles sentir a sus lectores la estupidez humana y logra este efec­to sin soberbia, con una inteligencia que, cuando asoma, es sabiduría... Superando el costumbrismo, sus cuentos le entran sin anestesia a una realidad que lastima. Quien no se haya reconocido en uno de sus cuentos, miente".
El Negro Fontanarrosa publicó tres novelas, doce libros de cuentos y una gran cantidad de historietas entre las que sobresalen las series de sus personajes Inodoro Pereyra y Boogie el Aceitoso. Sus dibujos de humor gráfico fueron recopilados en diversos volúmenes tales como "El fútbol es sagrado", "Fontanarrosa de penal", "Fontanarro­sa y los médicos", "Fontanarrosa y la pareja", "Fontanarrosa y la política", "Fontanarrosa contra la cultura", etcétera. También ilustró una edición anotada del "Martín Fierro" de José Hernández.
En 1992, la redacción del suplemento "Cultura y Nación" del diario "Clarín" le solicitó a Fontanarrosa que contara la "cocina" de una tira de su mítico Inodoro Pereyra. El texto que escribió, titulado "Cocinemos un Inodoro", fue publicado en la edición del 11 de junio de aquel año y es el que sigue a continuación:

¡Cuántas veces se habrá despertado usted, ami­go lector, en medio de la noche, preguntándose atormentado: "¿Cómo se realiza una historieta?"! Pues bien, ahora tiene usted, acá, la oportunidad, única quizás, de aden­trarse en los misterios de este "métier" de la mano de un profesional en la materia. Si usted gusta acompañarme podrá aso­marse tras las bambalinas del mundo creativo y husmear en la cocina misma del autor, perci­biendo una vivencia incomparable. Eso sí, entiendo que nada enseña tanto como la experien­cia propia y me atrevo a propo­nerle, entonces, que simulemos armar una historieta juntos.
Muy bien. Tranquilo ahora. Lo primero es el tema. Saber sobre qué tema girará la histo­rieta. En ocasiones hay algún asunto dando vueltas en el co­mentario general, como la Gue­rra del Golfo, los disturbios de Los Angeles, el cólera, la co­rrupción, etcétera, con posibili­dades de ser adaptados a nues­tro personaje: Inodoro Pereyra. ¿Los disturbios de Los Angeles, dice usted? Es bueno, pero... ¿no le parece que es más com­patible, acaso, con una bestia como Boogie el Aceitoso, sin ir más lejos? Es comprensible. Us­ted no tiene la obligación de sa­ber que yo cuento con otro personaje al que debo alimentar de temática adecuada, pero su aporte fue valioso, de todos modos. Adivino en usted a una per­sona con facilidad para desem­peñarse en el difícil arte del humorismo. Dejemos para Inodo­ro ítems más apropiados como el caso de los frigoríficos clandestinos o el aumento en el pre­cio de la yerba mate. ¿Aventu­rarnos con Monzer Al Kassar, dice usted? ¿O hablar sobre una controvertida jueza de apellido compuesto? ¡Cómo se nota que no es usted el que firma, mi esti­mado! Y después de todo, ¿para qué hacerlo? Si ella, según su
costumbre, no habrá de leerlo. Pero supongamos, supongamos, que no hay ningún tema dando vueltas para el Inodoro. Habrá que recurrir, entonces, a la car­peta con anotaciones. Tendrá usted acceso, restringido quizá, pero acceso al fin, a ese tesoro.Hay aquí un tumulto de pági­nas donde yo voy anotando ide­as sueltas, frases, situaciones o tontos juegos de palabras. Vea­mos: "Sea domador en veinte le­siones", "Chancho alcancía", "Sigue vigente/¿dónde vio gente?", "Lo encontré hecho unas pascuas/¿contento?/no, gordo y negro como un güevo de chocolate". Abrimos casilleros, entonces, con las dos o tres si­tuaciones que, calculamos, pue­den soportar el trámite de una historieta: "Escuela de Doma" y "Chancho alcancía". ¿Prefiere "Escuela de Doma"? Inteligen­te elección. Pero abordemos la otra, que a simple vista suena como más jugosa. Bueno lo su­yo, pero aún carente de olfato profesional. En cada uno de los antedichos casilleros iremos anotando todo lo que se nos ocu­rra y sumando las frases sueltas o pequeños chistes de la carpeta que tengan relación con cada uno de los temas. "Ahura que las monedas vuelven a tener valor, de nuevo se le ha cotizáu la ras­tra, don Inodoro", es una apre­ciación del Mendieta que bien puede insertarse en un contexto propio de la Escuela de Chicago como el de "Chancho alcancía". Vea usted que, así, alguna de las dos columnas va creciendo en procura de alcanzar los ansia­dos 12/13 cuadritos que confi­gurarán la tira.
Pero, confesémoslo, aún cam­pea en nosotros una preocupa­ción primaria que nos desvela: encontrar un chiste de remate. Si no sabemos hacia dónde va­mos, nos perdemos. Veamos: el hallazgo de un buen tema nos ha significado resolver un treinta por ciento del problema. Pues bien, el descubrimiento de un digno remate nos resolverá otro 30%. Incluso, a veces, debo confesarle, doy casualmente con un chiste o con una situación que configura, en sí, un buen remate para una historia. Entonces, de­sandando desde allí, armo la trama hasta el comienzo. Tal es la importancia que le atribuyo al desenlace. Pero, no se me dis­traiga, seamos optimistas y supongamos que encontramos un final aceptable para algunos de los casilleros abiertos. Habrá sido un día bien aprovechado, por lo tanto. Ya tendremos una es­tructura para la tira y quedarán una, o dos más, a medio hacer, para ser completadas el día de mañana, si a usted no lo ocupa algún otro compromiso. El que guarda siempre tiene. Al igual que el esforzado pueblo israelí, de un desierto habremos obteni­do un vergel.
Pero, pensándolo mejor, y con un golpe de timón propio de un escritor efectista, volvamos a los comienzos de la nota cuando presumíamos de contar con un tema ya dado por las circuns­tancias. No partamos de la nada justamente con usted, que no acredita experiencia en la ma­teria y, además, no parece ser muy lúcido que digamos. La li­bido viene en nuestra ayuda, amigo mío. El moreno juez Clarence Thomas ha inaugurado el envidiable acoso sexual. Un ob­jetivo claro nos ahorra un mon­tón de tiempo y puede ejemplifi­car mejor el trámite del armado de la tira. Diga usted, ¿a quién le cuadra mejor dicho acoso? ¿Se­rá para Inodoro? ¿Será para Mendieta? ¿Habrá que recurrir a los siempre desaforados loros? ¿Se ajustarán a ese rol los poco refinados pampas del cacique Lloriqueo? ¿Deberán aparecer las alpargatas bacteriológicas? ¿Será tema para el doctor Cita­do Nosocomio? Expídase. Elige los loros. Muy bien. Pero... ¿no le parece que un tema de acoso sexual, con miles de loros allí presentes, sería un tanto promiscuo? ¿No le suena como un tema necesitado de cierta inti­midad? Nada de loros, entonces.
La cosa parece venir como anillo al dedo para Nabucodonosor II, el chancho campeón. Recurriremos, de todos modos, a la salvadora carpeta para res­catar algo atinente al apasio­nante mundo del porcino y lle­gar, triunfales, al remate. ¿Cuál es el remate? ¿Se le ocurre al­guno? Córtela con los loros, viejo. Nabucodonosor II recha­za el acoso sexual de las chan­chas. Aduce haber sido vendido a los Estados Unidos como re­productor. Fantasea futuras re­laciones con las cerdas más be­llas del mundo, las "cover-pigs". Pero luego Pereyra lo vuelve a la realidad: su destino es una granja experimental de insemi­nación artificial. Ya sé, no es un final de gran nivel literario pero, ¿qué pretende por el precio de un diario? Confíe, a este final, lo defenderemos con otros chistes más chiquitos.
Años atrás, cuando yo era jo­ven, bello e inexperto, me con­formaba con meter un chiste ca­da dos o tres cuadros. Nunca compartí la tesitura de algunas viejas páginas humorísticas de jugar todo el efecto de la histo­ria al chiste del último recua­dro. Hasta allí, nada provocaba en el lector ni la más mínima sonrisa. Con ese sistema, el re­mate debía ser formidable para justificar la página. A usted le gustaban, bueno, no me extra­ña, usted está todavía bastante verde para entender de estas cosas. Aprendí, entonces, de los colegas contadores de cuentos: Landriscina, el Sapo Cativa, el Gordo Oviedo, que pueden na­rrar un chiste muy largo con final discreto, pero este final viene ayudado, aderezado, res­paldado, por un montón de pe­queños chistes intermedios, di­chos, detalles, consideraciones, que van calentando la risa y le evitan al remate cargar con la responsabilidad del fracaso o del éxito del relato. Entonces, hoy por hoy, procuro meter, al menos, un chistecito, una ocu­rrencia por cuadrito, siempre que no desvíe la atención.
Cuando está todo ya más o menos cocinado, escribo -per­dón, escribimos- un diálogo en una hoja oficio. Calculamos, a ojo, que con eso nos alcanza y a veces, para mejor, nos sobra. Lo óptimo es cuando sobra, porque quiere decir que uno ha podido hacer una pequeña selección y así queda a salvo el orgullo del creativo. En ocasiones, de arranque, usted comprueba que se va a quedar corto. Entonces mete, en los dos o tres primeros cuadritos, una situación encapsulada, pequeña, sin posibilidades de mayor desarrollo, que abre la tira. Situación que no tendrá demasiada relación con el resto del asunto y luego se ligará con el tema central de forma natural o arbitraria. No, no tiene por qué ser con loros, no se ponga reiterativo con ese asunto.
Ej.: Inodoro observa un mate que pierde líquido por varias perforaciones. "Otra vez la poliya me agarró el mate", dice. Mendieta le recomienda aho­rrar para comprar otro. Inodoro replica "¡Como para invertir en muebles, estamos!". Y ya entran en el tema del ahorro y el chancho-alcancía, del cual hablamos anteriormente, ¿no lo recuerda? Olvídelo. Estos temas encapsulados son útiles, pero no es de lo más pulcro como procedimien­to. Prefiero que la tira arranque y termine con el mismo tema. Sucede, sin embargo, que a ve­ces el ojo del amo erra el cálcu­lo, como le pasó a usted ahora por su impericia, y en medio de la tira, uno se encuentra con que el material que tenía no le alcanza. Alerta rojo. Error hu­mano.Tenemos el comienzo y el final pero faltan, digamos, dos cua­dritos en el medio. Hay que correr a la carpeta para rellenar ese hueco con algún pasacalle que no aparezca como muy traí­do de los pelos, agradezco su consejo: uno puede macanear con las medidas, agrandando un cuadrito, estirando otro. Pe­ro... ¡el lector se da cuenta, mi querido! El lector advierte que usted se tira a chanta. ¡Y esta­mos defendiendo una media pá­gina a color del diario "Clarín", mi viejo! ¡Cómo se nota que us­ted después se va y se despreo­cupa del problema! No, acá hay que trabajar hasta que aparezca alguna réplica para insertar en el diálogo, o una pequeña gracia que anteceda al final.
Impensadamente, pese a su ayuda, ya tenemos el 30% del tema central, el 30% del remate y el 30% de los chistes interme­dios. Nos resta el 10% del dibujo. Ojo la tinta. Acá mejor se me sienta allá y mira desde lejos. Trataré de que el dibujo refleje el relato lo mejor posible, que sea expresivo, que narre. Ya sé que el texto no le causa gracia. No me mueva la mesa. No soy un plástico audaz, ni un virtuo­so, ni un explorador de nuevas técnicas y texturas. No, no son así los loros. Cubro con papel manteca una fotocopia del ori­ginal y coloreo infantilmente, con fibras. Guarda el codo. No me ayude más, mi viejo. Zapa­tero a tus zapatos. Usted remí­tase a lo suyo y espere el próxi­mo miércoles para leerlo. El buey solo bien se lame. Después de todo, en diciembre de este año se van a cumplir veinte años de la primera publicación de Ino­doro, en la revista "Hortensia", de Córdoba, y, pese a la edad, toda­vía puedo seguir diciéndole a este gaucho todo lo que tiene que hacer y decir, puntualmen­te, cada quince días. No, salga, largue el lápiz. No necesito ayu­da. Recuerde aquello de "En Rosario, uno se siente más crea­tivo". Y no lo dije yo. Lo dijo Belgrano, hace muchos años. Descuide, su firma no aparecerá en el trabajo.