5 de agosto de 2009

George Bernard Shaw según Bertrand Russell

El filósofo y matemático británico Bertrand Russell (1872-1970) fue un prolífico escritor durante toda su vida y algunas de sus mejores obras fueron publicadas originalmente en pequeños folletos y en diversos periódicos. Fue colaborador de Alfred North Whitehead (1861-1947) para elaborar la monumental "Principia mathematica" (Principios matemáticos), una obra maestra del pensamiento racional. Más tarde, como reacción al Idealismo absoluto predominante, desarrolló junto con Ludwig Wittgenstein (1889-1951) el Atomismo Lógico, una concepción filosófica según la cual el mundo entero forma un conjunto de hechos atómicos no relacionados entre sí, dada la existencia de una multiplicidad de cosas singulares que no forman una unidad, una totalidad.
Su actitud pacifista intransigente durante el curso de la Primera Guerra Mundial le valió pasar unos meses en la cárcel. Luego visitó la naciente Unión Soviética y se entrevistó con Vladimir Lenin (1870-1924) y León Trotski (1879-1940). De aquella experiencia surgió "The practice and theory of bolshevism" (Práctica y teoría del bolchevismo) en el que mostró su decepción por la forma en que allí se desarrollaba el socialismo. Durante 1921 y 1922 impartió clases en la Universidad de Pekín, China, en donde tuvo como alumnos a Mao Tse Tung (1893-1976) y Chu En Lai (1898-1976), futuros dirigentes de la República Popular China.
Además de las investigaciones de carácter lógico-matemático, Russell llevó adelante el estudio de problemas sociales y ético-políticos. Así publicó textos como "Marriage and morale" (Matrimonio y moral), "The conquest of happiness" (La conquista de la felicidad), "In praise of idleness" (Elogio de la ociosidad), "Education and the social order" (La educación y el orden social), "Why I am not a christian" (Por qué no soy cristiano) y "Religion and science" (Religión y ciencia), en los que plasmó sobradamente su condición de librepensador y se mostró como uno de los grandes herejes en materia de moral y religión. Estas cuestiones fueron tratadas por él con la misma profundidad, ingenio y elocuencia puestos de manifiesto en el resto de su obra de carácter más abstracto.Luego de la Segunda Guerra Mundial y con el advenimiento de la Guerra Fría, fue un activo detractor de las armas nucleares, lo que lo llevó a redactar junto a Albert Einstein (1879-1955) y otros científicos el célebre Manifiesto Russell-Einstein para oponerse a la proliferación de dichas armas. Mientras tanto siguió escribiendo y publicando incansablemente, entre otras, obras como "History of western philosophy" (Historia de la filosofía occidental), "Human knowledge. Its scope and limits" (El conocimiento humano. Su alcance y sus límites), "Authority and the individual" (Autoridad e invididuo), "Unpopular essays" (Ensayos impopulares), "The impact of science on society" (El impacto de la ciencia en la sociedad) y "Human society in ethics and politics" (Sociedad humana, ética y política).Ganador del Premio Nobel de Literatura en 1950, Russell mantuvo estrechas relaciones con literatos entre los que se contaban George Bernard Shaw (1856-1950), Joseph Conrad (1857-1924), Rabindranath Tagore (1861-1941), H.G. Wells (1866-1946), D.H. Lawrence (1885-1930) y Aldous Huxley (1894-1963) entre otros. A varios de ellos los retrató en su "Portraits from memory and other essays" (Retratos de memoria y otros ensayos) publicado en Londres en 1956. De esas páginas se reproduce a continuación la titulada "George Bernard Shaw", dedicada justamente al autor de "Pygmalion" (Pigmalión) y "An unsocial socialist" (El socialista insociable) entre muchísimas otras obras imperecederas, al que trata con cierto humor y bastante acritud.

La dilatada vida de Bernard Shaw podría dividirse en tres fases. Durante la primera, que duró aproximadamente hasta sus cuarenta años, era conocido, en un círculo bastante amplio, como crítico musical y, en un círculo mucho más restringido, como polemista fabiano, admirable novelista y enemigo peligrosamente ingenioso de la impostura. Luego, vino su segunda fase, la de escritor de comedias. Al principio, no consiguió que sus obras fuesen representadas, porque no eran exactamente iguales a las de Arthur Pinero; pero, finalmente, incluso los empresarios teatrales se dieron cuenta de que eran divertidas y Shaw alcanzó un éxito muy bien merecido. Creo que Shaw, durante toda esa primera parte de su vida, acarició la esperanza de que, una vez que consiguiese un auditorio para su bromas, podría lanzar eficazmente su mensaje serio. En consonancia con esa esperanza, en la tercera y última fase de su vida, se presentó como un profeta que pedía la misma admiración para Santa Juana de Arco que para San José de Moscú. Conocí a Shaw en todas esas fases y, durante las dos primeras, me pareció divertido y útil. En su tercera fase, sin embargo, descubrí que mi admiración tenía límites.Oí hablar de él, por primera vez, en 1890, cuando yo era estudiante y conocí a otro que admiraba la "quintaesencia del ibsenismo" de Shaw; pero a éste no lo conocí hasta 1896, en ocasión de un Congreso Internacional Socialista reunido en Londres. Yo conocía a muchos de los delegados alemanes, pues me había dedicado a estudiar la Socialdemocracia alemana. Consideraban a Shaw como una encarnación de Satanás, porque no podía resistir el placer de avivar las llamas dondequiera que hubiese una discusión. Mi opinión sobre él, sin embargo, provenía de los Webbs, y admiraba su ensayo fabiano en donde empezaba a trabajar para desviar de Marx al socialismo británico.En aquel tiempo Shaw era un tímido. En realidad, creo que su ingenio, como el de muchos humoristas famosos, se había desarrollado como defensa ante el temor de burlas hostiles. Entonces estaba empezando a escribir obras de teatro y fue a mi piso para leer una de ellas a un pequeño grupo de amigos. El nerviosismo le hacía temblar y empalidecer y no anunciaba, de ningún modo, la impresionante personalidad que llegó a ser más tarde. Poco después estuvimos los dos con los Webbs en Monmouthshire; entonces, Shaw estaba aprendiendo la técnica dramática. Escribía los nombres de los personajes en pequeños rectángulos de papel y, mientras escribía una escena, colocaba los nombres de los personajes que salían en aquella escena sobre un tablero de ajedrez que había frente a él. Fue entonces cuando él y yo tuvimos el accidente de bicicleta que, por un momento, me hizo temer iba a poner fin prematuramente a su carrera. Todavía estaba aprendiendo a montar y chocó con mi bicicleta con tal fuerza, que se vio arrojado por el aire y aterrizó sobre su espalda a veinte pies del lugar del choque. A pesar de ello, se levantó sin ningún daño y continuó su marcha. En cambio, mi bicicleta quedó estropeada y tuve que regresar en tren. Era un tren muy lento y, en cada estación, Shaw aparecía en el andén en su bicicleta, metía la cabeza en el vagón y me hacía burla. Sospecho que consideraba el accidente, en su conjunto, como una prueba de las excelencias del vegetarianismo. Almorzar con el señor y la señora Shaw en Adelphi Terrace era una experiencia algo curiosa. La señora Shaw era un ama de casa muy buena y solía preparar a Shaw unas comidas vegetarianas tan deliciosas que todos los invitados lamentaban comer sus menús más convencionales. Pero Shaw no podía resistir el repetir, con bastante frecuencia, sus anécdotas favoritas. Todas las veces que contaba el caso de su tío, que se suicidó metiendo la cabeza en un maletín y cerrándolo luego, aparecía un gesto de malestar intolerable en la cara de la señora Shaw y, si uno se sentaba cerca de ella, tenía que tener cuidado y hacer que no oía a Shaw. Pero esto no afectaba para nada la solicitud de ella hacia él. Recuerdo un almuerzo al que asistió una joven y encantadora poetisa con la esperanza de leer sus poemas a Shaw. Cuando nos despedíamos, Shaw nos dijo que ella se quedaba todavía con ese fin. Sin embargo, al irnos, nos encontramos con ella en la puerta: la señora Shaw la había llevado allí por medios que no tuve el privilegio de conocer. Cuando, poco después, supe que esa misma joven se había cortado el cuello ante Wells porque éste rehusaba hacerle el amor, concebí un respeto aún mayor que antes por la señora Shaw.La solicitud de su mujer por Shaw no era ninguna minucia. Cuando los Shaws y los Webbs tenían casi ochenta años, todos ellos, vinieron a verme a mi casa de South Downs. La casa tenía una torre desde la que se veía un bello paisaje y todos subieron las escaleras. Shaw iba el primero y su señora detrás. Durante todo el tiempo que duró el ascenso, la voz de ella llegaba desde abajo advirtiendo: "¡GBS, no hables mientras subo la escalera!". Pero su consejo fue totalmente ineficaz y siguieron fluyendo, sin ninguna interrupción, las frases de Shaw.Los ataques de Shaw a la insinceridad y a la hipocresía victorianas fueron tan beneficiosos como divertidos y, por ellos, los ingleses han contraído una deuda de gratitud con él. El disimulo de la vanidad formaba parte de la insinceridad victoriana. Cuando yo era joven, todos representábamos la comedia de no considerarnos mejores que nuestros vecinos. A Shaw le resultaba fatigoso ese esfuerzo y ya había abandonado esa actitud cuando empezó su vida pública. La gente inteligente acostumbraba a decir que Shaw no era anormalmente vanidoso sino, solamente, anormalmente cándido. He llegado a pensar, más tarde, que esto era erróneo. De ello quedé convencido cuando presencié dos incidentes. El primero tuvo lugar en un almuerzo que se daba en Londres en honor de Henri Bergson al que Shaw había sido invitado, como admirador, junto con algunos filósofos profesionales que consideraban a Bergson con más sentido crítico. Shaw empezó a exponer la filosofía de Bergson al estilo del prefacio a "Back to Methuselah" (Regreso a Matusalén). En su versión era difícil que la filosofía bergsoniana obtuviera el respeto de los filósofos profesionales y Bergson interrumpió, suavemente: "No, no. No es exactamente eso". Pero Shaw no se inmutó en absoluto, y respondió: "Mi querido amigo, entiendo su filosofía mucho mejor que usted". Bergson cerró los puños y estuvo a punto de estallar; pero, con mucho esfuerzo, consiguió dominarse y el monólogo expositivo de Shaw continuó. El segundo incidente ocurrió en una entrevista con el anciano Tomás Masaryk, que estaba en Londres en visita oficial y que, por medio de su secretario, dio a entender que existían algunas personas a las que desearía ver a las diez de la mañana, antes de que comenzasen sus deberes oficiales. Yo fui uno de ellos, y cuando llegué descubrí que el resto estaba formado solamente por Shaw, Wells y Swinnerton. Todos llegamos puntualmente, con la excepción de Shaw que llegó tarde. Fue directamente hacia el gran hombre y le dijo: "Masaryk: la política exterior de Checoslovaquia es completamente errónea". Desarrolló este tema durante diez minutos y se fue sin esperar la respuesta de Masaryk. Shaw, como muchos hombres de ingenio, consideraba al ingenio como adecuado sucedáneo de la sabiduría. Podía defender cualquier idea, por estúpida que fuera, con tanta inteligencia que pareciesen locos los que no la aceptaran.Me encontré con él una vez en una cena "Erewhon" en honor de Samuel Butler y vi, sorprendido, que aceptaba como si fuera el evangelio, todas las palabras proferidas por aquel hombre sabio, incluso teorías que sólo pretendían ser chistes como, por ejemplo, que la "Odísia" (Odisea) había sido escrita por una mujer. La influencia de Butler sobre Shaw fue mucho más grande de lo que cree la generalidad. De él proviene la antipatía de Shaw hacia Darwin, antipatía que posteriormente hizo de él un admirador de Bergson. Es curioso que las concepciones que adoptó Butler, con el fin de tener una excusa para discutir con Darwin, formaron parte de la ortodoxia oficialmente impuesta en la Unión Soviética. El desdén de Shaw por la ciencia es indefendible. Como Tolstoi, no podía creer en la importancia de nada que no conociese. Era un enemigo apasionado de la vivisección. Creo que ello se debía, no a su simpatía por los animales, sino a la desconfianza en el conocimiento científico que con la vivisección se pudiera alcanzar. También creo que su vegetarianismo no se debía a impulsos humanitarios sino a impulsos ascéticos, a los que dio plena expresión en el último acto de "Regreso a Matusalén". La gran fuerza de Shaw estaba en la controversia. Shaw descubría infaliblemente todo lo que hubiese de inconsistente o de insincero en su contradictor, con gran regocijo de sus partidarios en la controversia. Al empezar la Primera Guerra Mundial publicó su "Commonsense about the war" (El sentido común y la guerra). Aunque no escribiese como pacifista, irritó a la mayoría de la gente patriótica al rehusar su aquiescencia al hipócrita tono altamente moral del gobierno y sus seguidores. En este aspecto, su valor era inapreciable, hasta que fue víctima de la adulación del gobierno soviético y perdió, de repente, su capacidad crítica y su capacidad de descubrir la insinceridad si lo criticable y lo insincero provenían de Moscú. Por excelente que fuera en la controversia no era, ni mucho menos, tan bueno cuando se trataba de establecer sus propias opiniones, que eran algo caóticas hasta que, en sus últimos años, se adhirió al marxismo sistemático. Shaw tuvo muchas virtudes que merecen la mayor admiración. Carecía en absoluto de miedo. Expresaba sus opiniones con el mismo vigor cuando eran populares que cuando eran impopulares. Era un enemigo despiadado de los que no merecían ninguna piedad; pero, a veces, también de las que no merecían ser sus víctimas. En resumen, se puede decir que hizo mucho bien y algún mal. Como iconoclasta, era admirable; pero como icono, lo era bastante menos.Al momento de publicarse este ensayo, Shaw llevaba ya seis años muerto. Russell le sobrevivió veinte años. Todavía tuvo tiempo para criticar la política exterior de Estados Unidos cuando éste invadió Vietnam, para hacerse encarcelar a los ochentinueve años tras una manifestación antinuclear en Londres y para fundar la Bertrand Russell Peace Foundation (Fundación Bertrand Russell para la Paz) en 1963. Murió en su casa de Gales a los noventiocho años de edad. Sus cenizas fueron esparcidas sobre las montañas galesas de acuerdo a su postrera voluntad.