19 de febrero de 2014

Evocando a Ingmar Bergman (4). Dios (Guillermo Saccomanno)

Buscando evitar la decadencia, la humillación a la que tanto temía y que reaparecía una y otra vez en su obra como una pesadilla recurrente, Bergman se recluyó en su isla de Fårö, al norte de la isla de Gotland, en el Mar Báltico, donde fundó su propio cine y proyectaba sus películas favoritas a sus vecinos. Rodeado de sus libros y películas, siguió escribiendo con el frenesí de siempre -guiones, piezas teatrales, memorias- y en la última década incluso se permitió dirigir dos films para la TV que pueden considerarse el compendio de su pensamiento artístico, una conmovedora reflexión sobre sus eternas pasiones.
En "Saraband" -realizada en 2003- una pieza de cámara para dos personajes que queda como su largometraje final, Bergman, con su voluntad demiúrgica incólume, decidió volver sobre el matrimonio de "Escenas de la vida conyugal" y provocar un reencuentro. Sin embargo nunca fue un sentimental y tampoco estaba dispuesto a ceder al final de su vida: el paso del tiempo nunca lo enterneció ni lo puso melancólico. En todo caso lo hizo volver a la pregunta que lo había obsesionado durante sus últimos años. Si en los años '60 parecía interrogarse obsesivamente por la existencia de Dios, en la siguiente década no dejó de preguntarse por la naturaleza del amor. ¿Existe realmente? ¿Cómo se manifiesta? ¿Tiene algo de espiritual o es una expresión puramente física? Otras preguntas cruciales se sumaron en "Saraband", la película de un hombre tan sensible como intransigente, que se casó cinco veces y tuvo nueve descendientes: ¿Un hijo puede amar realmente a su padre? ¿De qué manera? ¿Por qué?
El caso de su anteúltimo film, "Larmar och gör sig till" (En presencia de un payaso) fue distinto. Aquí continuaba la exploración de ese misterioso haz de luz plagado de fantasmas que descubrió en su infancia, aquello que él denominaba la "linterna mágica", recorriendo sus recuerdos familiares y su infancia plagada de pesadillas y terrores nocturnos, oscurecida por la sombra del severo pastor protestante que fue su padre, pero que siempre nutrió de imágenes y de materia dramática a casi toda su obra. "Vivo continuamente dentro de mi sueño y hago visitas a la realidad", escribió. Y desde esa tenue frontera entre ficción y realidad, entre el sueño y la vigilia que siempre dominó su obra, se cuestionó no solamente a sí mismo y sus fantasmas, sino que también interpeló a Dios con la furia del ateo que alguna vez fue creyente.
Siempre dijo que el teatro, las bambalinas, eran su "verdadero hogar" y que allí fue feliz, aunque imaginaba que la Muerte lo acechaba obstinadamente, detrás de las cortinas de un escenario, disfrazada con la máscara cruel de un payaso. La creación artística e intelectual de Ingmar Bergman, considerada en su conjunto, no se halla exenta en ningún momento de la aureola de duda existencial que le rodeó siempre a sí mismo. Es notorio el hecho de que en la mayor parte de su filmografía sus personajes recorrieran caminos que los condujesen hacia sí mismos, hacia su propia alma, hacia su propia conciencia. Eran recorridos íntimos, enigmáticos, sobrecargados por un denso dramatismo. La transmisión de esos estados de conflicto interno de sus personajes, originaron historias angustiosas y lacerantes, como pocos directores de cine han podido comunicar, y este fue el mayor logro del director sueco.
Guillermo Saccomanno (1948) trabajó como guionista de historietas a partir de 1972 cuando se incorporó a la editorial Columba de Buenos Aires, lo que sería el comienzo de una carrera que lo llevaría a colaborar con editoriales españolas, inglesas, italianas y norteamericanas hasta que, en 1979, publicó un libro de poemas: "Partida de caza". En 1984 se inició en la narrativa con la aparición de la novela "Prohibido escupir sangre" y, dos años después, con su libro de cuentos "Situación de peligro". A partir de entonces compaginó la historieta y la literatura. Sucesivamente fueron apareciendo "Bajo bandera", "Animales domésticos", "Situación de peligro" y "La indiferencia del mundo" (cuentos); "Roberto y Eva. Historias de un amor argentino", "El buen dolor", "La lengua del malón", "77", "El pibe", "El oficinista" y "Cámara Gesell" (novelas). Radicado desde 1989 en Villa Gesell, una pequeña localidad costera de la provincia de Buenos Aires, Saccomanno ha escrito también el tomo de ensayos "Historia de la historieta argentina" y la obra de no ficción titulada "Un maestro". Sus relatos fueron traducidos a diversos idiomas y adaptados al cine y la televisión. Actualmente coordina un taller de narrativa y es colaborador del diario "Página/12", periódico en el cual publicó el 5 de agosto de 2007 -en su suplemento "Radar"- el artículo "Dios", en homenaje al director cinematográfico Ingmar Bergman.

Casado con una tendera de moda, un hombre de negocios oculta su homosexualidad en el matrimonio. Frecuenta una puta, se desgarra y se analiza. En tanto, su mujer se acuesta con su psiquiatra. El hombre asesina a la puta. Después, la investigación policial. Resumidísima, ésta es la trama de "De la vida de las marionetas" (1980). Es una película atípica de Bergman: entrevera lo documental con el "thriller". Arranca con colores furiosos y continúa en blanco y negro, compuesta por testimonios, diferentes puntos de vista. Nadie es dueño de la verdad. Al salir del cine, me costaba encajar en la realidad. Era, creo, la época de la dictadura. Había una normalidad en la calle. Pero era para desconfiarle. El espectador que yo era antes de la película no era el mismo después de haberla visto. Pero no tenía a quién contárselo. Estaba solo. ¿Quién tira de los hilos?, me preguntaba.
La relación con la fe, como la que se tiene con una película, es de orden personal, secreto e intransferible. (Una digresión: ¿es casual que los cines de antes, auténticas catedrales, se hayan transformado en templos de las más diversas corrientes evangelizadoras en el país en que se asesinaron a los curas que proponían la liberación del dolor?). Podría justificar este sentimiento religioso que me inspira el cine en el galpón parroquial donde las seriales alborotaban al piberío. Si asistías a misa los curas te recompensaban la fe con una entrada para el cine de la iglesia. Los pibes gritábamos, reíamos, nos quedábamos mudos de espanto frente a las seriales de aventuras. Después, cuando comentábamos la película yo tenía la impresión de que cada uno había visto una distinta.
Lo mismo pasaba, a fines de los '60 y en los '70 con las películas de Bergman. Después de cada uno de sus estrenos, muchas veces censurados por la dictadura de turno, sus films eran el pretexto para discusiones secantes: mucho café, polera y cigarrillos negros. Como a la salida del cine parroquial, me daba la impresión de que cada uno había visto una película distinta.


Tal vez estas meditaciones deberían empezar de otro modo. Por ejemplo, así: cuando me enteré de la muerte de Bergman pensé en Dios. Cada una de sus películas (y creo, con más devoción que petulancia, haber visto buena parte de su producción) me transmitía una inquietud que duraba varios días y, con el tiempo, se depositaba en mi memoria con la intensidad de lo vivido. Nada más lejos de su cine que la bajada de línea. No hay en ninguna de sus películas una sola frase que afirme la existencia de Dios y que le reste trascendencia a la distinción entre culpa y responsabilidad. Bergman siempre pregunta. Nunca declama. Interroga. En principio, a sí mismo. Asumiendo el riesgo, nos confiesa su desesperación, un vacío que si debe tener un nombre es el de Dios. Planteada su pregunta, estamos más solos que nunca.
Temor y temblor del dinamarqués Soren Kierkegaard (1813-1855), existencialista pionero, que se centra en la terrible prueba de fe que Dios le impone a Abraham: el sacrificio de su hijo Isaac. Este pasaje bíblico dispara en Kierkegaard un ensayo donde, por encima de su convicción teológica, se anima a formular todas y cada una de las preguntas que habrán de atormentar al padre en su camino a la montaña donde debe acuchillar al hijo. ¿De qué Dios hablamos?, se pregunta uno. ¿De qué padre? Y en esencia, ¿de qué clase de fe? Si algo exige la vida espiritual es compromiso con el amor en esta tierra, un compromiso solidario con el prójimo y su dolor.
Hay afinidades entre Kierkegaard y Bergman. Kierkegaard era hijo de un pastor. Su padre le selló el destino imponiéndole el estudio de la teología como el ejercicio del dogma. El padre de Bergman también era pastor. La relación entre ambos fue dramática. Bergman habría de recordar los castigos del padre. Y cómo, una vez, retobándose, le pegó una paliza al padre y después escapó. En su juventud, Bergman pasó un período en Alemania y no fue ajeno a las vibraciones del nazismo. Todavía hoy muchos compatriotas no le perdonan ese pecado de juventud y lo aprovechan para descalificarlo. No obstante, ahí hay una obra, "El huevo de la serpiente", que contesta todo reproche.


En los '80 Bergman litigó con las autoridades suecas negándose a pagar impuestos. Se trasladó entonces a Alemania, donde filmó, además de "El huevo de la serpiente", "De la vida de las marionetas". (Otra digresión: no es desatinado arriesgar que Bergman es quien precede y habilita con estos ejemplos el cine de Fassbinder.) Hay alrededor de veinticinco años de distancia entre aquella tarde en que entré solo a un cine de Corrientes a ver "De la vida de las marionetas" y esta línea. Un sentimiento de rareza en el mundo.
Los títeres juegan también un alegórico rol importante en "Fanny y Alexander". La historia de esos dos chicos y su descubrimiento de las tensiones entre juego y pérdida, placer y castigo, vida y muerte, podía ser la de mi hermana y la mía, pero también la de todos los chicos del mundo. Han pasado los años, nuestros padres han muerto. Mi hermana tiene una relación con la fe y yo otra. Mi hermana visita sus tumbas. Yo prefiero creer en Dios de otra forma. Un último recuerdo ahora: antes de morir, entre sus libros, mi padre tenía "La linterna mágica", las memorias de Bergman.
¿Qué Dios mueve los hilos pidiéndoles a los hombres ser sus embajadores haciéndose sacerdotes o curadores psi del alma atormentada? ¿Quién se cree el psiquiatra que analiza al asesino de la puta? ¿Quién se cree el temible pastor padrastro de los hermanitos Fanny y Alexander, tan parecido a Von Wernich? ¿Existirá Dios? Si no hay Dios, ¿a quién adjudicarle nuestras miserias y vergüenzas? Bergman tiene un mensaje (término desacreditado si lo hay): no tenemos otra alternativa que hacernos cargo de la desesperación que produce la responsabilidad.
El desesperado es un enfermo de muerte, escribió Kierkegaard. Bergman era uno y tenía conciencia de su mal, lo que no le impidió vivir ochenta y siete años para contarlo. Tampoco me da vergüenza confesarlo públicamente: como cada tanto necesito volver a Kierkegaard, también necesito volver a Bergman. Es decir, volver a Dios.