13 de noviembre de 2010

Georges Bataille: Hemingway a la luz de Hegel (3)

Bataille fue bibliotecario y medievalista en la Biblioteca Nacional de París, bibliotecario en Carpentras (en el departamento de Vaucluse, al sudeste de Francia) y director de la Biblioteca Municipal de Orleans. Estos trabajos, desarrollados a lo largo de casi cuarenta años, le brindaron el espacio suficiente para desarrollar su proyecto filosófico al margen de la academia y los académicos. Por sus textos polémicos fue considerado desde "un nuevo místico" por Jean Paul Sartre (1905-1980), o "un obseso" por André Breton (1896-1966), hasta "uno de los más grandes escritores del siglo" por Michel Foucault (1926-1984). Filósofo, a pesar de que nunca se reconoció a sí mismo como tal, utilizó la transgresión como vehículo para formular una aguda crítica a la racionalidad de la palabra escrita y al concepto clásico de sujeto. El filósofo argentino Luis Diego Fernández asegura en su artículo "Una filosofía de la transgresión" que Bataille "buscó despojar a sus textos de toda retórica para aproximarse a lo que él llamaba 'la desnudez del ser', ya que entendía que el hombre debía dejar de 'enunciar' para poder 'consumar', y para ello no le quedaba otro camino que el de la 'transgresión'.
El antes mencionado Foucault, en su ensayo "Préface à la transgression" (Prefacio a la transgresión), se refería a la filosofía de Bataille en los siguientes términos: "El desmoronamiento de la subjetividad filosófica, su disposición en el interior del lenguaje que la desposee, pero que la multiplica en el espacio de su cavidad, es probablemente una de las estructuras fundamentales del pensamiento contemporáneo. No se trata aquí todavía de un final de la filosofía. Más bien del final del filósofo como forma soberana y primera del lenguaje filosófico. Y tal vez a todos los que se esfuerzan por mantener la unidad de la función gramatical del filósofo -el precio de la coherencia, de la existencia misma del lenguaje filosófico- se les podría oponer la ejemplar empresa de Bataille, que no ha dejado de romper en él, y con encarnizamiento, la soberanía del sujeto filosofante. La obra de Bataille lo muestra mucho más cerca, en un perpetuo tránsito a niveles diferentes del habla, a través de un desenganche sistemático en relación con el Yo que acaba de tomar la palabra, listo ya para desplegarla e instalarse en ella". Y remata Fernández en el artículo citado: "Efectivamente, es este espacio de soberanía y de privilegio del Yo lo que se abre a partir de la obra de Bataille. A través de las experiencias del erotismo, la mística y el arte, ese yo cerrado sobre sí, discontinuo y estructurante de un discurso filosófico, así como de una figura de filósofo soberano, se resquebraja, se contamina, se abre; consigue, en cierto modo, una continuidad (trágica)".
Dueño de una libertad absoluta para pensar y escribir, en Bataille coexistieron las ideas marxistas y nietzscheanas. Tanto en Karl Marx (1818-1883) como en Friedrich Nietzsche (1844-1900), halló el revulsivo para lo que entendía eran los grandes males de la sociedad moderna: el individualismo posesivo, la homogeneidad fascista y productivista, y el nacionalismo militarista. Al comienzo de los años '30, Bataille fue miembro del Cercle Communiste Démocratique -que nucleaba a los disidentes del estalinista PC francés- y colaboró en su revista "Critique sociale" dirigida por el historiador ruso-francés Boris Souvarine (1895-1984). El 7 de octubre de 1935, ya partidario de la revolución permanente trotskista, fundó con Breton el movimiento Contre Attaque, al que dirigió en sus grandes líneas teóricas y desde el que hizo un llamamiento a todos los "marxistas y no-marxistas que, por todos los medios y sin reservas, se han resuelto a derribar la autoridad capitalista y sus instituciones políticas". Como todos los proyectos que emprendió por esos años para construir una organización política al margen de las grandes corrientes ideológicas dominantes, este movimiento tuvo una existencia efímera pero intensa. Partiendo de la premisa de que la evolución del capitalismo marchaba hacia una contradicción destructiva, proponía la socialización de los medios de producción como término del proceso histórico y la lucha de clases como factor histórico y fuente de valores morales esenciales.
El movimiento tenía, además, la singular pretensión de incorporar los nombres del libertino aristócrata Donatien Alphonse François, marqués de Sade (1740-1814), del socialista utópico e ideólogo del cooperativismo Charles Fourier (1772-1837) y del ya mencionado Nietzsche a la tradición revolucionaria marxista. Pero, probablemente el proyecto haya naufragado por la antigua enemistad que mantenía Bataille con Breton desde los primeros tiempos del Surrealismo, aquel movimiento que nucleó a escritores de primera línea y a muchas figuras clave de la cultura francesa de vanguardia, y que proponía la transformación radical de la sociedad a través de una revolución en el arte. La inclinación de Breton hacia la violencia física y verbal, opinan algunos historiadores, llevó a la ruptura de relaciones con Bataille, aunque participaron juntos en diversas actividades por "la destrucción física de los esclavos del capitalismo". Para otros, en cambio, Bataille era sólo un provocador que no quería subvertir el orden del mundo sino moverse por las líneas oscuras de la sociedad. Es en el contexto de esta enemistad que Bataille funda, primero, la revista "Acéphale", (cuatro números entre 1936 y 1939), en la que, con una fuerte influencia nietzscheana, desde sus artículos se oponía a limitar al hombre a una existencia estrictamente racional; y luego, en 1946, la revista "Critique", la que dirigió hasta su muerte en 1962. En el número aparecido en marzo de 1953, como ya se dijo, Bataille publicó el ensayo "Hemingway a la luz de Hegel", del que se ofrece a renglón seguido su tercera y última parte. 


Pido disculpas por el vigor casi mecánico -y cómico- de estos argumentos imprevistos. Por suerte los que me leen tienen la libertad de no seguirme. Pero si bromeo es por cansancio. Prefiero escribir más sencillamente... El mundo de Hemingway es tan el mundo del amo que, de sus héroes, el que sin duda responde más perfectamente al deseo de excelencia que el escritor lleva en sí, se expresa así (aún cuando pertenezca a lo bajo de la escala social): "El hombre no está hecho para la derrota. Se puede destruir al hombre, pero vencerlo, eso no se puede". Esto no es una verdad extraída de la sección A del capítulo IV de la "Fenomenología del espíritu". Hemingway presta estas palabras a un viejo que está casi sin fuerzas, luchando contra los tiburones. Este viejo evidentemente no es el amo, pero él mismo distingue con toda lucidez en qué participa del esclavo y en qué participa del amo. "Soy un viejo fatigado -dice-. Pero he matado este pescado que es mi hermano y ahora debo hacer el trabajo del esclavo". O más adelante: "El combate ha terminado y ahora hay cantidad de trabajo que hacer, trabajo de esclavo". El sabe que en un punto el trabajo que debe hacer es servil, pero la pesca en sí misma no lo es. No duda de ello, la finalidad no es tanto la utilidad: es el prestigio. "Pensó: mataste al pez, no era solamente para mantenerte vivo y para venderlo. Lo mataste por orgullo, porque eres pescador. Lo amabas cuando vivía y lo amas aún. Si lo amas, no es un pecado matarlo...". La captura del enorme pez, que le ha costado esfuerzos desmesurados, había sido ante todo, para el viejo, lucha fraticida y noble, y lucha de vida o muerte. "Pez -dice hablando en voz alta- te amo y te respeto y sin embargo te mataré". Hasta se entristece "por el gran pez", "que no tenía nada que comer, pero su resolución de matarlo no se marchitó por la tristeza que le daba". La lucha a muerte se prolongó agotando, durante diez noches y diez días interminables, las fuerzas del viejo. Su pequeña embarcación estaba perdida en el aislamiento perfecto de alta mar; sin cesar, al borde de desfallecer, "el viejo pensó: pez, me vas a matar. Pero tienes derecho. Nunca he visto nada más grande o más bello que tú, hermano, nada más calmo o más noble. Ven y mátame. Me es igual que uno mate al otro". Por más que le daba soga a su adversario que giraba en redondo y a veces saltaba fuera del agua, apenas podía soportar la tensión de esta situación imposible. Un calambre trabajaba su mano izquierda y la derecha se la había herido al caer. No tenía provisiones y sólo podía alimentarse por eso con filetes de pescado crudo sin sal que lo llevaban al límite de la náusea. No dormía desde hacía cuarenta y ocho horas y la edad y el sueño agotaban un cuerpo que en otro tiempo había sido la admiración de los demás. Pero cuando en pleno mediodía, pudo al fin tener a su alcance este pez que había arponeado dos días antes, le hendió el corazón con su arpón. Nunca había oído siquiera hablar de un pez tan grande. Desde hacía veinticinco días estaba desesperado de no encontrar nada, pero ahora arrastraba esta pieza milagrosa que él sólo había podido cobrar. Triunfaba demasiado pronto. Los tiburones atacaron el espadón que la barca traía a remolque. Mató a varios, pero al fin, no teniendo con qué golpearlos, el pescado que llevaba al puerto de noche era una espina descarnada precedida por una cabeza enorme y solemne.


De esta historia ya célebre... admito, si se quiere, que se emparenta a los relatos de la vida campesina de Giono o de George Sand, literatura que pone en juego a hombres mucho más próximos a la naturaleza que nosotros. Pero Sand o Giono mienten, Hemingway se sitúa en el extremo opuesto de la mentira. Y esto no es negativamente, por escrúpulo, sino que tiene el poder y la pasión de "evocar" con una exactitud jamás vista. Yo no creo que la pasión de la verdad, entendida en el sentido de la exactitud de la pintura, tenga el valor excepcional y limitado que le acuerda Hemingway. Pero necesariamente la obra literaria pone en juego un objeto al que no podemos llegar sin esta pasión. ¿Cómo tendríamos el poder de comunicar un sentimiento si no tuviéramos el deseo febril de hacerlo? En un sentido, la relación del autor y el lector es comparable a la del amante y el ser amado. El embaucador diligente puede seducir a la que lo escucha, pero ella no se engaña, tiene el embaucador que deseaba. Esas palabras han servido de pretexto y por ello no tienen el valor que da un verdadero tormento. Lo que hace el precio del arte de Hemingway es esta búsqueda de la soberanía que él persigue en toda su obra con una pasión ciega y obstinada. "El viejo y el mar" me parece tener un lugar privilegiado en esta búsqueda: la pasión de Hemingway, sin ser menos ciega, es sin embargo más segura, tiene el poder de llegar, si no a lo inaccesible, por lo menos a lo que parecía fuera de alcance.
A mis ojos, la aparición fugaz de esta soberanía profunda que es el bien del viejo es aún más significativa porque forma parte de la impotencia. He intentado un paralelo entre la representación hegeliana y la de un libro en tanto pone en escena un personaje, pero este paralelo no puede ser mantenido hasta el fin. El viejo no es, evidenternente, el amo. Hemingway, por otra parte, no es tampoco el amo. Según Hegel, lo propio del amo, y ése es finalmente su error, es querer ser "reconocido" por el que ha vencido y al que ha hecho esclavo. El vencido que acepta serlo y sobrevivir (que no ha creído, como el viejo, que un hombre puede ser destruido pero no vencido) es real y moralmente esclavo. Pero, aceptando ser vencido, el esclavo ha perdido la cualidad sin la cual no puede reconocer al vencedor de manera de satisfacerlo. El esclavo no puede dar al amo la satisfacción sin la cual éste ya no tendrá reposo. Es reconocido nada más que por un esclavo, y para serlo de una maneta satisfactoria, debe ser reconocido por un igual. La actitud del amo reposa sobre una contradicción: según Hegel el hombre no podría realizarse, no podría convertirse totalmente en un hombre, si para empezar no afrontara a su semejante en una lucha a muerte; pero no sólo debe matarlo, debe hacerse reconocer por él. Ahora bien, si su adversario está muerto, ya no hay nada, y si sobrevive es un vencido... Según Hegel, la historia entera en sus múltiples progresos se encargó de resolver esta contradicción. En efecto, la existencia humana no podía perfeccionarse, realizarse totalmente, más que al precio de esta resolución. La "Fenomenología del espíritu" es el relato, muy esquemático, de esta búsqueda y de los logros que demandaron nada menos que una revolución y luego la digestión (algo negativa) de esta última. El viejo sabe que afrontar la muerte luchando es la única manera de responder, sabe que el hombre no vive sólo de pan sino también de prestigio: pero evidentemente ignora que el hombre tiene además una tarea esencial: el hombre tiene la tarea de transformar al hombre; el hombre con su acción debe cambiar el mundo. El viejo escapará a esta tarea por dos razones: la primera, que el horrible trabajo de la historia no lo necesitó para hacerse (hace milenios que se produjo la división decisiva entre amos y esclavos); y la segunda, que no tiene ánimo para hacerlo (no es ni lo bastante ambicioso ni lo bastante cruel para eso). Es por eso que el viejo de Hemingway asume el sentido de toda una obra. He dicho ya que el bien de Hemingway es el del amo y que la excelencia que busca es la que vale a los ojos del amo. Sólo que, ¿se trata realmente de la realidad? Esto debería sonar dudoso a primera vista.


La pasión de la verdad que da su valor a la obra de Hemingway tiene por fin la literatura. Es por eso que la verdad de que se trata es limitada. Es la verdad de la literatura. Para la historia encarada dentro de la lógica de sus desarrollos, el sentido del amo no se limita a los efectos sensibles (estéticos). El amo actúa y, si lleva a cabo una lucha de prestigio, esta lucha a sus ojos, como a los ojos del historiador, se une a sus consecuencias. No tiene sólo el valor del prestigio sino, al mismo tiempo, el sentido de la dominación. Es un juego, si se quiere, pero no es gratuito. En relación con el juego fuerte de los verdaderos amos, los juegos de Hemingway son, quizás, juegos de niños. Si el viejo es verdadero, el interés de su verdad se limita a la estética (si cuenta, es sobre todo, desde el punto de vista de la literatura). Ninguna apuesta fuerte, innegable, histórica se liga a su prestigio. Es, si se quiere, comparable a esos indios que los Estados Unidos conservan en sus reservas. Aparentemente son los mismos que los de antes, pero su aspecto prestigioso es el de un rol, existen en los límites en que este aspecto no tiene ya consecuencias, esos indios ya no están "para nada" y el turismo se ha convertido en su verdadero sentido. Es cierto: a veces la diferencia es ínfima entre los fastos literarios y el atractivo humano, turístico de los viajes. Pero este ínfimo puede designar el cambio más profundo. Qué fácil me sería decir, con un desdén justificado: esta obra con poco gasto da a su lector una satisfacción fundada en el hecho de que se trata de ficción. Estas figuras se destruirían si no las beneficiara un privilegio exorbitante: están todas arrancadas de la realidad de este mundo pesado en donde estamos todos hundidos, encadenados. En efecto: ¿por qué no han sido descolgadas tal como son? Porque, precisamente, responden al deseo que tenemos de descolgarnos a nosotros mismos, responden a perdurable nostalgia de un mundo en el que la vida del hombre escaparía a estos encadenamientos de máquina, en que la vida se jugaría libremente en vez de estar trabada en el engranaje.
Con toda seguridad hay en el mundo de Hemingway algo de arcaico, de corto, algo de simplificado. Es vano oponer a los obstáculos que la violencia no puede reducir, una bravura ciega. Yo no puedo sin embargo dejar de dudar sobre eso: sólo la literatura nos acerca todavía a lo que tenemos en nosotros de necesariamente soberano, y sólo la literatura puede hacerlo. Eso significa que de ahora en adelante no podemos más ser realmente soberanos. Pero realmente "soberana" se designó antiguamente la servidumbre de otros hombres. Podemos pensar que de ahora en adelante nuestra soberanía no puede reducirse a este dominio indiferente. Es soberano aquel que en sí mismo no es una cosa. Sólo se puede disponer soberanamente de las cosas. Se coloca por encima de las cosas, está en el dominio de la poesía. Ahora bien la literatura no es la poesía, pero lo que en este sentido se esfuerza con pasión hacia la honestidad nos acerca a lo inaccesible... desde el momento en que no seremos más esclavizados. Hemingway es quizás limitado, pero en su obra no hay trampa ni concesión a la cobardía que lleva a dominar a los otros como cosas.