1 de marzo de 2012

Pecados capitales (9). Richard Howard: la avaricia

Richard Howard (1929) es un laureado poeta, crítico literario, ensayista y traductor norteamericano. Nació en Cleveland, Ohio, y desde muy pequeño consideró a los libros como "compañeros de juego ideales", decidiendo que quería ser poeta a la edad de cuatro años. En 1951 obtuvo su 
licenciatura en Letras en la Universidad de Columbia de Nueva York y luego, dado su creciente interés por la poesía francesa, fue becado por el gobierno francés para realizar 
estudios de postgrado en la Sorbona. A su regreso a los Estados Unidos en 1953, Howard trabajó durante varios años como lexicógrafo para la prestigiosa casa editorial World Publishing Co. y, en 1958, comenzó su reconocida tarea de traductor. Así, tradujo del francés al inglés obras de Balzac, Barthes, Baudelaire, Breton, Camus, Cioran, Cocteau, de Beauvoir, Duras, Genet, Gide, Leiris, Robbe Grillet, Stendhal, Todorov y Verne, entre muchos otros. En 1962 presentó su primer libro de poemas, "Quantities" (Cantidades), que recibió una entusiasta recepción por parte de la crítica especializada por su brillantez técnica para usar las voces de personajes tan dispares como Oscar Wilde, Walt Whitman o Henry James. Su segundo libro, "Damages" (Daños y perjuicios), apareció cinco años más tarde y significó su consolidación como talentoso poeta. "Untitled subjects" (Sujetos sin título), de 1969, donde exibe su maestría única en el monólogo dramático, recibió el Premio Pulitzer. En "Findings" (Hallazgos), su cuarto libro, se abocó a explorar el tema de la angustia existencial, y en "Two part inventions" (Invenciones de dos partes) recurrió al diálogo dramático en lugar del monólogo para explorar situaciones cargadas de rechazo, amor y pérdida. A estos siguieron "Fellow feelings" (Sentimientos semejantes), "Misgivings" (Recelos), "Lining up" (En fila) y "No traveller" (Ningún viajero), poemarios en los que creó conversaciones imaginarias con personajes históricos como Virginia Woolf, Auguste Rodin, Marcel Proust y Franz Kafka. En los años '90, Howard siguió publicando prolíficamente: "Trappings" (Parafernalias), "Like most revelations" (Como la mayoría de las revelaciones), "If I dream I have you, I have you" (Si sueño que te tengo, te tengo) y "Selected poems" (Poemas seleccionados), trabajos en los que incluyó, con su particular estilo, poemas en forma de cartas, poemas de amor, elegías y homenajes a figuras musicales como Wagner, Rossini y Offenbach; a la actriz Sarah Bernhardt; al escultor Mino da Fiesole; al fotógrafo Nadar, y a muchos otros artistas. Además de varios otros libros de poemas, publicados en los últimos años, Howard es autor de los ensayos críticos "Alone with America. Essays on the art of poetry in the United States since 1950" (A solas con Norteamérica. Ensayos sobre el arte de la poesía en los Estados Unidos desde 1950), "Preferences" (Preferencias), "Travel writing of Henry James" (Los libros de viajes de Henry James) y "Paper trail" (Rastro de papel), un volumen en el que se incluyen, entre otros, ensayos sobre Emily Dickinson, Jane Austen, Marianne Moore y Marguerite Yourcenar. Por muchos años fue el editor de poesía de las revistas "Paris Review", "New American Review" y "New Republic", actividad que desarrolló junto a la de profesor de Literatura Comparada, Inglés y Prácticas de Escritura en las universidades de Yale, Houston, Cincinnati y Columbia. Todos quienes eran alguien en la cultura francesa del siglo XIX, posaron para la cámara de Félix Nadar (1820-1910). Todos excepto el novelista Honoré de Balzac (1799-1850). Por eso, cuando el "The New York Times Book Review" lo convocó para escribir sobre los pecados capitales -en este caso la avaricia-, Howard ideó un poema imaginando un encuentro entre ambos.

AVARICIA

Mi querido Balzac, debe quedarse muy quieto.
No hacer ningún movimiento, o nada aparecerá en la placa,
salvo una débil grisalla.
¡La Obra Maestra Desconocida, por cierto!
Si bien es el mío un talento drásticamente menor,
permítame entretenerlo o al menos mantener su espíritu ocupado
mientras la carne por fuerza holgazanea.
Entre exposiciones (nuestro disoluto término
para designar el intervalo en que el lápiz de la luz
puede delinear su rostro) puede hablar,
más no debe variar su actitud;
he descubierto que ese calambre casi imperceptible
en la nuca puede resultar de gran ayuda, ¿no está de acuerdo?
Comencemos, entonces.
Por supuesto
he aguardado con ansias una ocasión así para poder especular con usted...
Ah, no, nada parecido a un interrogatorio,
sólo estas meditaciones con propósito de seducir
a un intelecto que ha asombrado a toda Francia.
¿Listo, ya? No se mueva hasta que se lo indique...
He sentido, señor, un constante azoramiento
desde que me encontré con la "Comedia"
-que hace ya más de una década que leo-, el que usted,
que ha anatomizado tan bien a la Codicia como Moliere,
se abstenga de hacer una condena;
y el que un autor que engendra
monstruos tan incansables de Avaricia
como Grandet, Gobseck o Goriot,
termine sus consternantes retratos
de todo lo que es peor en la humanidad
sin siquiera una condenación de sus pecados,
como si el creador no trazara una línea
entre la Necesidad y la Avaricia.
Libro tras libro declara que toda la felicidad humana
equivale a números, cifras, sumas,
¡como si contar fuera igual a amar!
¡No, no, no hable todavía! No hasta que la placa
registre un rostro que contradiga toda la lógica:
las partes mucho más grandes que el todo...
Soporte mi lente tan sólo un momento más, luego
podrá corregir mi opinión como dicte su sabiduría.
Si no tener es el comienzo del Deseo,
entonces, el hecho de tener, el de poseer,
tal cual expresa usted tan exhaustivamente,
¿no es el poseer de esa forma... culpable?
Ahora puede hablar, pero haga el favor de mantener
la misma pose, pues debemos hacer un nuevo intento...

Nadar, querido amigo, no me interpreta bien.
En literatura, ¿quién puede creer
haber entendido nada? Todos morimos solos.
Fíjese: cuando pronuncia la palabra Avaricia,
cuando dice el verbo tener,
sienta con cuánto gusto sus dientes superiores
acarician su labio inferior.
Así se produce el sentido,
pues nuestro cuerpo forma,
crea el significado de las palabras...
Lo hacen nuestros sentidos: ¡ávido!
Amigo mío, tan ansiosos por poseer el ser
como la boca por poseer la lengua.
Interpréteme mejor:
no encuentro pecado en amar lo que tenemos,
pues de hecho no poseemos nada; salvo lo que nos posee
-nuestra lengua, por ejemplo- ¡no poseemos nada!
El único pecado es creer, o comportarse
como si poseyéramos lo que amamos;
algo que escribí tanto como un millón de veces,
y que seguíre escribiendo,
pero la gente no lee de buen grado
cuando encuentra otra cosa para entretenerse.
Todos los padres pueden concebir lo divertido
que resulta abusar de un niño; no se necesita un libro.
No puede decir que mis avaros sean pecadores;
no son más que exageraciones de nuestra mutua flaqueza,
pues ellos no pueden creer que posean lo que codician.
Pecado es suponer que podemos poseer nuestras pasiones...

Permítame hacer otra prueba.
Entiendo, al oirlo hablar de esta manera,
que todo el conocimiento humano
es conocimiento culpable,
¡y que la única consecuencia es la huida!
¡Aquí la mirada, así! Luego, después...

Después me envía la placa.
Debo tenerla,
debo poseerme a mi mismo.
Nadar, ¿cuál es su tarifa?