22 de agosto de 2010

Antonio Martínez Sarrión: "Los textos surrealistas fueron capaces de apagar los ecos decimonónicos e hicieron entrar a la literatura en otra era"

El español Antonio Martínez Sarrión (1939) es poeta, ensayista, traductor y crítico literario. Licenciado en Derecho, publicó "Teatro de operaciones", su primer libro de poesía, en 1967. A mediados de los años '70 dirigió la revista de poesía "La Ilustración Poética Española e Iberoamericana" y editó varias monografías dedicadas a pintores contemporáneos. Es autor de tres volúmenes autobiográficos: "Infancia y corrupciones", "Una juventud" y "Jazz y días de lluvia". Su obra poética se completa con "Pauta para conjurados", "Una tromba mortal para los balleneros", "El centro inaccesible","Ocho elegías con pie en versos antiguos", "Canción triste para una parva de heterodoxos", "Ejercicio sobre Rilke", "Horizonte desde la rada", "Sequías", "De acedía", "Cordura", "Poeta en diwan", "Cantil" y "Ultima fe". En 2008 publicó el ensayo "Sueños que no compra el dinero (Balance y nombres del Surrealismo)", en el que analizó las intenciones, los motivos y los límites que signaron la existencia del universo surrealista. Por ese motivo, el periodista Juan Cruz lo entrevistó para la edición del 3 de mayo de 2008 del diario español "El País".


En "Sueños que no compra el dinero" usted hace su propio y personalísimo balance sobre el Surrealismo. El resultado no es complaciente: los surrealistas, hecho el balance, tienen muchos puntos flacos...

Es el último movimiento romántico... Y yo quería hacer una crítica de lo que ha supuesto, y que no fuera una contemplación pasmada.

¿Y qué vio de mal?

Que se dejaron arrastrar los surrealistas a alianzas y maneras que eran realmente intransitables. Evidentemente, me estoy refiriendo, sobre todo, al marxismo y a sus distintas corrientes. Se equivocaron de muy buena fe. Eran gente muy joven; date cuenta de que salían de aquella carnicería que fue la guerra del '18; les interesaba un mundo donde no hubiera guerra, donde no se vieran los poetas muertos en las trincheras, aquellas trincheras tan terribles. Y a partir de ahí se les fue despertando la conciencia social. Al principio eran dadaístas y apolíticos, la conciencia de aquella guerra se les despertó allá por 1924 y ya luego tienen alianzas hasta prácticamente los años sesenta; son alianzas contra natura con distintas formaciones y tramos internacionales. Hasta que los libera la lucidez de André Breton, y todos ellos van felizmente abandonando estas malas alianzas, desde nuestro punto de vista actual, con elementos del materialismo dialéctico en sus distintas facetas. En torno a 1960, cuando se acerca la muerte de Breton, logran la postura perfecta: ni con estos ni con los otros, ni la dictadura fundamentalista ni la dictadura del mercado.

Ahora quedan los residuos de aquella época...

Están disueltos en la publicidad, fíjate por dónde. Y el iniciador de eso que ahora queda como rico residuo de la imaginería surrealista fue Salvador Dalí... Por esa vía, además, podemos entrar en la contribución hispana al universo surrealista. Porque el libro trata, naturalmente, del Surrealismo en su conjunto, el Surrealismo como fenómeno cosmopolita... Hasta la Guerra Mundial, el Surrealismo fue centrípeto, la gente quería ir a tocarlo a París, y luego se centrifugó; a partir de la célula de París se expandió al mundo entero: ahí es donde el Surrealismo alcanza su punto más alto, el del cosmopolitismo surrealista.

¿Y después?

Se mantienen como pueden, pero tras esa posteridad, que alcanzan ya en 1966 a la muerte de Breton, se produce la época de declive y extinción del Surrealismo histórico cuyo papado ostentó siempre el autor de "L'amour fou" (El amor loco).

¿Y en España?

Fue muy importante el Surrealismo español; le cabe a los canarios de Tenerife (Eduardo Westerdahl y Domingo Pérez Minik) el haber alentado la primera gran exposición universal del Surrealismo en 1935. En términos generales, las primeras fórmulas surrealistas de los franceses pecaban algo de gaseosas o, qué sé yo, de inanes, se fueron agotando, mientras que los nuestros, los Buñuel, Dalí, Miró, hacen una contribución más sólida, más francamente surrealista... Y en esa pléyade no te olvides de un nombre, tinerfeño también, el de Oscar Domínguez. No hay que olvidar la aportación latinoamericana, en la que es central la figura de Octavio Paz, que también militó en el grupo surrealista. Fue un hombre queridísimo por André Breton y no sé muy bien si aconsejado o consejero... Pero a mí me contaba aquí Octavio, cuando estaba de diplomático en París, sus largas conversaciones sostenidas con Breton... En el surrealismo hispánico yo destacaría esa especie de delicuescencia, de vaguedad, que hay en determinados componentes entrevistos y borrados, es decir, fantasmáticos o ectoplásmicos, si quieres, del surrealismo francés... Aquí nuestros surrealistas españoles lo que hacen es restablecer la fórmula que yo tomo de un verso de Claudio Rodríguez: "Brujas a mediodía". No hay cosa más terrorífica que ver las brujas haciendo el aquelarre a pleno sol: eso es lo que hacían los surrealistas españoles, y los franceses no alcanzaron ese grado feliz del surrealismo: ¡bajo el sol de agosto las brujas son terroríficas! Y ésa es la aportación hispana, la terrible luz hispánica que aportan nuestros surrealistas: el cine de Buñuel, ese ojo terrible sajado, y sobre todo el Dalí bajo la luz de Cadaqués... Mira "El gran masturbador", mira "Viridiana". Hay en ellos unos elementos, llamémoslos de dureza poética, que están insertos en la tradición poética española.

Equivocados o no, están en la literatura. ¿Y no tendrían que estarlo más, no son esenciales para entender el imaginario literario de ahora mismo?

Sí, claro. Este libro no es sólo una crítica al Surrealismo, a lo que yo creo que le sobró; es un homenaje a mis primeros destetes literarios... Cuando yo empiezo a ser un adolescente, en los cincuenta, todavía no se ha decretado el fin de la vanguardia, que hace Octavio Paz... Y ahora, cuando me enfrento al Surrealismo, me doy cuenta de que en su historia, y en su consecuencia, hay un espacio a resguardo de la terrible dictadura de la línea del presente que está realmente en todas nuestras derivas y en todo nuestro universo cultural.

Un alivio el Surrealismo -lo que queda de él, lo que sigue- si uno imagina lo que pasa con el universo cultural.

La información está tan mezclada y tan indistinguible de la publicidad y del entretenimiento que se hace una especie de tapioca, de sopa muy espesa, en la cual naturalmente habría que liberar algo que se pueda poner a buen recaudo... Una tapioca que va a engordar las arcas de los promotores del mercado en nombre de la globalidad de éste... ¡Hay que rescatar lo mínimo del sueño! Y el sueño está puesto con toda intención al frente del libro, en contraposición al dinero. El mercado genera un culto, apabullante y tremendo, al dinero, ¡y no sé adónde vamos a llegar!

¿Y cuál sería hoy su crítica literaria al Surrealismo?

Es cierto que la narrativa, y si me apuras la poesía, que es lo más visible, no alcanzó las enormes alturas de los movimientos de los cuales venía, el Romanticismo o el Simbolismo... Pero los textos surrealistas fueron capaces de apagar los ecos decimonónicos e hicieron entrar a la literatura en otra era...

Que aún hoy sigue, y sin la cual sería imposible leer, por ejemplo, "Rayuela" de Cortázar...

¡Qué alegría que hayas dicho Cortázar! Sin "Nadja" de Breton, esa extraordinaria novela no hubiera existido...

¿Un epitafio para el surrealismo, Sarrión?

El que dejó escrito el propio Breton: "Destiló el oro del tiempo".