1 de septiembre de 2011

Entremeses literarios (CXXXVII)

TRIUNFO SOCIAL
Logan Pearsall Smith
Estados Unidos (1865-1946)

El criado me entregó el sobretodo y el sombrero y, como en un halo de íntima complacencia, salí a la noche. "Una deliciosa velada -pensé-, la gente más agradable. Lo que dije sobre las finanzas y la filosofía los impresionó; y cómo se rieron cuando imité el gruñido del cerdo". Pero, poco después, "Dios mío, es horrible -murmuré-. Quisiera estar muerto".


ZOOFILIA
Juan Armando Epple
Chile (1946)

El pingüino emperador, de la Antártida, le declara su amor a la pingüino que ha elegido regalándole una piedrecita. Si ella la acepta, empollan después juntos un huevo. Si ella la rechaza, el pingüino se va a otra isla, a empollar solo su piedra. Esto lo sé porque también soy del Sur. Colecciono desde hace años piedrecitas de pingüino.


MEMORIA PRODIGIOSA
Paz Monserrat Revillo
España (1962)

Todavía me alteran los portazos. Recuerdo la escena con total claridad: el aullido saliendo de su boca asimétrica, mamá corriendo para abrir la puerta, el color violeta de ese dedo transformado en lombriz, la marca de viruela en el brazo tembloroso de mamá, los cubitos de hielo envueltos en un trapo de cocina… Hace más de veinte años que mi hermana se pilló el dedo en la puerta de la cocina. Aún conserva una muesca con textura de pergamino y forma de medialuna alrededor de su meñique deformado. Lo más curioso es que, según mi madre, yo no estaba allí.


UN SONETO
Daniil Kharms
Rusia (1905-1942)

Hoy me sucedió algo extraño: de repente olvidé si primero venía el 7 o el 8. Fui con mis vecinos para conocer su opinión sobre esa secuencia. La extrañeza de ellos y la mía fueron grandes cuando, de pronto, descubrieron que ellos tampoco podían recordar cuál era el orden de esos números. Ellos se acordaban de contar 1, 2, 3, 4, 5, 6; pero olvidaban qué número seguía. Entonces decidimos ir a la tienda más cercana, la que está en la esquina de las calles Znamenskaya y Basseinaya, para consultar ese asunto con la cajera. La cajera nos sonrió como padeciéndonos, se sacó de la boca un martillito y, moviendo su nariz con suavidad hacia adelante y atrás, nos dijo:
- En mi opinión, el siete viene después del ocho sólo si el ocho viene después del siete.
Le dimos las gracias a la cajera y contentos salimos de la tienda. Pero luego, pensando con cuidado en lo que dijo la cajera, nos pusimos tristes porque sus palabras estaban vacías de significado. ¿Qué se supone que haríamos? Fuimos al Jardín Primavera y empezamos a contar árboles, pero al llegar al seis nos deteníamos y empezábamos a discutir. Algunos opinaron que el siete era el que seguía; pero otros decían que era el ocho. Estuvimos discutiendo mucho tiempo cuando, por un golpe de suerte, un niño se cayó de una banca y se quebró las quijadas. Eso nos distrajo de nuestra discusión. Y cada quien se fue a su casa.


EL SOTANO DE LA BIBLIOTECA
Pablo de Santis
Argentina (1963)

Para caminar por los túneles, usamos libros como antorchas. Cuando la luz está por apagarse, damos vuelta la página.


FE, ALGUNA FE Y NINGUNA FE
Robert Louis Stevenson
Escocia (1850-1894)

En los antiguos días tres hombres salieron en peregrinación; uno era un sacerdote, otro una persona virtuosa y el tercero un vagabundo con su hacha. En el camino, el sacerdote habló de los fundamentos de la fe.
- Hallamos las pruebas de nuestra religión en las obras de la naturaleza -dijo, y se golpeó el pecho.
- Así es -dijo la persona virtuosa.
- El pavo real tiene una voz áspera -dijo el sacerdote- como nuestros libros siempre lo atestiguaron. ¡Qué alentador! -exclamó como si llorara- ¡Qué edificante!
- Tales pruebas no me hacen falta -dijo la persona virtuosa.
- Luego, su fe no es razonable -dijo el sacerdote.
- Grande es la justicia y prevalecerá -gritó la persona virtuosa-. Hay lealtad en mi alma; no dudes que hay lealtad en la mente de Odin.
- Esos son juegos de palabras -replicó el sacerdote-. Comparado con el pavo real, un saco de tal hojarasca no vale nada.
Pasaban entonces enfrente a una granja y había un pavo real posado en el cerco; y el pájaro cantó y su voz era como la del ruiseñor.
- ¿Qué me dice ahora? -preguntó la persona virtuosa-. Sin embargo, a mí no me afecta. Grande es la verdad y prevalecerá.
- Que el demonio se lleve ese pavo real -dijo el sacerdote y, durante una milla o dos, estuvo cabizbajo.
Pero luego llegaron a un santuario, donde un faquir hacía trucos de magia.
- Ah -dijo el sacerdote-. He aquí los verdaderos fundamentos de la fe. El pavo real no era otra cosa que un adminículo. Esta es la base de nuestra religión.
Y se golpeó el pecho y gimió como si padeciera de cólicos.
- Para mí -dijo la persona virtuosa- todo esto es tan insignificante como el pavo real. Creo porque sé que la justicia es grande y prevalecerá, y este faquir podría seguir con su prestidigitación hasta el día del juicio final y no me embaucaría.
Al oír esto el faquir se indignó tanto que le tembló la mano y, en medio de un truco, los naipes cayeron de la manga.
- ¿Qué me dice ahora? -preguntó la persona virtuosa-. Y sin embargo, a mí no me afecta.
- Que el diablo se lleve al faquir -exclamó el sacerdote-. Realmente, no veo la ventaja de seguir con esta peregrinación.
- ¡Valor! -exclamó la persona virtuosa-. Grande es la justicia y prevalecerá.
- Si está usted seguro de que prevalecerá... -dijo el sacerdote.
- Le doy mi palabra -dijo la persona virtuosa.
Entonces el otro prosiguió con mejor ánimo.
Finalmente llegó uno corriendo y les dijo que todo estaba perdido; los poderes de las tinieblas sitiaban las Mansiones Celestiales y Odin iba a morir y el mal triunfaría.
- He sido burdamente engañado -exclamó la persona virtuosa.
- Ahora todo se ha perdido -dijo el sacerdote.
- ¿No estaremos a tiempo para pactar con el diablo? -dijo la persona virtuosa.
- Esperemos que sí -dijo el sacerdote- Intentémoslo, en todo caso. ¿Pero qué está haciendo con su hacha? -le dijo al vagabundo.
- Voy a morir con Odin -dijo el vagabundo.


TIENDA DE BROMAS
Julia Otxoa
España (1953)

Ante mi asombro ya que para nada estábamos en carnaval, aquel hombre alto y flaco vestido de negro con cara de funeral, entró en la famosa tienda de bromas "El rey de las fiestas", saliendo al poco tiempo transformado, luciendo una ostentosa nariz roja y unos grandes mostachos color naranja, su cabeza cubierta con uno de esos gorritos de chino mandarín. Sin embargo, fijándose en él con detenimiento, se observaba fácilmente que la seriedad de su rostro no había variado en absoluto; lo seguí durante unos minutos pero pronto lo perdí de vista entre las nubes de turistas que aquellos días abarrotaban la ciudad. Volví a mi trabajo de portero y me olvidé del asunto hasta que meses más tarde en la consulta de ingresos del hospital, reconocí las facciones de aquel hombre serio, tremendamente pálido, en el rostro del cirujano que iba a realizar con mi dañado corazón, una delicada operación a vida o muerte.


REPARTO
Sandra Bianchi
Argentina (1970)

Debería matarlos con la indiferencia y comenzar otra etapa, pero la mágica felicidad que transmiten me impide olvidarlos. Si bien ella se ve bonita no es eso lo que me preocupa, estoy segura de que la favorece una luz especial. Tampoco me afecta que esté usando los elegantes vestidos que me estaban destinados. Se trata de una historia de amor, mía por derecho propio. Y me la robaron. A ellos dos no puedo dejar de cruzármelos a diario, y siempre espero leer en sus ojos un signo de remordimiento, o espero que me mencionen siquiera como una sombra en sus vidas. Nunca lo harán, lo sé. Cuando cayó el avión en el cual yo viajaba a Miami, morí en el acto. Me lloraron por un tiempo pero enseguida retiraron mi nombre de los créditos. Fue en el capítulo trece, mal número por cierto.


AÑO NUEVO
Inés Arredondo
México (1928-1989)

Estaba sola. Al pasar, en una estación del metro de París, ví que daban las doce de la noche. Era muy desgraciada; por otras cosas. Las lágrimas comenzaron a correr, silenciosas. Me miraba. Era un negro. Ibamos los dos colgados, frente a frente. Me miraba con ternura, queriéndose consolar. Extraños, sin palabras. La mirada es lo más profundo que hay. Sostuvo sus ojos fijos en los míos hasta que las lágrimas se secaron. En la siguiente estación, bajó.


UNA DESPEDIDA
Vladimir Peniakoff
Bélgica (1897-1951)

Parker no había muerto al día siguiente, septiembre 16, pero estaba muy dolorido. Ya no lo calmaba la morfina; no podía comer ni beber. Nos costó acomodarlo en la parte de atrás del camión. La bala, que lo atravesó de un lado a otro, le había destrozado el estómago. Afortunadamente el camino era bastante liso, de modo que el ajetreo del camión no era intolerable. Había una luz muy clara y un sol radiante. Estábamos ahora en el desierto, no sin alguna mata o arbusto, pero demasiado lejos del agua, para el hombre y su ganado. Bajo un arbusto vi una enorme hiena, dando vueltas y vueltas como un perro antes de echarse a dormir; una hora después vi una pareja de orix. Las pesadas bestias, grandes como novillos, de pelaje blanco como la nieve y grandes cuernos curvos, pastaban en las matas de olor dulzón. Detuvimos el camión para mirarlos, porque ninguno de nosotros habíamos visto nunca animales así, ni volvimos a verlos. Lo ayudamos a Parker a incorporarse, para que él los viera también. Nos pareció importante que los viera antes de morir.