2 de enero de 2012

Quehaceres de un escritor (2). Jorge Luis Borges

Jorge Luis Borges (1899-1986) es sin duda el escritor argentino con mayor proyección universal. Se hace prácticamente imposible pensar la literatura del siglo XX sin su presencia, y así lo han reconocido no sólo la crítica especializada sino además las diversas generaciones de escritores, que vuelven con insistencia sobre sus páginas como si éstas fueran canteras inextinguibles del arte de escribir. Borges fue el creador de una cosmovisión muy singular, sostenida sobre un original modo de entender conceptos como los de tiempo, espacio, destino o realidad. Sus narraciones y ensayos se nutren de complejas simbologías y de una poderosa erudición, producto de su frecuentación de las diversas literaturas europeas, en especial la anglosajona -William Shakespeare, Thomas De Quincey, Rudyard Kipling o Joseph Conrad son referencias permanentes en su obra-, además de su conocimiento de la Biblia, la Cábala judía, las primigenias literaturas europeas, la literatura clásica y la filosofía. Su riguroso formalismo, que se constata en la ordenada y precisa construcción de sus ficciones, le permitió combinar esa gran variedad de elementos sin que ninguno de ellos desentonara. Autor de desafiantes poemas y cuentos vanguardistas, en la década del '20 participó en la fundación de varias publicaciones literarias y filosóficas como "Prisma", "Proa" y "Martín Fierro" en las que publicó esporádicamente. Poco después, debido a una enfermedad hereditaria, comenzó a perder la visión hasta quedar completamente ciego. A pesar de ello, trabajó en la Biblioteca Nacional y, más tarde, llegó a convertirse en su director. Su libro "Ficciones" está considerado como un hito en el relato corto y un ejemplo perfecto de la obra borgeana. Otros libros importantes del mismo género son "El Aleph", "El informe de Brodie" y "El libro de arena". Su poesía 
quedó recopilada en volúmenes como "Fervor de Buenos Aires", "Luna de enfrente" y "Cuaderno San Martín". La obra de Borges se reparte también en un buen número de volúmenes escritos en colaboración, tanto dedicados a la ficción como al ensayo. Engrosan el caudal de sus escritos una gran cantidad de notas de crítica bibliográfica y comentarios de literatura, aparecidos en diferentes publicaciones periódicas argentinas y extranjeras, además de conferencias y entrevistas en las que desplegó con inteligencia y mordacidad sus puntos de vista. Se trata de una parte de su obra que, casi a la misma altura que sus libros considerados mayores, ha sido objeto recurrente de comentario y estudio por parte de la crítica y de numerosas recopilaciones.

Me considero un escritor. ¿Qué significa para mí ser escritor? Significa simplemente ser fiel a mi imaginación. Cuando escribo intento ser leal a los sueños y no a las circunstancias. Uno no es lo que es por lo que escribe, sino por lo que ha leído. Me han sucedido muchas cosas, como a todos los hombres. He encontrado placer en muchas cosas: nadar, escribir, contemplar un amanecer o un atardecer, estar enamorado. Pero el hecho central de mi vida ha sido la existencia de las palabras y la posibilidad de entretejer y transformar esas palabras en poesía. La misión del poeta sería restituir a la palabra, siquiera de un modo parcial, su primitiva y ahora oculta virtud. Para un verdadero poeta, cada momento de la vida, cada hecho, debería ser poético, ya que profundamente lo es.
Creo que la poesía es algo tan íntimo, algo tan esencial, que no puede ser definido sin diluirse. Sería como tratar de definir el color amarillo, el amor o la caída de las hojas en el otoño. Yo no sé cómo podemos definir las cosas esenciales. Se me ocurre que la única definición posible sería la de Platón, precisamente porque no es una definición, sino porque es un hecho poético. Cuando Platón se refiere a la poesía dice: "Esa cosa liviana, alada y sagrada". Eso, creo, puede definir en cierta forma a la poesía, ya que no la define de un modo rígido, sino que ofrece a la imaginación esa imagen de un ángel o de un pájaro.
La doctrina romántica de una Musa que inspira a los poetas fue la que profesaron los clásicos; la doctrina clásica del poema como una operación de la inteligencia fue enunciada por un romántico, Poe, hacia 1846. El hecho es paradójico. Fuera de unos casos aislados de inspiración onírica -el sueño del pastor que refiere Beda, el ilustre sueño de Coleridge-, es evidente que ambas doctrinas tienen su parte de verdad, salvo que corresponden a distintas etapas del proceso. Por Musa debemos entender lo que los hebreos y Milton llamaron el Espíritu y lo que nuestra triste mitología llamaba lo Subconsciente. En lo que me concierne, el proceso es más o menos invariable. Empiezo por divisar una forma, una suerte de isla remota, que será después un relato o una poesía. Veo el fin y veo el principio, no lo que se halla entre los dos. Esto gradualmente me es revelado, cuando los astros o el azar son propicios. Más de una vez tengo que desandar el camino por la zona de sombra. Cuando escribo, no pienso en el lector ni pienso en mí, sino que pienso en lo que quiero transmitir y hago cuanto puedo para no malograrlo.
Si sentimos placer, si sentimos emoción al leer un texto, ese texto es poético. Sí no lo sentimos, es inútil que nos hagan notar que las rimas son nuevas, que las metáforas han sido inventadas por el autor o que responden a una corriente tal. Nada de eso sirve. Primero debemos sentir la emoción, después de tratarnos de explicar o de comprender ese texto. Si leemos un poema como un juego verbal, la poesía fracasa; lo mismo ocurre si pensamos que la poesía es sólo un juego de palabras. Yo diría más bien que la poesía es algo cuyo instrumento son las palabras, pero que las palabras no son la materia de la poesía. La materia de la poesía -si es lícito que usemos esa metáfora- vendría a ser la emoción. La poesía es un hecho mágico, misterioso, inexplicable, aunque no incomprensible. Si no se siente el hecho poético cuando se la lee, quiere decir que el poeta ha fracasado. Ahora también puede fracasar el lector; eso sucede a menudo y es lo más común. Yo creo que la poesía no es un poema. Porque qué es un poema: es tal vez sólo una serie de símbolos. La poesía es el hecho estético que se produjo cuando el poeta lo escribió, cuando el lector lo lee, y siempre se produce de un modo ligeramente distinto.
Se supone que la prosa está más cerca de la realidad que la poesía. Yo pienso que es un error. Hay un concepto que pertenece a Horacio Quiroga, en el que dice que si un viento frío sopla del lado del río, hay que escribir simplemente "un viento frío sopla del lado del rio". Yo no estoy de acuerdo. Si Quiroga dijo eso, creo que olvidó que esa construcción es algo tan ajeno y lejano a la realidad como el viento frío que sopla del lado del río. Nosotros sentimos que ese viento viene de cierto rumbo; en este caso del lado del río. Pero eso puede resultar tan complejo como un poema de Góngora o como una sentencia de Joyce. "Un viento frío sopla del lado del río", es algo más complejo que la realidad; es una frase aparentemente prosaica y común, y, sin embargo, no lo es si la tomamos como una estructura, ya que indudablemente es una estructura.
¿Qué es nuestra percepción? Yo creo que las metáforas si son verdaderas existen desde siempre, no creo que sea fácil inventarlas o descubrir afinidades que no hayan sido previstas ya. Pero podemos decirlas con una entonación distinta. Yo algu¬na vez pensé reducir todas las metáforas a cinco o seis que me parece son las esencia¬les: el tiempo y el río, el vivir y el soñar, la muerte y el dormir, las estrellas y los ojos, las flores y las mujeres. Esas serían, creo yo, las metáforas esenciales que se encuentran en todas las literaturas.
Lugones creía que lo esencial es la metáfora. Yo creo que es un error de Lugones. Para mí lo esencial es la entonación, la cadencia que se le da a la metáfora. Por ejemplo, si decimos: "La vida es sueño", es una frase demasiado abstracta para ser poesía, ya que es fría y trivial. Pero, en cambio, si decimos como Shakespeare: "Hay hechos de maderas de sueños, de sustancias de sueños", eso se acerca más a la poesía. Sin embargo, cuando Walter von Derfogel Waide dice: "He soñado mi vida, ¿fue verdadera?", ya la condición poética está dada más allá de Calderón y de Shakespeare. Algo similar ocurre con el sueño de Chuang Tzu, que dice: "Chuang Tzu soñó que era una mariposa y no supo, al despertar, si era un hombre que había soñado ser una mariposa o una mariposa que ahora soñaba ser un hombre". En ese breve texto se produce el hecho poético. La elección de la mariposa, además, es acertada, ya que la mariposa es algo tenue que parece hecha para la sustancia de los sueños. Si Chuang Tzu hubiese elegido un tigre no habría ocurrido lo mismo y la frase no la leeríamos como poética.


Para Croce, la poesía es expresión si un verso es expresión, si cada una de las partes que lo integran es expresión, si cada una de las palabras es expresiva en sí misma. Esto quizás es algo muy trillado, algo que todos conocen o lo saben. Pero no estoy seguro que lo sepamos; creo que lo sentimos por sabido porque es algo cierto. La poesía no son los libros en la biblioteca, no son los libros del gabinete mágico de Emerson. No creo que un libro sea verdaderamente un objeto inmortal, que hay que asimilar y venerar como es debido, sino más bien una ocasión para la belleza. La belleza es algo que está acechándonos de diversas formas y a cada instante. Si tuviéramos sensibilidad la sentiríamos así en la poesía de todos los idiomas. Mi maestro, el poeta judeo-español Rafael Cansinos-Asséns, legó una plegaria a Dios en la que dice: "Señor, oh, señor, que no haya tanta belleza".
Cuando yo escribo algo, tengo la sensación de que ese algo ya preexiste. Por lo general, yo parto de un concepto en el que conozco, o intuyo, el principio o el fin. Luego voy descubriendo las partes intermedias; pero no tengo la sensación de inventarlas, tampoco estoy seguro de que dependan de mi arbitrio. Esas cosas aparecen de un modo casi misterioso; están escondidas y mi deber de poeta es encontrarlas y expresarlas.
Sentimos la poesía como se siente la proximidad de una mujer, o como sentimos al mar o una montaña. Esa proximidad siempre está a punto de revelarnos algo: un algo indefinible. ¿Para qué entonces intentar definiciones de la poesía, para qué diluirla en palabras, que sin duda son más débiles que nuestros sentimientos? Mi propósito era hablar del credo del poeta, pero, al examinarme, me he dado cuenta de yo sólo tengo un credo vacilante. Este credo quizá me sea útil a mí, pero difícilmente servirá a otros. De hecho, considero todas las teorías poéticas meras herramientas para escribir un poema. Supongo que deben de existir muchos credos, tantos como religiones o poetas.
Hay gente que siente escasamente la poesía, que no se emociona con la magia de una metáfora. Esa gente, por lo general, se dedica a enseñarla. A mí me sucede lo contrario, creo sentir la poesía y creo no haberla enseñado ni estar capacitado para hacerlo. A mis estudiantes, cuando fui profesor, nunca les di bibliografía, ni les impuse tal o cual texto; les he transmitido, eso sí, mi amor por la literatura y les he enseñado a quererla.
Bradley escribió que uno de los efectos de la poesía debe ser darnos la impresión, no de descubrir algo nuevo, sino de recordar algo olvidado. Cuando leemos un buen poema pensamos que también nosotros hubiéramos podido escribirlo. Que un poema haya o no haya sido escrito por un gran poeta sólo es importante para los historiadores de la literatura. Quizá sería mejor que el poeta no tuviese nombre.
La poesía es un encuentro del lector con el libro y una de las formas más gratas de la felicidad. Existe otra experiencia estética que es el momento, muy extraño también, en el cual el poeta concibe la obra. Según se sabe, en latín las palabras "inventar" y "descubrir" son sinónimas. Todo esto está más o menos de acuerdo con la doctrina platónica, que dice que inventar es descubrir, también recordar. Francis Bacon agrega que si aprender es recordar, ignorar es saber olvidar; ya todo está, sólo nos falta verlo. Tal vez la función del poeta y del artista en general es ver lo que otros no ven.
Si uno fuera un poeta -acaso nadie haya logrado serlo del todo- uno sentiría que cada momento es único, irrepetible, y profundamente poético. Porque todo el mundo sabe dónde encontrar la poesía. Y, cuando aparece, uno siente el roce de la poesía, ese especial estremecimiento. La poesía vuelve como la aurora y el ocaso. El arte sucede cada vez que leemos un poema.