20 de enero de 2014

Homero Alsina Thevenet. Personalidades del cine (20). Charles Chaplin

Actor, productor y director inglés que alcanzó fama internacional con sus películas mudas, Charles Chaplin (1889-1977) fue uno de los más grandes creadores de la historia del cine, un fino observador de la realidad que satirizó a la sociedad con inteligencia, poesía y espíritu crítico. Realizó un total de ochenta y dos películas filmadas a lo largo de algo más de cincuenta años de actividad. En la casi totalidad de ellas fue también autor del guión y compositor de la música en las sonoras.
El cine cómico fue uno de los pilares de la in­dustria en los comienzos de Hollywood. Mack Sennett (1884-1960) fue quien cumplió un papel sistematizador dentro del género y lo cierto es que de su productora, la Keystone Films Company, salieron casi todos los actores cómicos norteamericanos de la época: Ben Turpin (1869-1940), Mack Swain (1876-1935), W.C. Fields (1880-1946), Harry Langdon (1884-1944), Chester Conklin (1886-1971), Roscoe Arbuckle (1887-1933), Harold Lloyd (1893-1971), Buster Keaton (1895-1966) y, por supuesto, nuestro Charles Chaplin. Chaplin llegó a Hollywood en la primavera de 1913 dejando atrás una infan­cia miserable en Londres y, a pesar de su juventud, una larga carrera como comediante en su país natal. Había llegado a Estados Unidos formando parte de la célebre compañía de pantomimas del empresario teatral británico Fred Karno (1866-1941), en la que también actuaba Stan Laurel (1890-1965). Debutó en el cine en "Making a living" (Ganarse la vida), la primera de las treinta y seis películas producidas por la Keystone en las que Chaplin apareció en 1914. En ellas comenzaría a delinear su personal estilo de interpretación derivado del payaso de circo y del mimo, combinando la elegancia acrobática, la expresividad del gesto y la elocuencia facial. De todos modos, aquellos films llevaron todavía el estilo que Sennett había impuesto a las comedias.
Al año si­guiente, Chaplin pasó a la Essanay Film Manufacturing Company, los estudios cinematográficos fundados en Chicago en 1907 por George Spoor (1872-1953) y Gilbert Anderson (1880-1971). Allí experimentó y desarrolló el personaje del vagabundo noble, sentimental, ingenuo y humanitario a lo largo de las quince películas que escribió, dirigió y actuó (trece en 1915, una en 1916 y otra en 1918). Él mismo contaría después que fue escogiendo casi al azar -como lo haría un vagabundo real- el sombrero, el bastón, los anchos pantalones, la chaqueta estrecha y los zapatones. El resultado fue el atuendo más famoso y perdurable en la historia del cine. Cuando en 1916 fir­mó un abultado contrato con la Mutual Film Corporation, ya era una estrella. Para la compañía fundada en 1906 en Milwaukee por John Freuler (1872-1958), Harry Aitken (1877-1956) y Roy Aitken (1882-1976), Chaplin escribió, produjo, dirigió y actuó en doce películas entre 1916 y 1917. En este último año, Thomas Tally (1861-1945) y James Williams (1877-1934) fundaban en Nueva York la First National Pictures Inc., compañía que sería la encargada de distribuir las nueve películas que Chaplin realizó entre 1918 y 1923. Por entonces se había convertido en un mito. Aquel personaje del vagabundo de sus comienzos ya estaba muy lejos de las disparatadas criaturas de Sennett y, si bien conservaba su corrosivo sentido de la sátira, había desarrollado una inmensa ternura hacia el prójimo.
A partir de 1923 Chaplin comenzó a lanzar sus películas a través de la United Artists Co., la compañía que él mismo había fundado en 1919 junto a David W. Griffith (1875-1948), Douglas Fairbanks (1883-1939) y Mary Pickford (1892-1979). Desde ese momento todas sus películas fueron largometrajes. Produjo, dirigió y escribió ocho películas y actuó en todas menos en la primera: "A woman of Paris" (Una mujer de París). A ésta le siguieron lo que sería la trilogía final del personaje de Charlot (Carlitos): "The gold rush" (La quimera del oro), "The circus" (El circo) y "City lights" (Luces de la ciudad). En esos años la industria cinematográfica debió adecuar prontamente los viejos logros al nuevo modelo propuesto por el sonido. No tardó en reimponer los moldes genéricos con el melodrama a la cabeza, lo que era entendible desde el punto de vista del lla­mado "sistema de estudios", la superestructura industrial donde la producción se hacía seriada y los films se fabricaban uno detrás del otro sobre hormas proba­das y aprobadas. Fue la época en la que muchos directores europeos, acostumbrados a una relativa libertad artística, encajaron mal en la complicada maquinaria indus­trial de Hollywood, que creaba sus productos pensando en la gloria del dólar y con métodos de produc­ción en cadena.
Fue este sistema de trabajo lo que llevó al genial director austríaco Erich von Stroheim (1885-1957) a declarar: "Producir películas con la regula­ridad de una máquina de hacer salchichas forzosamente tiene que hacer­las tan parecidas como salchichas". Fue también lo que convirtió a creadores de gran capacidad en grises operarios de esa inmensa fábrica de embutidos cinematográficos, luchando a brazo partido para imprimir aunque sea un asomo de su sello personal a sus productos realizados en Holly­wood. A pesar de que en 1927 se estrenó la primera película sonora, "The jazz singer" (El cantor de jazz), Chaplin siguió fiel al cine mudo alegando que la voz sólo destruiría el antiguo arte de la pantomima: "La palabra destruye la gran belleza del silencio y no deja nada a la imaginación”. Así, "Lu­ces de la ciudad", en 1931, fue sonoro pero no ha­blado, y lo mismo sucedió con "Modern times" (Tiempos modernos) en 1936, su último film del ciclo mudo. En él, las injusticias sociales -que Chaplin nunca había dejado de denunciar- cobraron las formas deshumanizadas del capitalismo salvaje y la alienación del trabajo en las fábricas. Luego, en "The great dictator" (El gran dictador), denunció en tono de comedia los horrores de la guerra y la ambición de poder de las tiranías. En aquel mundo violento de 1940, el inocente personaje del vagabundo ya no tenía más cabida. Desengañado y escéptico, Chaplin realizó los que serían sus últimos films en Estados Unidos: "Monsieur Verdoux" (El Señor Verdoux) en 1947, una comedia negra que cuestionaba la hipócrita moral de los Estados modernos; y "Limelight" (Candilejas), una melancólica mirada sobre el ocaso de un viejo actor cómico.
Por entonces Chaplin cayó bajo la ola del maccarthismo que tenía como blanco a intelectuales y artistas de Hollywood. La crítica social que rezumaba su obra, sumada probablemente a su origen judío y al hecho de ser extranjero (nunca se nacionalizó), lo llevaron a comparecer en 1949 ante el inquisitorial Comité de Actividades Antinorteamericanas. En 1952, durante un viaje a Inglaterra para asistir al estreno de "Candilejas", Chaplin se enteró de que su permiso de retorno a Estados Unidos había sido cancelado. Decidió no volver y se instaló en Ginebra, Suiza. Sus dos últimas películas fueron hechas en Inglaterra: "A king in New York" (Un rey en Nueva York) y "A countess from Hong Kong" (La condesa de Hong Kong). Recién veinte años más tarde aceptaría un breve retorno a Hollywood. Lo hizo para recibir un Oscar por la totalidad de su obra. Este episodio llevó a Alsina Thevenet a escribir "Carlitos inmigrante. Segunda parte", un artículo que apareció en la revista "Panorama" en abril de 1972 en Buenos Aires, ciudad en la que vivía y trabajaba por entonces el crítico uruguayo.

Veinte años después de su alejamiento, Charles Chaplin ha vuelto a Estados Unidos de América, ha recibido del al­calde John V. Lindsay una condecoración que marcó su paso por Nueva York, y ha llegado a Hollywood, cuya Aca­demia de Artes y Ciencias le otorga un premio especial, que será asimismo su mejor regalo en el cumpleaños (abril 16). Estos tardíos homenajes a un hombre de ochenta y tres años adquieren un doble sentido de justicia final, primero porque allí se regulariza una vieja omisión de la Academia, y des­pués porque restablece las buenas relaciones entre Chaplin y un país del que estuvo distanciado, con extremos de odio político, durante los últimos veinte años. Cuando Chaplin hizo "Carlitos inmigrante" (1917) no podía sospechar hasta qué punto puede complicarse el ingreso de un inglés a los Estados Unidos de América.
La Academia había premiado a Chaplin por única vez en su primerísimo fallo (1927-28) "por su versatilidad y genio" al escribir, actuar, dirigir y producir "El circo". Era un Pre­mio Especial de los que la Academia concede fuera de ru­bro, y quedó oculto en la noche de los tiempos y en la letra chica de los libros de consulta. Fue cierto, en cambio, que Chaplin nunca recibió alguno de los premios regulares. Tanto "Luces de la ciudad" (1930) como "Tiempos modernos" (1935) resultaron omitidos de toda candidatura previa a los Oscar, mientras que "El gran dictador" (1940), que fue candidato en varios rubros (film, actuaciones de Chaplin y Jack Oakie, libreto, partitura musical), terminó sin premio alguno. De hecho, la Academia olvidó a un actor cinematográfico que ha sido considerado genial y que contribuyó decisivamente a la creación de Hollywood y del cine mismo. En estos ca­sos, las omisiones se salvan demoradamente con premios especiales, como fue el caso de Greta Garbo, homenajeada con un Osear en 1954, trece años después de su retiro del cine, mediante un galardón amplio y vago a "sus inolvida­bles labores cinematográficas". Para Chaplin, un Oscar tardío y especial representa ganar una vieja guerra después de haber perdido sus batallas. Para la Academia, represen­ta una admisión implícita de que sus fallos anuales están viciados, demasiado a menudo, por simpatía y antipatías, fenómeno del cual hay otros síntomas.
Esas relaciones de Chaplin con la Academia, desde 1927 hasta hoy, llenan una parte ínfima de sus relaciones con los Estados Unidos de América, un país donde conoció la po­breza, el éxito, la adulación y el odio en cantidades abrumadoras. Era un joven actor de veintitrés años cuando dejó Ingla­terra y se instaló en tierra americana (1912), casi al mis­mo tiempo que la creación de Hollywood mismo. En siete años realizó casi toda su obra de corto metraje, obtuvo la fama mundial y la riqueza, se convirtió en su propio productor, contribuyó a fundar el nuevo sello Artistas Uni­dos (1919, junto a Mary Pickford, Douglas Fairbanks, D.W. Griffith) e impuso como personaje a su pequeño va­gabundo, cuyas desventuras fueron luego imitadas por bue­na parte del cine cómico. Sus relaciones con el gobierno norteamericano eran excelentes, incluso después de haberse permitido sus bromas contra el ejército y la guerra (en "Armas al hombro", 1918), simultáneas al ingreso de Esta­dos Unidos a la Primera Guerra Mundial. En esa época realizó su única contribución a la causa nacional con un film corto destinado a promover la venta de bonos béli­cos ("The bond", 1917) y nadie creyó que Chaplin fuera un elemento subversivo. Bajo la comicidad se delineaba sin embargo un callado alegato social, porque su hombrecito humilde mantenía en casi todo film un enfrentamiento con el patrón, con las clases ricas, con la policía misma. La doble vertiente de comicidad y de crítica social recorre también su obra de la década siguiente, que se integra con sus primeros cinco films de largo metraje y que culmina con el patetismo magistral de "Luces de la ciudad" (1931), donde se burla, al paso, del naciente cine sonoro. Quienes tenían objeciones a Chaplin sólo utilizaban sus escándalos sociales, provocados por sus relaciones con mujeres y especialmente por sus accidentados matrimonios y divorcios con Mildred Harris y con Lita Grey.


Pero en 1931 Chaplin debía lanzar "Luces de la ciudad" en el exterior, para lo cual dio la vuelta al mundo. Fue acla­mado y homenajeado en Londres, en el resto de Europa y aun en Asia; se entrevistó celebradamente con el primer ministro inglés Ramsay MacDonald, con Lloyd George, Einstein, Churchill, Emil Ludwig y Mahatma Gandhi; discutió con ellos la crisis económica que había arrancado del co­lapso de Wall Street (1929), sus repercusiones políticas, la desigualdad social, la vigencia del patrón oro. En su com­pletísima biografía, el historiador Theodore Huff, insospe­chable de mantener ninguna antipatía contra Chaplin, apun­ta que hasta 1931 el artista se consideraba a sí mismo como un pequeño comediante, pero que entonces "comenzó a ver­se como un intelectual, como un pensador capaz de cola­borar para cambiar el mundo". En 1932 Chaplin empezó a escribir el libreto de lo que luego sería "Tiempos modernos", sátira contra el maquinismo y contra la mecanización de la vida humana. El film resul­tó insatisfactorio, en parte por su precaria construcción (desprecio por el cine sonoro, acumulación de anécdotas dispersas, como si reuniera varios films cortos en uno lar­go), en parte por la ambigüedad de algunas secuencias. Pe­ro contenía momentos geniales y marcaba claramente una oposición entre Chaplin y la sociedad capitalista, dato para­dójico si se recuerda que él mismo tenía fama de ser un millonario avaro.
El rodaje de "El gran dictador" se realizó entre setiembre de 1939 y octubre de 1940, o sea durante el comienzo de la Segunda Guerra Mundial. Aquí, más que en ningún film previo, Chaplin se manifestó contra todas las tiranías, al extremo de basar el asunto sobre dos fornidas caricaturas de Hitler y Mussolini, gobernantes nunca tocados antes por el cine norteamericano: el primero sólo había sido indirec­tamente aludido por "Confesiones de un espía nazi" (de Anatole Litvak, 1939). La militancia llevó a Chaplin hasta el extremo de incluir un prolongado discurso final que rom­pía sus objeciones contra el cine sonoro y pedía el apoyo de los pueblos contra las dictaduras (en la Argentina, el go­bierno no prestó su apoyo y el estreno fue demorado hasta mayo de 1945, cuando Alemania ya perdía la guerra). Pero pese a la amplitud y a la pasión de su alegato, "El gran dic­tador" omitía toda mención, aun lateral e indirecta, al caso soviético y a la tiranía de Stalin, aunque éste era en ese momento el aliado oficial de Hitler y lo sería hasta la inva­sión nazi a la Unión Soviética (junio de 1941). De aquí sur­gió la primera acusación de que Chaplin era comunista, epí­teto lanzado fácilmente por periodistas que lo odiaban, co­mo Westbrook Pegler y Hedda Hopper.


En los años inmediatos, la acusación apareció apoyada por otras actitudes de Chaplin, como sus discursos por la apertura de un Segundo Frente en la guerra europea (desde julio de 1942), su intento de impedir la deportación del com­positor alemán y comunista Hanns Eisler (1947) y sobre todo el rodaje de "Monsicur Verdoux" (1946), que presenta al crimen individual como una consecuencia lógica de una civilización materialista. Uno de sus monólogos dice: "Gue­rra, conflictos... todo es negocio. Un crimen hace a un vi­llano; millones, a un héroe. Las cantidades santifican". Ésos eran los años de la Guerra Fría, cuando toda disiden­cia ideológica se convertía fácilmente en una acusación de comunismo. En el caso de Chaplin, la campaña estaba apo­yada también por un juicio de reconocimiento de paternidad que le había presentado Joan Barry, madre soltera y por el recuerdo de que durante cuatro décadas el artista se había negado a adoptar la ciudadanía norteamericana. Esta última objeción fue contestada por Chaplin con un desafío ("si alguna vez yo llegara a tomar papeles de ciudadanía lo haría en Andorra, el país más pequeño e insignificante del mundo"). La primera era de más difícil discusión, sobre todo cuando el diputado John E. Rankin, presidente de una comisión parlamentaria, llegó a aludir públicamente al artista como "ese perverso súbdito británico que se ha hecho no­torio por su seducción forzada de mujeres blancas".
La acusación de comunismo merecía un análisis me­jor. No hay registro de que Chaplin se haya afiliado jamás al Partido, ni nada prueba que haya sido su colabo­rador. En opinión de la revista derechista "Mercury", que estudió el caso y lo publicitó sardónicamente, "si Chaplin hubiera sido un comunista activo habría sido obligado a dar al Partido grandes cantidades de dinero, y esto jamás lo hubiera hecho o, por lo menos, no lo hubiera hecho a menudo". Años después, el mismo interesado habría de escribir: "Mi prodigioso pecado fue, y aún es, ser un inconformista. Aunque no soy comunista, me he negado a acatar la línea de odiar a los comunistas. Esto, desde luego, ha ofendido a muchos, incluyendo a la Legión Ame­ricana". Pero años antes, el productor Samuel Goldwyn había diagnosticado mucho mejor la situación. En su li­bro "Behind the screen" (1923), Goldwyn escribió sobre Cha­plin: "Su prejuicio es contra todo lo que interfiera con su libertad personal. El censor, el impuesto, cualquier presunta oposición, todo esto le es odioso en la medida en que infrinja su sentido del poder". Ciertamente, Chaplin no habría de aceptar indicaciones ajenas: ni las del Partido Comunista, que suele regimentar a su gente, ni las de la opinión pública contra el Partido Comunista.


En julio de 1950 Chaplin vendió tres mil seiscientas acciones suyas de la empresa Artistas Unidos; en 1951 filmó "Candilejas", que es una amarga reflexión sobre un cómico en decadencia. El 18 de setiembre de 1952 se embarcó para Europa, pero el trasatlántico Queen Elizabeth no había llegado aún al puer­to de Cherburgo cuando trascendió que el fiscal norteame­ricano James P. Granery se había pronunciado oficialmente, pronosticando que si Chaplin intentaba volver al país, su solicitud sería cuidadosamente estudiada por el Departamento de Justicia. De hecho ese episodio inauguraba el exilio que habría de durar veinte años. El mayor testimo­nio de la amargura de Chaplin apareció en Inglaterra, 1957, bajo el título "Un rey en Nueva York", film que intentaba la sátira contra Estados Unidos presentando a un rey destronado y sometido a una suerte de investigación parlamentaria sobre su vida. El film fue un moderado fracaso y no llegó a estrenarse en Estados Unidos. Después Cha­plin publicó en 1964 un libro titulado "Mi autobiografía", tí­tulo explícito desde el que parece aclarar que no escribe la autobiografía de otra persona. Ese texto contiene un maravilloso capítulo inicial sobre la infancia humilde del artista, pero después se hace harto discutible, entre la enumeración de trivialidades y la omisión de nombres y cosas importantes. La historia del cine podrá olvidar asi­mismo "La condesa de Hong Kong" (1966), su último film, que reunía insólitamente a Sophia Loren con Marión Brando.
En veinte años de Inglaterra y Suiza, el tiempo de Cha­plin se invirtió en eludir periodistas (con gran éxito) y en la siembra de otros cuatro hijos suizos para su esposa Oona O'Neill. También debió pelearse con Michael, uno de sus hijos mayores; a Chaplin le ocurrió la desgracia de tener un hijo inconformista, lo que le puede suceder a cualquiera, incluso a padres más burgueses y menos re­beldes. El mayor dato de ese exilio es, sin embargo, su final feliz en la Academia, con las ceremonias de abrazos y perdones recíprocos durante abril de 1972. Éste puede ser, a los ochenta y tres años, el último acto público de Chaplin y debería cerrarse melancólicamente, cuando el artista se ale­ja hacia el horizonte revoleando su bastón.