5 de enero de 2012

Entremeses literarios (CXLV)

EL PAPEL MAS DIFICIL
León Tolstoi
Rusia (1828-1910)

Un marido y su mujer solían disputar porque el marido se empeñaba en decir que su trabajo era más difícil de realizar que el de su mujer, ya que las mujeres no servían para nada. Un día de verano cambiaron de ocupaciones: la mujer se fue al campo y el marido quedó en casa.
- ¡Fíjate bien! -le dijo la mujer antes de salir-. Que salgan a su hora las vacas y los corderos, da de comer a los pollos cuidando de que no se extravíen, prepara la comida, trabaja la estopa y bate la manteca, y sobre todo no te olvides de amontonar el mijo.
La mujer se marchó. Antes de que el mujik hubiera pensado en soltar el ganado, los demás animales estaban muy distantes y pudo alcanzarles con trabajo. Volvió a casa y para que las aves de rapiña no pudieran llevarse los pollos, los ató uno a otro y fijó el extremo de la cuerda a una pata de la madre. Se había dado cuenta que su mujer, mientras amontonaba el mijo hacía la pasta, y quiso hacer como ella. Y para poder batir la manteca al mismo tiempo se sujetó a la cintura el bote de crema.
- Cuando el maíz esté dispuesto, la manteca también estará lista -pensaba.
Y apenas había comenzado aquella triple faena cuando se oyó el "co-co-co" de la gallina y el agudo piar de los pollos. Quiso correr para ver qué ocurría en el patio, pero tropezó, cayó y el bote de la crema se hizo pedazos. Cuando salió del corral pudo ver cómo un enorme milano se llevaba en el pico los pollos y la gallina. Mientras el hombre se quedaba con la boca abierta, un puerco entró rápido en la casa y derribando la artesa esparció la masa y se la comió. Otro puerco se metió en el mijo. Viendo tantas desgracias el hombre no sabía cuál de ellas reparar. Cuando volvió la mujer miró el patio y no vio a los pollos. A toda prisa bajó del caballo y entró en la casa.
- ¿Dónde están los pollos y la gallina?
- Un milano se los llevó, los había atado a la gallina para que no se extraviaran, pero el milano era muy grande y cargó con todos.
- ¿Está lista la comida?
- ¿Qué comida? El fuego se apagó, ya lo ves.
- ¿Batiste la manteca?
- No, corriendo por el patio, resbalé, caí, el bote se rompió y los perros se comieron la crema.
- ¿Y qué significa toda esta masa esparcida?
- ¡Los malditos puercos! Mientras estaba en el patio entraron en la casa: uno de ellos se ha comido la masa de pan y el otro el mijo.
- ¡Qué bien has trabajado! -dijo la mujer-. Yo he labrado tanto como tú cualquier día y llego a buena hora.
- ¡Oh! En el campo sólo hay que hacer una cosa, mientras que aquí todo debe hacerse a la vez: prepara esto, piensa en aquello, cuida lo otro. ¿Cómo entenderse?
- Yo me entiendo, y bien, todos los días. No discutamos ya más y no repitas nunca más que el trabajo de las mujeres no es nada y que lo poco que hacen es fácil.


EL FINAL
Mark Strand
Canadá (1934)

No todo el mundo sabe qué cantará al final, mirando el muelle mientras se va alejando el barco. O cómo será cuando el rugido del mar lo inmovilice, ahí, al final, o en qué habrá de cifrar sus esperanzas cuando sepa que ya no va a volver. Cuando pase el momento de podar la rosa o acariciar al gato, cuando al atardecer que incendia el césped y la luna llena que lo escarcha ya no aparezcan más, no todo el mundo sabe lo que ha de descubrir en su lugar. Y cuando el peso del pasado ya no se apoye en nada, y el cielo ya no sea sino la luz recordada, y los cuentos de cirros y de cúmulos se terminan y todos los pájaros se queden suspendidos en la mitad del vuelo, no todo el mundo sabe lo que estará esperando, o qué habrá de cantar cuando el barco en que viaja lentamente se adentre en la negrura, ahí, al final.


EL PROYECTO
Angel Olgoso
España (1961)

El niño se inclinó sobre su proyecto escolar, una pequeña bola de arcilla que había modelado cuidadosamente. Encerrado en su habitación durante días, la sometió al calor, rodeándola de móviles luminarias, le aplicó descargas eléctricas, separó la materia sólida de la líquida, hizo llover sobre ella esporas sementíferas y la envolvió en una gasa verdemar de humedad. El niño, con orgullo de artífice, contempló a un mismo tiempo la perfección del conjunto y la armonía de cada uno de sus pormenores, las innumerables especies, los distintos frutos, la frescura de las frondas y la tibieza de los manglares, el oro y el viento, los corales y los truenos, los efímeros juegos de luz y sombra, la conjunción de sonidos, colores y aromas que aleteaban sobre la superficie de la bola de arcilla. Contra toda lógica, procesos azarosos comenzaron por escindir átomos imprevistos y el hálito de la vida, desbocado, se extendió desmesuradamente. Primero fue un prurito irregular, luego una llaga, después un manchón denso y repulsivo sobre los carpelos de tierra. El hormigueo de seres vivientes bullía como el torrente sanguíneo de un embrión, hedía como la secreción de una pústula que nadie consigue cerrar. Se multiplicaron la confusión y el ruido, y diminutas columnas de humo se elevaban desde su corteza. Todo era demasiado prolijo y sin sentido. Al niño le había llevado seis días crear aquel mundo y ahora, una vez más en este curso, se exponía al descrédito ante su Maestro y sus Compañeros. Y vio que esto no era bueno. Decidió entonces aplastarlo entre las manos, haciéndolo desaparecer con manifiesto desprecio en el vacío del cosmos: descansaría el séptimo día y comenzaría de nuevo.


LAS COSAS
Daniil Kharms
Rusia (1905-1942)

Orlov comió muchos frijoles fritos y murió. Y cuando Krylov vio a Orlov muerto, también murió. Pero Spridolov murió sin razón alguna. La esposa de Spridolov se cayó en la cocina y también murió. Pero los hijos de Spridolov se ahogaron en un estanque. Mientras tanto, la abuela de Spridolov se volvió alcohólica y se fue de vagabunda. Pero Mikhailov dejó de peinarse y se enfermó. Kruglov le dio un latigazo a una dama y enloqueció, Perevoshtov compró un alambre por 400 rublos y se sintió tan deprimido que le prendieron fuego. Las personas buenas no están aptas para tener una posición segura en la vida.


HUIR
Rolando Revagliatti
Argentina (1945)

Claro que pensó en huir, harta de padecer la torpeza de los golpes de esa especie de marido colérico, de pésimo vino y borbotones de sevicia. También pensó en huir cuando su hijo cayera muerto por una bala perdida, entre los cohetes y petardos detonados por los chicos y adultos del barrio, después de transcurridos veinte minutos del año nuevo. Pensó. Hasta que dejó de hacerlo. Después de veinte años la vieja sigue, loca, letárgica. Sigue huyendo.


TESTICULARIO
Ricardo Castillo
México (1954)

Hoy podría decir que me duele el corazón de tristeza, pero sería falso y prefiero no involucrar al corazón en falsedades. La verdad es que sí estoy triste. Marchito como un nomeolvides guardado entre las páginas de un libro de edición del 54. La verdad es que tengo un dolor de aguja en cada pupila, que la tristeza no me duele en el corazón sino en los testículos. No me apena confesar que es allí donde radica mi alma.


RAYUELA
Isidro Catela
España (1972)

Papá tiene Alzheimer. Me di cuenta el día en el que colocó el marcapáginas al inicio de una novela que estaba terminando de leer. Así pasó una semana, y otra más, de atrás hacia delante y viceversa, sumido en la aventura del olvido. El médico le ha aconsejado que no lea más, que es inútil, pero yo, por si acaso, hoy le he regalado "Rayuela", de Cortázar, y he recuperado su viejo marcapáginas para que salte con él por donde quiera, sin tener que preocuparse por la cronología de los recuerdos.


PESCANDO
Raúl Brasca
Argentina (1948)

Lo veía allá abajo empequeñeciéndose por la distancia. Agitaba los brazos como una marioneta en medio de un enjambre de puntos blancos y su gorra boyaba lejos, solitaria. Después la imagen empezó a nublarse, ya casi no lo veo. Trato de hacer memoria. Estábamos en la escollera, él había intentado proteger sus sardinas de las gaviotas; recuerdo un revuelo de alas blancas alrededor de la cabeza y, confusamente, el aleteo violento que le castigó la cara cuando un picotazo certero nos separó. Y a él que se quedaba allí, hueco, debatiéndose. Y yo que me iba -que me voy- cautivo, por el aire cada vez más seco, mirándolo.


EL JUEGO DE SER MADRE
Carlos Meneses Cárdenas
Perú (1930)

La madre se quitó el ojo derecho y fue a venderlo. Envió el producto de la venta por correo urgente y esperó ansiosa, las noticias. Tiempo después recibió una carta escueta en la que pedía más dinero. Vendió su pierna izquierda y todo su cabello castaño desteñido, envió apresuradamente el dinero y esperó. La respuesta llegó con retraso, en realidad no fue una respuesta sino un nuevo mensaje de clamorosa necesidad. Salió a la calle inmediatamente, ofreció su pecho escuálido y, como cobró una miseria, vendió también sus antebrazos y algunas de sus gastadas vértebras. El dinero íntegro salió ese mismo día. Pasaron semanas hasta que llegó un nuevo mensaje desesperado que movilizó a la anciana que ofreció, entonces, su vientre, su flaca y encorvada espalda, sus clavículas y la frente, quiso vender su ternura y esperanza, pero no le fueron aceptadas en ninguna tienda. El envío fue hecho de inmediato y, como de costumbre, hubo de esperar meses antes de tener noticias y, cuando llegaron, fueron las de siempre. Vendió su nariz, sus labios, su cráneo, su viejo e inútil sexo, su mano izquierda, y le rechazaron, por falta de atractivos, su memoria. Estaba segura de que ahora sí lo lograría y, cuando tras varios meses de esperar, llegó una nueva carta, supo que las cosas habían mejorado. Pero que aún faltaba mucho camino por recorrer y, como siempre, no le quedaba ni una sola moneda. Se quitó el ojo izquierdo, la pierna derecha, sus caderas desvencijadas, la arqueada columna vertebral, el corazón, el último suspiro, y suplicó que enviasen el producto de la venta. Al día siguiente llegaba un alborozado telegrama: madre, no envíes más dinero, he triunfado.


PARIS – LADO B
Pablo Krantz
Argentina (1970)

París... ¡Vaya ciudad que huele a podrido! Los baños públicos, cerrados. Los de los bares, inaccesibles. Y toda esa explosiva combinación de poblaciones para las cuales el control de esfínteres es una ciencia misteriosa. Súmenle a eso ochenta millones de turistas por año, ¡y olor a sudor reconcentrado, a comida imposible, condimentada con sarna, bilis y humor negro! La ciudad que las ratas prefieren. Un gigantesco queso putrefacto lleno de agujeros subterráneos por los que puede uno pasearse en busca de mendigos muertos a medianoche, cuando todos los roedores se convierten en felinos mutantes. Los policías tienen cara de cocodrilos bien alimentados y sonríen desde sus patrulleros relucientes como si fueran los reyes del pantano. ¡Los autos llenos de jóvenes magrebíes de los suburbios en busca de muerte súbita se lanzan sobre los transeúntes como trenes fantasma lanzados por vías invisibles hacia la Ciudad de los Muertos, y aún más allá! París... La fábrica de sueños abandonada. El gran ministerio de los souvenirs averiados. El gran desarmadero de todas las civilizaciones desaparecidas. La orgullosa reina de todas las ciudades enterradas. En las noches de canícula. Bajo las tormentas de nieve, cuando el aire es cortante como la mirada de un terrorista de las estepas lejanas. En las orillas del Sena, el río favorito de los jóvenes suicidas. Bajo las aspas del Moulin Rouge, donde se fríen como pollos rostizados los extranjeros ilegales aguardando su chárter de madrugada. Bajo los rieles verticales de la torre Eiffel, donde desembocan todos los vagones de carga de las minas de oro y platino de Africa negra. Bajo la boca desdentada del Arco del Triunfo, bajo las gárgolas criminales de Notre-Dame y de las mil basílicas de la Ciudad-Luciérnaga, de la Ciudad-Vampiro. Frente a las pirámides del Louvre, donde se exhiben en galerías interminables inmigrantes clandestinos embalsamados, ensarcofagados, con los ojos aún llenos de oasis y espejismos. Bajo los pontones donde turistas japoneses y americanos y alemanes sueñan con el Verano del Amor y fotografían todo lo que permanece inmóvil. Subidos al lomo de un barco-mosca que se hunde, en los que camareros de blanco sirven champaña a cientos de novias asiáticas en matrimonio blanco abandonadas, antes de arrojarlas por la borda, para alegría de los tiburones-fantasma de las aguas barrosas del Sena, que abandonan las profundidades cuando los cadáveres escasean. Las pandillas de skinheads neorromanos en busca de argelinos, los argelinos en busca de israelitas, los israelitas en busca de la Tierra Prometida, ¡todos los migrantes del mundo buscando la Tierra Prometida en camiones frigoríficos, en baúles de coches, en balsas que se hunden, colgados de trenes con pasaportes falsos, la Tierra Prometida llena de cadáveres sin enterrar, los buitres que no dan abasto, las morgues que no dan abasto, las cárceles que no dan abasto, los muertos que se apilan en los patios de las escuelas, en las plazas públicas, la temperatura que sube unos grados más todavía, el asfalto que se funde como arenas movedizas enterrando ancianos en silla de ruedas, cochecitos de bebés olvidados entre los espejitos de colores de los megacomercios de cinco pisos con ascensor, la peste, el cólera, la tuberculosis, la radiactividad, el SIDA, la muerte violenta en todas sus formas que renace de sus cenizas y arrasa con todo. ¡Todo!