4 de agosto de 2011

Raúl Brasca. Ensayos sobre microficción (2)

El poeta, crítico literario y traductor argentino Luciano Piazza (1978), en su artículo "Largos ecos de lo breve" ("Página/12", 25 de febrero de 2007), apunta que "la forma breve del relato literario lleva años puliéndose, sobre todo desde que alcanzó la irreversible fama internacional con Augusto Monterroso y su célebre cuento: 'Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí'. Brasca es un estudioso y un impulsor de esta forma literaria que se considera novedosa en su fama y célebre por su predecesores: Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Enrique Anderson Imbert, Vicente Huidobro y Juan José Arreola son algunos nombres que se destacan dentro del escenario de la lengua española. La fábula kafkiana en su forma breve y contundente es reconocida por todos como un antecedente mundial". Y resalta la faena de Brasca como escritor, antólogo y estudioso de la microficción al expresar que "la salud del género tiene una deuda con su labor".
De una de sus antologías, la titulada "Dos veces bueno. Cuentos brevísimos latinoamericanos" que el Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos publicó en agosto de 1996 a través de su editorial Desde La Gente, es el siguiente texto que le sirvió de prólogo. En él, Brasca desarrolla una introducción general y plantea una discusión acerca de los límites y de la zona de la narrativa donde la microficción ejerce su soberanía.

DOS VECES BUENO

Aunque es cada vez más difundido y respetado, se ha escrito poco acerca del cuento brevísimo (la expresión "cuento brevísimo" y el término "microcuento" se usan aquí indistintamente en lugar de "microrrelato" que es la denominación que se ha impuesto últimamente para las ficciones brevísimas -microficciones- de carácter narrativo). Sus orígenes son muy remotos, pero lo cierto es que ha condensado como forma narrativa en este siglo y que arraigó con fuerza en América Latina. No voy a intentar definirlo; prefiero proceder de manera inversa: reunir los textos llamados corrientemente cuentos brevísimos con las restricciones mínimas de homogeneidad. Las más evidentes se desprenden de su nombre: el carácter narrativo y la brevedad. "El dinosaurio", de Augusto Monterroso, considerado el cuento más breve de la lengua castellana, es un ejemplo de ambas cosas: reúne todos los elementos de la narración en una sola línea: "Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí". El momento de la acción (cuando despertó) tiene un antes, un lugar (allí) y un personaje (él) a quien le sucedió lo que se cuenta.
Se consideran brevísimos, cuentos que no pasan de una página a doble espacio, aunque, como veremos después, la longitud es insuficiente para caracterizarlo. Los adjetivos instantáneo, repentino, súbito, rápido, que también se aplican a estos cuentos, denotan de manera imprecisa otra de sus cualidades. No es que se narre el "instante" lo que, ya sabemos, puede llevar muchas páginas. Se trata, más bien, de una instantaneidad del efecto, una potencia que se hace sentir de inmediato, algo que actúa sin dar tiempo a que se advierta el proceso previo. Es rapidez pero no apresuramiento; hay cuentos brevísmos morosos en desarrollar su anécdota, los hay de respiración muy pausada y, sin embargo, golpean siempre antes de que el lector tenga tiempo de levantar la guardia. En esto consiste su mayor singularidad. No son resúmenes apretado de novelas o de cuentos largos; quien alguna vez se haya propuesto escribirlos, habrá advertido que una idea de cuento brevísimo es tan específica como una idea de novela. Esta especificidad reclama para él un espacio dentro de la literatura y límites de demarcación posible con otras formas literarias. Este espacio, dijimos, pertenece a la narrativa.


Me propongo, en lo que sigue, dibujar un mapa aproximado del cuento brevísimo, trazando sus fronteras con territorios vecinos. La pérdida del carácter narrativo determinará la primera de ellas. Ficciones breves en las que falten elementos de la narración se alejarán del cuento brevísimo porque perderán particularidad, y al disolverse en lo general, dejarán de contar. Resulta difícil imaginar un texto que cuente algo más general que el siguiente de Macedonio Fernández: "Morimos, se dice. No; es que el mundo dura poco". Lo que se cuenta es cómo sucede "la realidad", a quien le sucede es a "nosotros" (es decir, a todos), y el tiempo en que sucede (¿redefinido?) es la duración del mundo (de la vida). Creo que este texto se encuentra sobre el límite que buscamos. Más allá estarán los aforismos, las frases ingeniosas, las sentencias morales. Una segunda frontera será la que lo separa del poema narrativo. Allí el efecto del texto será predominantemente poético o cuentístico sin que se pueda determinar con seguridad uno u otro predominio. Algunos textos como "Alegría" de Alejandra Pizarnik: "Algo caía en el silencio. Un sonido de mi cuerpo. Mi última palabra fue yo pero me refería al alba luminosa" y "Pleamar" de Oliverio Girondo: "Nada ansío de nada, mientras dura el instante de eternidad que es todo, cuando no quiero nada" se ubican sobre este límite que deja a un lado el cuento brevísimo y, al otro, el poema.
En el campo del relato, la separación se produce cuande aparecen en el texto elementos propios de formas más extensas: más de una situación narrativa, apuntes o detalles que lo distienden relajando la estructura. Esto puede suceder aun en textos muy breves. Inversamente, hay cuentos que superan la página y que por su estructura, mecanismo y tipo de resolución entran con relativa comodidad dentro del género. "La plaza" de Felisberto Hernández, es un ejemplo. También el cuento popular y el chiste lindan con el cuento brevísimo. En estos dos casos el efecto está dado, en general, por un juego de dobles sentidos. Esto no implica que no haya cuentos populares que reúnan méritos literarios y tampoco que deba descalificarse un cuento brevísimo por jugar con los sentidos de las palabras, siempre que no se agote en ese juego. En el excelente texto "La fe y las montañas", Monterroso usa ese recurso como pie necesario para tramar una anécdota notable.
Aunque es posible que haya otras formas limítrofes menos importantes, el espacio del cuento brevísimo ha quedado delimitado. Sin embargo, la línea limítrofe resulta borrosa en todo su recorrido. Es probable que el lector pueda recortar un cuento brevísimo dentro de otro mayor o que juzgue que alguno pertenece más a la reflexión metafísica que a la narrativa. Encontrará estructuras rígidas, en el sentido en que lo son las de un soneto de Petrarca y una fuga de Bach. Y podrá ver con cuánta frescura, naturalidad y eficacia logran moverse en ellas los buenos autores de ficción brevísima. Comprobará que le resultaría imposible quitar una palabra o agregar otra sin perjudicar al texto. Advertirá el rigor con que el cuento crea y se ajusta a su propia lógica y con qué economía de palabras consigue el clima. Asistirá por fin a la magia de la última línea, cuando el sentido estalla y se muestra con evidencia. El cuento "Diálogo sobre un diálogo", de Jorge Luis Borges, es buen ejemplo de estas cualidades: "A. -Distraídos en razonar la inmortalidad, habíamos dejado que anocheciera sin encender la lámpara. No nos veíamos las caras. Con una indiferencia y una dulzura más convincentes que el fervor, la voz de Macedonio Fernández repetía que el alma es inmortal. Me aseguraba que la muerte del cuerpo es del todo insignificante y que morirse tiene que ser el hecho más nulo que puede sucederle a un hombre. Yo jugaba con la navaja de Macedonio; la abría y la cerraba. Un acordeón vecino despachaba infinitamente 'La cumparsita', esa pamplina consternada que les gusta a muchas personas, porque les mintieron que es vieja... Yo le propuse a Macedonio que nos suicidáramos, para discutir sin estorbo. Z (burlón). -Pero sospecho que al final no se resolvieron. A (ya en plena mística). -Francamente no recuerdo si esa noche nos suicidamos".
Un inventario del cuento brevísimo mostraría una abrumadora mayoría de textos fantásticos y una marcada tendencia al humor. Sin embargo, eso no es excluyente. Los hay también realistas. La restricción en este caso, es que a causa de la brevedad habrá un predominio de la historia sobre el personaje o, por lo menos, sobre la psicología del personaje, lo que no impide que haya cuentos brevísimos que cuentan estados de ánimo muy particulares ("Rancho de prisioneros" de Alfonso Reyes, "¡Alfredo!" de Aníbal Machado). Hay también cuentos en los que predomina la elaboración del lenguaje ("Cortísimo metraje" de Julio Cortázar y muchos de Isidoro Blaisten), y otros que encuentran resolución en el absurdo, como "Artificios del mercado" de Macedonio Fernández. En cuanto a los temas, abundan la duplicación especular, las múltiples variantes soñante-soñado, la reelaboración de mitos clásicos, las relaciones intertextuales con libros famosos y las grandes preguntas metafísicas, de lo que es ejemplo sobresaliente "Argumentum ornithologicum" de Jorge Luis Borges: "Cierro los ojos y veo una bandada de pájaros. La visión dura un segundo o acaso menos; no sé cuántos pájaros vi. ¿Era definido o indefinido su número? El problema involucra el de la existencia de Dios. Si Dios existe, el número es definido, porque Dios sabe cuántos pájaros vi. Si Dios no existe, el número es indefinido, porque nadie pudo llevar la cuenta. En tal caso vi menos de diez pájaros (digamos) y más de uno, pero no vi nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres o dos pájaros. Vi un número entre diez y uno, que no es nueve, ocho, siete, seis, cinco, etcétera. Ese número entero es inconcebible; ergo, Dios existe".
El desarrollo constante del cuento brevísimo, el número creciente de autores que lo cultivan, la convergencia hacia un rigor formal cada vez mayor, son muestra de su vitalidad y lo colocan hoy en el rango de género autónomo, a la par de los géneros tradicionalmente más prestigiosos de la literatura. Hay una cofradía de la imaginación y el ingenio que es la del cuento brevísimo. Allí, Borges dialoga con Macedonio, el salvadoreño Menén Desleal con Borges, Mario Benedetti con Monterroso. Los buenos lectores se incorporan al diálogo con la singularidad de sus lecturas. Esta cofradía no ha cesado, no cesa, de reclutar nuevos cómplices.


La microficción, opina Brasca, "es la forma más apropiada para contar la contemporaneidad. Es sutil, alusiva, sugerente e irónica. Siempre está poniendo el dedo en la llaga e invariablemente da en el blanco, pero sus disparos son tiros por elevación. La extrema brevedad la obliga a ser tan elíptica que el lector casi la escribe cuando la lee; es decir, genera una complicidad entre autor y lector mayor que cualquier otro género. Es interactiva, posee la liviana concisión de los medios electrónicos, carece de solemnidad, ironiza sobre todo (hasta sobre sí misma) y, a la vez, puede revelar verdades muy profundas. Es libre, puede adoptar diversos formatos narrativos, puede ser argumentativa o poética. Se permite todas las estrategias y los recursos. Si hay un género lúdico, ése es la microficción. En una sociedad cada vez menos crédula, menos paciente ante las coartadas, los subterfugios y las pedestres teorías que pretenden explicarlo todo y vender lo que no debiéramos comprar, la microficción es la más bella de las formas de subversión". En noviembre de 1997, la misma casa editorial lanzó "Dos veces bueno 2. Más cuentos brevísimos latinoamericanos", y nuevamente le cupo a Brasca la responsabilidad de escoger el material y redactar el prólogo. El texto que escribió en esa oportunidad es el siguiente:

DOS VECES BUENO 2

Rodeado de formas literarias más estudiadas y mejor definidas como el poema narrativo, el cuento breve y el aforismo, el cuento brevísimo -microficción- se afinca cada vez más en un territorio que le pertenece. Paradojalmente, junto a esta afirmación persiste su resistencia a dejarse definir. Si ha resultado infructuoso describirlo mediante la exasperación de las reglas del cuento breve, tampoco lo iluminan mucho las ingeniosas pirotecnias de quienes, consultados por los antólogos de "Sudden fiction. American short-short stories" (Ficción súbita. Relatos ultracortos norteamericanos), Robert Shapard y James Thomas, han opinado sobre él. "Son evocativos de la definición de Proust de poema: una estructura de palabras que se consume al desplegarse, como el hielo derritiéndose sobre una cocina" (Joyce Carol Oates); "Lo que se sacrifica es el tiempo, que se convierte en el antagonista del escritor" (Herbert E. Francis); "...pueden ser cualquier cosa, siempre que sean breves y tengan un impacto que sea duradero y significativo" (Steven Heller). Todos estas frases aluden a algún aspecto más o menos cierto del microcuento. Pero es la opinión de Paul Theroux: "En la mayoría de los casos contiene una novela", la que me parece el mejor punto de partida para caracterizarlo. Creo que es una verdad a medias. Debería decirse "...contiene muchas novelas".
El microcuento es un texto narrativo de extrema brevedad que suele presentarse como condensación fáctica, sucesión de unos pocos hechos explícitos expresados de modo que indican, presuponen o sugieren otros hechos intermedios que necesariamente también han ocurrido pero cuyo desarrollo se deja librado a la imaginación del lector (aunque el texto la induzca con frecuencia en determinado sentido). Estos cuentos brevísimos contienen por eso, más blanco que letra, la menor cantidad posible de letra y, en consecuencia, resultan irreductibles. Es mediante la representación de los hechos sugeridos y sus circunstancias que se podría imaginar una novela en la que básicamente sucediera lo mismo que en un cuento brevísimo. Como es altamente improbable que dos personas imaginen las mismas cosas, cada lectura podría generar una "novela" diferente, buena o mala, sutil u obvia, según el poder de sugerencia del texto y la sensibilidad y sutileza de quien lo lee. Inversamente, la probabilidad de que una novela resumida a su mínima expresión dé por resultado un cuento brevísimo es tan ínfima que roza la imposibilidad. El microcuento difiere del resumen como la hermosa imagen esculpida difiere de la piedra que le dio origen. Mucho más importante que lo que se dice en él, es cómo se sugiere aquello que no se dice, cómo se provoca la imaginación del lector en determinado sentido, cómo se logra que el texto fluya sin sobresaltos y que la última palabra lo clausure produciendo esa impresión de suficiencia narrativa característica de los mejores ejemplos del género. En otras palabras, si la curiosidad llevara a alguien a experimentar la fabricación de cuentos brevísimos a partir de novelas, debería tener el talento de encontrar no tanto los hechos más significativos sino, entre ellos, los que tienen mayor poder de sugerir lo que no se cuenta; luego hallar las palabras que expresen del modo más conciso y natural esos hechos y lo que sugieren y, después, lograr que cristalicen en un final estéticamente satisfactorio, lo que mucho tendrá que ver con la cuestión del sonido y del ritmo que, en un texto tan breve, tiene la misma importancia que en el poema.
De lo dicho se desprende que la brevedad característica del cuento brevísimo es, en realidad, una cualidad subalterna de otra más importante: la concisión. No se trata de apretar la historia para que quepa en diez líneas, se trata de ajustar la expresión para contar la historia en la menor cantidad de líneas posible. Para ello se aplicará un criterio de necesidad y precisión a cada palabra.


Un cuento brevísimo se reconoce por la concisión. Del mismo modo que un buen comienzo de novela predispone al lector a sumergirse en una historia que lo acompañará durante días, la primera línea de un buen microcuento lo pone en la actitud de quien ha liberado un mecanismo perfecto que inexorablemente terminará golpeándolo antes de que pueda defenderse. Hay microcuentos de cinco líneas que están "alargados", y otros de una página que son irreductibles. La extensión dependerá de lo que se quiere contar. Algunos materiales narrativos, incluso, no pueden tomar la forma de cuento brevísimo. Son aquellos que, como la descripción de psicologías complejas, exigen un desarrollo minucioso, y con frecuencia, más de una situación narrativa. Lo que sucede es que el autor de microcuentos tiene ideas de microcuentos, como al novelista se le ocurren ideas de novela. Existe consenso en Latinoamérica, en fijar en una página la longitud máxima de un microcuento; textos más largos son, en general, cuentos breves. Esta frontera merece una aclaración porque, a su manera, el cuento breve es tan conciso e irreductible como el brevísimo. Sin embargo, una lectura atenta de ambos revela que no es sólo la complejidad del material narrativo lo que determina sus longitudes, hay una diferencia fundamental de tratamiento. Un microcuento no toleraría las observaciones imprescindibles para crear el clima de un cuento, ni un cuento toleraría la escritura casi telegráfica de los microcuentos. Ambos son concisos, pero de distinto modo, porque persiguen efectos estéticos diferentes.
Entre estos microcuentos a los que alude Theroux, totalmente narrativos y con un mundo autónomo, están algunos de los mejores que se han producido hasta hoy. Pero hay una enorme cantidad de cuentos brevísimos a los que la afirmación de Theroux incluye lateralmente. Son aquellos que, en sentido estricto, no contienen una "novela" pero que la presuponen. Se sirven siempre de un marco referencial que autor y lector comparten. El recurso ahorra muchas líneas: ningún escritor siente el deber de informar sobre la historia de Adán y Eva, ni la de Ulises, ni las aventuras de Don Quijote; forman parte del patrimonio cultural común. Eso explicaría por qué abundan tanto en el microcuento las recreaciones de historias bíblicas y mitológicas, así como los juegos intertextuales con obras famosas de la literatura, incluso del cine. Borges, Monterroso, Arreola, Elizondo, Denevi, entre los más destacados, han escrito cuentos de este tipo. Cuanto menos universal es la referencia tanto más reducido es el conjunto de lectores que pueden acceder a ellos. Esto no debe computarse como un defecto. En realidad, todo cuento supone un marco cultural. Un lector del siglo XIX no comprendería "Epica del supermercado" de Jiménez Emán y otro actual, pero ignorante de los avatares históricos en esta parte del mundo, no accedería totalmente a "1976. Pájaros prohibidos" de Eduardo Galeano; el cuento sin título del libro "Y no se lo tragó la tierra" de 
Tomás Rivera es comprendido de inmediato por un chicano pero no por un lector que desconozca los problemas de discriminación y pobreza de ese pueblo. Están por último, los microcuentos que la aserción de Theroux no contempla en absoluto. Son aquellos que no contienen una novela, sea porque se asimilan mejor a formas no novelísticas (la noticia, el caso, la fábula, etcétera) o porque lo narrativo ha perdido predominio en beneficio de lo poético, la reflexión brillante o la especulación metafísica. Los primeros son microcuentos típicos, y a los segundos se los reconoce como tales cuando tienen su concisión característica, está presente de algún modo lo narrativo y poseen autosuficiencia formal. Entre estos se cuentan casi todos los de Macedonio Fernández.
Aunque es considerado un género mestizo, cuentos brevísimos estrictos serían aquellos en los que domina lo narrativo. Lo que sucede es que la patria del microcuento tiene muchos más vecinos que otras. A la "nouvelle" solo hay que separarla del cuento y de la novela; al cuento brevísmo de casi todas las formas breves narrativas y no narrativas. El género prendió con fuerza en el continente. Los iniciadores en Argentina fueron probablemente Jorge L. Borges y Adolfo Bioy Casares; en México, Julio Torri; en Venezuela, Alfredo Armas Alfonzo. Pero fue el impacto de la obra del guatemalteco Augusto Monterroso lo que atrajo la atención sobre este tipo de narración mínima y aceleró su desarrollo. La mítica revista mexicana "El Cuento" lo difunde desde hace más de cincuenta años y estimula su creación mediante un concurso permanente. En nuestro país, "Puro Cuento", dirigida por Mempo Giardinelli hizo lo propio entre 1986 y 1992. Otras revistas como "El Molino de Pimienta", "Diario de poesía", "Maniático Textual" y los suplementos culturales de los principales diarios han publicado microcuentos esporádicamente.
En el prólogo de "Dos veces bueno" afirmé la existencia de una cofradía de la imaginación y del ingenio que es la del cuento brevísimo. Aquel prólogo concluía asegurando que la cofradía del cuento brevísimo no ha cesado, no cesa, de reclutar nuevos cómplices y que esa era la finalidad del libro. Este concluye con la satisfacción de estar cumpliéndola y la reafirmación del propósito.