14 de abril de 2010

Guillermo Saccomanno: "La literatura de oficina es una literatura de género"

A principios de febrero de 2010, el escritor argentino Guillermo Saccomanno (1948) resultó ganador del premio Biblioteca Breve concedido por la editorial Seix Barral a su novela "El oficinista". El autor de novelas y libros de cuentos como "Situación de peligro", "El buen dolor", "El pibe", "La lengua del malón" y "77", tardó un mes en escribirla, pero necesitó seis años para corregirla. El libro -escrito con formas verbales muy cortas, fraseología muy breve- cuenta la historia de un oficinista gris, sin nombre, casado con una mujer monstruosa y que, en sus pesadillas, es violado por su jefe. Capaz de soportar cualquier humillación con tal de conservar su puesto de trabajo, la vida le cambia cuando se enamora de una secretaria. Es entonces cuando florece su personalidad más audaz, más ética, más malvada y más potente. La acción transcurre en una innominada ciudad arrasada por el hambre, los atentados guerrilleros, niños sicarios y un control omnisciente encarnado por helicópteros artillados. Según el jurado que lo premió, Saccomanno construyó un relato que "cuenta una historia que pasó ayer, pero que aún no ha sucedido, y, sin embargo, transcurre ahora". El estilo elegido por Saccomanno, de una particular frugalidad a la hora de construir las frases, induce a pensar en lo desmesurado que resulta el texto de la contratapa del libro en el que se pretende compararlo con J.G. Ballard o Dostoievsky. Un verdadero dislate. Patricia Kolesnicov lo entrevistó para la edición del 14 de marzo de 2010 del diario "Clarín" en su departamento del centro de Buenos Aires, donde se reponía de una grave enfermedad que le impidió acudir a España para recibir el galardón. 
En "El oficinista" también hay otro tipo, un antagonista, que lee y escribe y es fanático de la literatura rusa. ¿Esto es un guiño?


Soy un lector apasionado de la literatura rusa desde pibe. Venía leyendo, precisamente, todo lo que es la literatura de oficina; hay toda una literatura de oficina que la define desde casi fines del siglo XIX hasta principios del XX. Entonces me pareció que la literatura de oficina era -es- una literatura de género. ¿Qué pasaba si agarraba un personaje, lo agitaba, lo cargaba, lo agitaba y veía hasta dónde podía llegar?"


A un personaje ruso, como le dice el otro.


Un personaje ruso, que tuviera conflictos rusos: conflictos de culpa, de traición, de infelicidad, de desdicha, de querer cambiar su destino y no poder. Y me apasionaba también la búsqueda del amor, que está permanentemente en la literatura rusa. Porque en la literatura rusa hay una búsqueda de amor, de piedad y de comprensión permanente, en la sociedad más injusta que te puedas imaginar.


¿Qué puntos de contacto veía con la Argentina?


Nuestro país tiene mucho de literatura rusa; cuando pienso en Roberto Arlt, pienso en esta cuestión de la culpa, del castigo, de la humillación, de la ofensa. Es decir, "El jorobadito" es un cuento ruso. Y por otro lado, uno puede pensar en nuestro país como una extensión territorial vastísima cuya identidad es inapresable porque... ¿qué tiene que ver el hombre de la Puna con el patagónico que no tiene ni acento?, no sabe... ni sabe de dónde viene. Y la Patagonia, la Siberia argentina, hasta con cárceles y anarquistas.


¿Y qué tiene que ver el fin del siglo XIX con el comienzo del siglo XXI?


No sé si los fines de milenio tienen que ver, porque la injusticia del XVIII, la del XIX, la del XX y la del XXI es exactamente la misma. Efectivamente, la novela ocurre en un "no future". Pero yo camino por acá, por el Bajo. A veces salgo al amanecer. Y cuando salís a caminar al amanecer, agarrás la recova que va para el bajo y ves todos los sin techo, ves familias, no sólo tipos sueltos sino familias, ves los tipos durmiendo en los cajeros automáticos, que conviven en un universo con las putas, los travestis, con el amanecer y los primeros elegantes que van a trabajar a Puerto Madero... Porque los pibes que van a trabajar a Puerto Madero se sienten reyes del universo, empilchados, y son pobres -como diría Lenin- proletarios de cuello blanco.


La novela parece una puesta al límite de cosas que ya están pasando.


Viene de ahí, viene de la literatura rusa y de salir y mirar un poco por acá. Una combinación de la literatura rusa con el Bajo.


¿Por qué el Bajo?


Porque este barrio conjuga todas las contradicciones. Todo barrio que tiene una terminal, tiene todo; acá tenés el rancherío de la Villa 31, los pibes chorros, las putas, los altos ejecutivos, los sin techo, todo, y en una zona de tránsito permanente.


En la novela se hace hincapié en la exclusión.


La lucha de clases en nuestro mundo, en nuestra realidad, pasa por incluidos y excluidos. No obstante hay un sector, que es el de la clase media, que es el de las oficinas, que es el sector de la tecnocracia, digamos, que se creen que son gran cosa porque trabajan en una oficina.


El amor acá es una desgracia, es el inicio de la caída. ¿O un sentido de la vida?


A mí me parece que acá hay una búsqueda del amor, que se lo encuentre o no se lo encuentre es otra cosa, pero el tipo está buscándolo. Lo que pasa es que todo está teñido por las reglas del sistema capitalista, por las relaciones de poder, por el dinero.


¿Por qué los personajes no tienen nombre?


Quería que funcionara como un mecanismo que uno puede cargar. Yo creo que esas situaciones por las cuales él atraviesa son típicas de oficina. Por ejemplo cuando es prácticamente violado por el jefe. Cuántas veces decís: "el jefe se lo violó".


Pero él lo goza.


Justamente. ¿Cuántos lo gozan? Lo que está en juego ahí es la dialéctica del amo y el esclavo, porque todas las relaciones son de amo y de esclavo. La relación de él con la mujer es de amo y esclavo; la relación de él con los hijos es de amo y esclavo; la relación con la amante, también.


Llama la atención el papel de los chicos. Aparecen como carne del espectáculo en peleas donde se juegan la vida, como productos sexuales, como matones peligrosos...


Los chicos son víctimas. Hay un miedo a los chicos, que son vistos a veces como una jauría, pero son víctimas. A ver: yo he estado trabajando el año pasado en el Ministerio de Educación, en Plan de Lectura, yendo a colegios, y es siniestro el estado en que llegan los pibes a muchos colegios. Borrachos, drogados, no pueden leer de corrido, a los profesores les cuesta mucho mantener su atención... No creo que mi novela sea optimista... bueno, la realidad no es optimista.


No.


Yo vengo de estar en hospitales, vengo de estar en un hospital en Mar del Plata y pasaban los "fiambres"... Y veía que quienes me atendían, los médicos jóvenes, laburaban a voluntad, por voluntad, por pasión. No había instrumental, faltaba de todo. Y vos decís, bueno, estamos en esta realidad.


Usted estaba ahí en lugar de disfrutar el "glamour" del premio, en Madrid. Pero la misma persona podía haber estado en una situación completamente distinta.


Sí, en las dos realidades. Yo creo que mi libro no es optimista. Por otro lado, no puedo dejar de pensar en esa idea de Kafka, que no me acuerdo quién la cuenta, y dice que cuando Kafka les leía "La metamorfosis" a sus amigos, se reían y se reían y se reían de las peripecias que debía pasar Gregorio Samsa. Yo acá, cuando escribía pensaba con el mismo humor: "A ver, ¿y ahora qué más le puede pasar a éste", ¿no?