23 de agosto de 2010

Francisco Solano Lopez: "En 'El Eternauta' había un desafío de transmitir algo real, con aliento de vida"

Nacido en Buenos Aires, el historietista Francisco Solano Lopez (1928) comenzó a dibujar profesionalmente en 1953 en la Editorial Columba, donde hizo "Perico y Guillermina". En 1955 pasó a Editorial Abril, donde dibujó "Uma-Uma" para la revista "Rayo Rojo", y la serie "Bull Rocket" para la revista "Misterix", ambas con guión de Héctor Germán Oesterheld (1919-1978), dando comienzo a una de las duplas más importantes de la historieta argentina. En 1957, Oesterheld fundó su propia editorial y convocó a Solano López a publicar en sus revistas "Hora Cero" y "Frontera". Allí, la dupla creó a "Rolo el marciano adoptivo", "Rul de la Luna", "Amapola Negra", "Joe Zonda", "Ernie Pike", "El cuaderno rojo" y al más famoso de los personajes de la historieta argentina: "El Eternauta". Radicado en Europa entre 1963 y 1968, trabajó para la editorial Fleetway en "Galaxus", "Kelly Ojo Mágico", "Adam Eterno" y 
"Profesor Kraken". A su regreso, en 1976, realizó con Oesterheld "El Eternauta II" para la revista "Skorpio", y con Ricardo Barreiro (1949-1999) inició la saga de "Slot Barr". Cuando se produjo el golpe militar en la Argentina decidió emigrar a España donde realizó "Ana" e "Historias tristes", ambas con guiones de su hijo Gabriel. Posteriormente, junto a Carlos Sampayo (1943), dio vida a "Evaristo", un gran policial ambientado en la Buenos Aires de los años '50. En 1984 se mudó a Río de Janeiro, desde donde colaboró con editoriales de Estados Unidos como Dark Horse y Fantagraphics mientras continuaba trabajando junto a Barreiro en la realización de "El instituto", "El televisor", "Ministerio" y "El día del juicio". A comienzos de los '90 creó "Freaks" junto al guionista estadounidense Jim Woodring (1952), la que sería publicada por Monster Comics y, en 1995, regresó a la Argentina e incursionó en el género erótico produciendo historias unitarias bajo el título de "Silly Symphonies" con gran éxito en toda Europa. En 1997 y 2001 dibujó distintas sagas de "El Eternauta", esta vez con guiones de Pablo Maiztegui (1969). Cuando se cumplió el 50º aniversario de la primera edición de "El Eternauta", Solano López presentó una historieta alternativa a la original con guión de Juan Sasturain (1945) quien, al referirse al dibujante, ha dicho que "su arte es, sencillamente, verdadero. Las cosas son así. El Buenos Aires de 'El Eternauta' o de 'Evaristo'; los suburbios, las callecitas, los colectivos, los interiores: cocinas, mesas con hule, livings, la gente, son ciertos... Sobre todo la gente puesta en situación: cómo les cae la ropa, les calza el sombrero o el casco, los moja la lluvia... Cuando dibuja, Solano sabe de qué se trata". En su homenaje, recientemente acaba de publicarse una edición limitada de quinientas unidades con reproducciones de su obra: "Solano Box". "Si hay algo que distingue a Solano es su capacidad de convertir cada cuadro de historieta, con sus personajes y atmósferas, en una obra de arte en miniatura", dice Victoria Linari en la introducción a la entrevista que publicó el diario "Miradas al Sur" el 22 de agosto de 2010. El mismo diario había publicado veinte días antes otra entrevista a cargo de Daniel Cecchini. A continuación se reproduce una compaginación editada de ambas.


Cuentan que su admiración por las historietas ya era evidente desde muy pequeño, desde antes de aprender a leer.

En los años '30 empezaron a aparecer en la última página de los diarios las primeras tiras de aventuras noveladas. Había tres personajes que recuerdo: Buck Rogers, Flash Gordon y Brick Bradford. Yo era tan chico que me sentaba en las rodillas de mi padre a esperar que terminara de leer el diario, para que después me leyera lo que decían esos cuadritos que me fascinaban.

¿Es cierta la anécdota que cuenta que al morir su padre, cuando usted tenía diez años, vio a su madre tirar los dibujos suyos que él guardaba y tuvo un "shock" que lo llevó a dejar de dibujar por mucho tiempo?

Yo no estaba enterado de que mi padre guardaba mis dibujos. El no me hacía gran alharaca sino que recogía los dibujos que le gustaban cuando yo los dejaba por ahí tirados. Cuando falleció, en un rincón de su biblioteca tenía una pila de carpetas donde había ido archivándolos. Parece ser que mi madre no tenía mucho interés o, mejor dicho, trató de contrarrestar la pérdida y tiró todo. Después de eso estuve unos cuantos años sin dibujar. No me daba cuenta de por qué no quería dibujar más, pero por lo visto había un motivo importante en mi subconsciente.

¿Y cómo volvió al dibujo?

A principios de la década del '40, estaba pupilo en el Liceo Militar y los miércoles a la tarde, en el campo de deportes, era el día de visita de los familiares de los cadetes. A mí me venía a visitar mi madre, viuda ya, en compañía de mi hermana. Yo tenía catorce o quince años y ella nueve o diez. Y entre las visitas había muchísimas chicas de mi edad, eran las hermanas, las amigas, las novias de mis compañeros. A esa edad, las mujeres eran un factor de interés muy fuerte. Entonces retomé la afición al dibujo, pero ya dirigida hacia otro factor de la realidad.

Volvió inspirado por las mujeres. ¿Y de chico qué dibujaba?

A Tarzán peleando con los negros del Africa. Siempre era una visión aventurera. Lo que caracterizaba mi trabajo era el movimiento, la acción. Lo que me llamaba la atención eran las visitas al zoológico, al cine, las películas de aventura o de acción.

¿Y cómo ese pasatiempo se trasformó luego en una profesión?

Mi padre había trabajado para la editorial Atlántida, entre otras cosas, y mi pretensión era suplantar a Raúl Manteola que era un dibujante chileno estupendo que hacía las tapas de la revista "Para Ti". Yo quería ocupar su lugar y, aunque mis dibujos tenían muchos elogios, no lo conseguía. Así que pasó el tiempo y no me resignaba a hacer algún estudio académico únicamente. Tampoco tenía por parte de mi madre ningún apoyo, y no alcanzaba con el apoyo de mi tía. Era estudiante de Derecho, empleado de banco y dibujante libre, todo al mismo tiempo. Finalmente, lo que me satisfacía más era hacer ilustración de historias, de narraciones, de lo que fuera que contara una historia y que lo pudieran leer cien, doscientos, 
trescientos mil lectores, que eran las tiradas semanales de las revistas de historietas de esa época.

Solano, dicen que los nombres marcan a las personas. ¿Cómo se siente llevando el mismo que el mariscal?

Nunca me sentí molesto. Hay una razón familiar, porque mi bisabuelo era el menor de los hermanos de Francisco Solano. Tengo una anécdota de infancia, de ésas que uno no recordaría si no se las hubieran contado, con respecto al parentesco. Yo era un dibujante precoz, desde los cuatro o los cinco años, y a los ocho me seleccionaron para un concurso de dibujo para alumnos de las escuelas de la Capital Federal. Se hacía en el salón de actos del Instituto Bernasconi, y allí me llevaron mi tía y la directora del colegio. Se encontraron con otras maestras y, en el momento de las presentaciones, alguien dijo: "Bueno, acá tenemos a un descendiente de la familia del mariscal del Paraguay". Entonces, una de las maestras me preguntó: "¿Así que vos sos descendiente del mariscal?", y yo le contesté que había ido ahí a un concurso de dibujo, no a darme corte con mis parientes.

En la Guerra de la Triple Alianza el mariscal tuvo que enfrentar a enemigos mucho más poderosos que él, algo parecido a lo que le ocurre a Juan Salvo en "El Eternauta"…

¡Claro! Realmente no se me había ocurrido, pero es cierto que, en fin, tiene ese toque de destino. Y lo que le ocurrió al pobre mariscal (disculpe que lo trate así, un poco familiarmente) es que, encima de la epopeya, la masacre y la desgracia del pueblo paraguayo, tuvo que cargar con sus propios errores, porque se equivocó mucho. Creo que porque era un hombre joven y, esto dicho así como en familia, el padre, mi tatarabuelo, lo preparó para el poder, pero lo preparó un poco consintiéndolo… A los veinte años era general, era ministro de Guerra, a los veinticinco fue a Europa como diplomático representante del país ofreciendo lo que el Paraguay podía ofrecer en esa época: yerba mate, productos forestales, pero también para firmar acuerdos comerciales y contratar la instalación de un astillero, el telégrafo, un ferrocarril. Su padre había puesto muchas expectativas en él para industrializar al Paraguay…

Hablando de expectativas paternas, ¿cuáles eran las que Oesterheld y usted tenían cuando decidieron hacer "El Eternauta"?

No lo abordamos pensando "vamos a descubrir la América de las historietas" sino a partir de una idea tácita y simple, la de experimentar con héroes de historieta que fueran argentinos. Oesterheld y yo nos conocimos en Editorial Abril, colaborando en "Misterix", que era la revista estrella de la época, con una tirada semanal de 220.000 ejemplares. Héctor era un guionista muy respetado que hacía dos historietas de mucho éxito: "El Sargento Kirk", dibujada por Hugo Pratt, y "Bull Rocket", que dibujaba yo. Eran dos héroes norteamericanos. A partir de ese éxito, Héctor pensó en tener una editorial propia, con la orientación que él quería darle, y nos invitó a Pratt, a mí y a algunos otros a hacer historietas con su propio estilo.

Así nació Editorial Frontera…

Así es, y ahí me propuso trabajar con protagonistas argentinos. Uno era Rolo, el marciano adoptivo, que era una historieta de ciencia ficción pero donde Rolo era el maestro de la escuela, el presidente del club del barrio, el líder de la barra del café…

Todo un vecino con inserción en la comunidad…

Exactamente. Eso en una de las revistas, "Hora Cero"; en la otra, que se llamaba "Frontera" como la editorial, hicimos otro personaje, que se llamaba Joe Zonda, un cabecita negra mendocino, de Chacras de Coria, que había aprendido a hacer de todo por correspondencia, desde armar radios a pilotar aviones. Estos personajes coexistían en las revistas con héroes de "western" o con Ernie Pyke, que era un corresponsal de guerra. Es decir, Oesterheld ofrecía una variedad de propuestas a los lectores; no les quería meter una línea nacional a la fuerza, como la sopa. Eran dos revistas mensuales pero, como la idea andaba muy bien, nos propuso hacer una semanal, para competir con "Misterix". Allí, en el suplemento semanal de "Hora Cero", salió por primera vez "El Eternauta", y al poco tiempo "Misterix" había bajado de 220.000 a 40.000 ejemplares semanales, el resto lo habíamos capturado nosotros. A mí personalmente, y creo que lo mismo a Héctor, nos divertía mover esos personajes con características típicas de los héroes aventureros pero con los tics propios de la nacionalidad, de las relaciones y de los dichos argentinos.

¿Cómo lo conoce a Oesterheld?

Cerca del '51, cuando ya me había resignado a ir midiendo mis progresos de acuerdo con los rechazos sucesivos de las editoriales, fui contratado por Editorial Abril, donde conseguí que me dieran historias cortas. Había algunas que me gustaban mucho, las veía diferentes y las firmaba un tal señor Oesterheld. "¿Quién será éste?", me preguntaba. Su nivel de trabajo excitaba mi curiosidad, creía que era alguien que mandaba sus trabajos desde afuera. Resulta que era Héctor Oesterheld, quien tampoco pensaba dedicarse a la historieta.

El era geólogo.

Era geólogo y aficionado a la ciencia ficción. Tenía una gran cultura literaria, una gran apertura a la fantasía y una manera de tomar el estilo narrativo de la novela típica del siglo XIX y principios del XX.

¿Y cómo era trabajar con él?

Trabajé varios años con Oesterheld, era muy soñador y habilidoso. El tuvo la aventura de hacer sus propias historietas, con personajes no estereotipados, personajes a los que convertía en protagonista, se esforzaba mucho en volverlos héroes mucho más ricos e interesantes que lo que le proponían las editoriales, que era más parecido a los estereotipos que venían prefabricados de Norteamérica. Oesterheld me encargó distintas historietas, y tenía la habilidad de elegir muy bien a los ilustradores de sus narraciones.

Porque entendía que el dibujo era una parte fundamental de la historia.

Eso fue precisamente lo que produjo el cambio. Por eso tuvo un éxito bárbaro entre los chicos que estaban terminando la primaria o en la secundaria. El nuevo estilo de Oesterheld incorpora a la historieta elementos de la narración de aventura dirigida a un público juvenil principalmente. Y a mí siempre me gustó ser el que descifra, el que visualiza a los protagonistas y crea el ambiente. La parte anecdótica de lo que ocurre en la historia prefiero dejar que otro la escriba y me sorprenda.

¿Por qué cree que "El Eternauta" se reeditó tantas veces y sigue vigente hoy?

A mí eso mismo me llama la atención también. Creo que tiene que ver con cómo fue construida la historia, tanto desde lo narrativo como desde lo visual, con características que antes no existían. En aquellos años empecé a percibir que era posible dar un paso más hacia la intimidad de lo que significaba el repertorio de líneas, de recursos gráficos que un dibujante tenía a su disposición para crear los personajes. Se necesitaba una propuesta narrativa, un argumento en la trama de la historia que contuviera el valor agregado de profundizar un poco más en la personalidad de los actores, es decir que no sólo estén capacitados para pegar trompadas sino que sean personas. En "El Eternauta" había un contenido que respondía a los desafíos o a las situaciones dramáticas, que creaban una fisonomía y hacían pensar que detrás del personaje había una persona y no un muñeco. Ese fue el criterio con el que trabajamos. El desafío era transmitir algo real, con aliento de vida y no estar tan obsesionado por la creación de lo novedoso, lo extraño. Con eso se dejaba satisfecho al lector que podía reconocer a Juan Salvo, al que hoy le siguen teniendo cariño.

¿Cree que abrieron un camino o logaron influenciar a otros jóvenes historietistas?

Sí. Después de que dejé de trabajar con Oesterheld y después de su desaparición en manos de la dictadura militar -vamos a decir simplemente que se inmoló-, surgió toda una generación de dibujantes que terminaron siendo discípulos sin que hubiera un criterio orgánico de su parte. Juan Sasturain, por ejemplo, y toda su generación estuvo influenciada por ese estilo. Lo que ocurría con Oesterheld es que él escribía y era inagotable en su producción. Todos nosotros éramos jóvenes y cuando empezamos a trabajar con Oesterheld se produjo un cambio. Con lo que él nos daba como materia prima para ilustrar, conseguimos diferenciarnos y dar lugar a una capacidad de desarrollo de historias con un criterio y un contenido que no era frecuente. Algo que estaba más cerca de la novela y de las artes plásticas que del producto estereotipado que venía de Estados Unidos.

Se han hecho lecturas políticas de casi todas las partes que integran la saga de "El Eternauta". En el caso la primera, ¿hubo una intención deliberada de parte de ustedes?

El original salió a la calle en 1957, pero no puede hablarse de intencionalidad política sino, en todo caso, de un producto de la casualidad y del inconsciente colectivo que anidaba en nuestras personalidades y se manifestaba en nuestro trabajo y que, a su vez, se encontraba con la sensibilidad y cierta manera de captar el relato que podían tener los jóvenes de la época. Porque la existencia de una dictadura militar, de persecuciones políticas, de resistencia a la interrupción de la democracia permitían esas lecturas.

En cambio, la segunda parte, de 1976, tiene un contenido político manifiesto.

Yo había vuelto de Europa cargado de compromisos para una editorial inglesa y trabajaba con un equipo de dibujantes, porque la exigencia era muy grande, y estaba un poco saturado. En medio de esa saturación, un editor que trataba de recomponer el espíritu de la vieja editorial Frontera, con Oesterheld como guionista, me llamó para sumarme al proyecto. Héctor había seguido a sus hijas en su militancia en Montoneros e incluso había integrado el comité ejecutivo del diario "Noticias", donde también había publicado una tira diaria, "La guerra de los Antartes". Desde esa posición, cuando le ofrecieron hacer la continuación de "El Eternauta" hizo un eternauta montonero.

¿Y usted cómo lo veía?

No me gustaba, lo veía mal. No soportaba a los militares pero pensaba, como mucha otra gente, que en una sociedad estructurada como la argentina la lucha armada no podía tener el mismo resultado que en otros países con estructuras más simples, como Cuba o Nicaragua. El resultado fue catastrófico y lo vemos hoy, a Oesterheld lo asesinaron y hoy nos faltan treinta mil muchachos que serían la base para que todo nos fuera mucho mejor. Pero no están, no existen, los desaparecieron. Los sobrevivientes no alcanzan.

Usted tuvo que irse del país…

Sí, pero rescatando la vida de Gabriel, mi hijo, que también era montonero y había caído preso. Fue en un momento donde, si estaba legalizada la detención, se podía optar por salir del país. Yo, que tenía trabajo en el exterior, fui y les dije: "Si ustedes me entregan a mi hijo, yo mañana me voy con él y no vuelvo más". Y nos fuimos a España.

Allí ese hijo rescatado se convirtió en su guionista.

Gabriel escribía, poesía y cuentos. En Madrid recuperó las ganas de escribir, porque cuando estaba preso le requisaban todo lo que escribía hasta que dejó de hacerlo. Volver a escribir fue para él una catarsis y yo pensé que la mejor manera de ayudarlo era transformar sus cuentos en narraciones gráficas. Así nacieron "Ana" e "Historias tristes".

Solano, ha dibujado innumerables personajes e historias, con guionistas argentinos y extranjeros, pero siempre siguió reincidiendo con "El Eternauta", a pesar de la ausencia de Oesterheld. En la última, "El regreso", con guión de Pablo Maiztegui, la acción se sitúa cuarenta años después de la primera y también permite una lectura política.

Pienso que en el desarrollo de esa historia se trasluce una metáfora simplificada de lo que era el menemismo, el neoliberalismo argentino y latinoamericano, a través de la actividad de los Manos como personajes dirigentes un poco en las sombras. Esa fue la idea… Y todavía tenemos pendiente el cierre del círculo, el reencuentro de el Eternauta, ya rescatando a su hija, una muchacha bajo la protección de uno de los dirigentes de los Manos. Y la chica y el padre se reúnen con sus amigos para poder encontrar a la madre, a Elena. Lo que da lugar para otra serie inacabable de relatos que pueden estar a cargo del propio Eternauta o de Elena, que también puede contar lo que le pasó.

¿Los va a hacer usted?

No creo, tengo ganas de hacer otras cosas… y además, por lo que veo, todos los dibujantes argentinos de historietas quieren hacer "El Eternauta". Tal vez sea hora de dejar que lo hagan…

Y usted, Solano, ¿a quién tiene ganas de dibujar?

A José Hernández, quiero hacer el "Martín Fierro".