11 de agosto de 2014

Eric Hobsbawm: "El marxismo es una forma de interpretar el mundo que ha probado y continúa probando su extrema utilidad" (1)

El fallecimiento del historiador británico Eric Hobsbawm (1917-2012) dio lugar a una serie de manifestaciones de valoración casi unánime en el mundo académico sobre su trayectoria, e incluso se reconoció que, pese a su adhesión al marxismo (cuyos rasgos están presentes prácticamente en toda su obra) su talento de historiador los relativizó y minimizó y su contribución al estudio de la Historia fue fundamental. Es evidente que su mayor aporte se encuentra en aquellos trabajos que mejor expresan una interpretación marxista de la historia. Sus análisis acerca de las revoluciones burguesas, por ejemplo, constituyen trabajos ineludibles para comprender estos procesos históricos. Pero, por otro lado, su histórica pertenencia al PC británico que, inevitablemente conduce a una identificación política con el estalinismo, lo llevó a no proporcionar una convincente explicación teórico-histórica de aquel experimento soviético. Más aún, ni siquiera consideró al trotskismo como una expresión del marxismo revolucionario y sus vicisitudes como alternativa política a lo largo del siglo XX. Otro tanto sucedió con su apoyo al Partido Comunista en España y su reivindicación de los “frentes populares” antifascistas que, sabido es, no pudieron vencer al fascismo pero sí derrotar la revolución. Dejando de lado los aspectos ideológicos, son innegables sus notables análisis históricos de los últimos doscientos años, desde los tiempos de la revolución industrial hasta los contemporáneos. Lo que sigue es la primera parte de una recopilación editada de varias entrevistas que Hobsbawm concedió en los últimos veinticinco años de su vida, en las que puede verse con claridad su pensamiento en cuanto a las limitaciones de las democracias clásicas con sus mecanismos políticos radicalmente inadecuados y a los severos problemas que enfrenta la humanidad en el siglo XXI. Los fragmentos de entrevistas corresponden a las realizadas por Peter Glotz (revista "Die Neue Gesettschaft", Hamburgo, julio de 1987), Aldo Panfichi (revista "Quehacer", Lima, marzo de 1992), Horacio Bilbao (revista "Ñ", Buenos Aires, octubre de 2012) y Steven Navarrete Cardona (revista "Arcadia", Bogotá, octubre de 2012).


En 1982 usted escribió en "Marxism Today": "No basta con lamentarse por el declive experimentado por 'el movimiento' desde los grandes días de antaño, sea donde fuere que los militantes los sitúen, puesto que la nostalgia no los hará regresar. Se han ido para siempre. Debemos construir sobre los fundamentos del pasado, pero la construcción debe ser nueva. Esta situación es común a toda la izquierda europea, y ciertamente a la izquierda socialista". Este texto me sugiere dos cuestiones: ¿en qué tipo de nostal­gia estaba usted pensando cuando escribió esto?, y ¿cree us­ted que esta nostalgia existe todavía entre la izquierda europea?

La nostalgia a la que aludía es la tradición de lu­cha en el viejo movimiento obrero. No puedo decir con cer­teza en qué medida esta nostalgia existe en otros países, pero ciertamente existe aquí en Inglaterra, quizás incluso más que en cualquier otra parte, porque nuestro movimiento obrero en cierta manera fue extraordinariamente fuerte. De hecho, Gran Bretaña fue el único gran país donde el proletariado llegó a formar la verdadera mayoría de la población. El movimiento británico tuvo también un tipo de solidaridad y de actitud combativa que no sólo actuó como punto de referencia de la anterior generación, sino que dirigía toda su vida. Como usted escribió, quedaban trazos de ambas en la gran huelga de mineros de 1985, por ejemplo. Estoy seguro de que estas tradiciones existen también en otros lugares —la tradición an­tifascista, por ejemplo, claramente visible en Italia. La resistencia que hizo posible que los italianos, especialmente la clase obrera, se liberasen de la carga de la derrota o de la culpabi­lidad heredada del período fascista sigue vigente, y es un factor importante y positivo. Sin embargo, como escribí enton­ces, esto no basta. Naturalmente uno puede no desear en ab­soluto renunciar a sus propias tradiciones, pero en algún lu­gar y de alguna manera tenemos que hacerlo.

¿Y esto está degenerando en nostalgia?

Degenera en nostalgia si la gente no reflexiona acerca de la situación real y se limita a tocar el viejo reperto­rio. Esto puede estar bien en la sala de conciertos, pero no en política.

Hay momentos excepcionales en la historia de la humanidad en los que en un corto período se concentran acontecimientos de enorme repercusión.  Entre 1989 y 1991 hemos vivido uno de estos períodos. El mundo ha presenciado atónito el derrumbe del comunismo como sistema alternativo al capitalismo. ¿Qué significado histórico tienen estos años?

Creo que estos años marcan el final de una época en la que la historia mundial ha estado dominada por el impacto de la Revolución de Octubre. Por cerca de setenta y cinco años, en lo que hoy se denomina el corto siglo XX, los gobiernos de Occidente han vivido obsesionados por el espectro de la revolución social y el comunismo, transformados luego en temor al poderío militar de la Unión Soviética y sus aliados socialistas. En todo este período, con excepción de un breve intervalo durante la Segunda Guerra Mundial, la política internacional fue concebida como una cruzada, una guerra fría casi religiosa entre dos sistemas alternativos. Ahora todo esto ha concluido. El comunismo como alternativa al orden capitalista existente ha desaparecido. Este es el principal significado histórico de los acontecimientos vividos  en los últimos años.

¿Cómo se explica que las consecuencias políticas y económicas de la Revolución de Octubre hayan podido dominar por tan largo tiempo la historia mundial?

Es imposible comprender esto si no pasamos revista a los tres períodos en los que se divide el llamado corto siglo XX (1914-1991). El primer período se inicia con la Primera Guerra Mundial y termina poco después de la Segunda Guerra. Este es el período en el cual el sistema capitalista mundial parece estar cerca del fin. Recordemos la Gran Depresión de los años '30; las grandes revoluciones políticas, primero la soviética y luego la china, que derrumbaron viejos regímenes e instauraron el comunista como un sistema mundial alternativo. Recordemos también que durante este período las instituciones propias de la democracia liberal estuvieron en retroceso en casi todas partes del mundo frente al avance del fascismo y otras formas  de autoritarismo. En esas circunstancias aun los más conservadores hombres de negocios tenían dudas sobre el futuro del capitalismo.

¿Y después de la Segunda Guerra Mundial?

Bueno, desde fines de los años '40 hasta inicios de los '70 la competencia entre ambos sistemas se hace muy dura y se extiende a casi todo orden de cosas. Lo interesante es que esta competencia se da sobre la base de un extraordinario crecimiento económico global, producto de la gran demanda que significó la reconstrucción posbélica. Las tasas de crecimiento de las economías comunistas eran similares a las de las economías capitalistas. Es más: hasta los años 50 eran superiores, lo cual llevó a que alguna gente pensara que el capitalismo sería derrotado por la mejor performance económica del socialismo. Sin embargo, durante los años '60 el capitalismo empieza a despuntarse tecnológicamente, mientras para las economías socialistas todavía no era claro el tipo de problemas y limitaciones que enfrentaban. A inicios de los años '70 se inicia el tercer período, caracterizado por la crisis global tanto del sistema socialista como del sistema capitalista. Sin embargo, esta crisis global no ha llevado al derrumbe del capitalismo, como sí ocurrió en el caso del comunismo.

¿Usted piensa que ya desde los años '60 el campo socialista estaba económicamente derrotado?

Económicamente hablando, sí. Técnicamente hablando, sí. Creo que los mecanismos de planificación central han sido extremadamente efectivos en crear, digamos, una economía de guerra. En ese contexto uno define sus metas económicas y busca alcanzarlas de manera planificada y sin tener en cuenta sus costos. Así Inglaterra y Estados Unidos administraron sus economías durante la Segunda Guerra Mundial. Ahora bien: si un país, por cualquier razón, decide que su máxima prioridad es tener una gran industria o construir un sistema de misiles atómicos, u organizar viajes al espacio, esto sólo se puede hacer con una economía de guerra donde lo que importa es usar los mejores recursos con el objetivo de alcanzar estas metas. Este fue el caso de la Unión Soviética, que tuvo éxito en alcanzar sus metas iniciales, pero luego fue incapaz de proveer a su sistema económico los mecanismos internos necesarios que le permitieran ganar mayor dinamismo y mayor capacidad para continuar mejorando por sí sola.

Pero algunos analistas señalan que la ausencia de propiedad privada es también un elemento importante para explicar el pobre desempeño de las economías socialistas. ¿Qué piensa usted sobre esto?

No, no creo que sea cierto. Creo, sí, que la ausencia de un mercado es una gran desventaja, y que él le dice a uno cuándo está haciendo ganancias y cuándo pérdidas; qué empresas son eficientes en el manejo de sus recursos y cuáles no y deberían cerrar. Me parece que la debilidad central del modelo soviético es que manejaron su economía de manera burocrática y basada casi exclusivamente en consideraciones políticas, sin tener en cuenta que hay que pagar ciertos costos económicos, que es necesaria cierta racionalidad en los precios y que el mercado puede ayudar a esto. Sin embargo, debe quedar muy claro que no estoy argumentando a favor de la privatización como solución de los problemas económicos. Esto no es verdad. La agricultura de Polonia fue descolectivizada en 1956 y hoy sigue siendo una agricultura deficiente. El caso de Hungría es distinto. Ellos desarrollaron una agricultura mixta de cooperativas y empresas privadas, y hoy tienen una agricultura más eficiente en términos de exportaciones que Polonia o Francia.

¿Cuáles serían entonces las razones principales del derrumbe del comunismo?

En primer lugar, que la economía se fue haciendo cada día más rígida e ineficiente. Por ejemplo, acabo de leer un estudio que señala que de todos los inventos científicos hechos por la Unión Soviética en las últimas décadas, sólo un tercio se dirigieron al campo económico. La mayoría están ubicados en el campo militar. En otras palabras, no existía un activo vínculo entre ciencia y economía que ayudara a sustentar cierto dinamismo del aparato productivo. En segundo lugar, el nivel de la vida de los países capitalistas desarrollados se fue haciendo marcadamente superior al de los países socialistas. Esto fue aun más visible cuando un país quedó dividido entre un sector capitalista y otro socialista, como es el caso de Alemania. Tercero, dados los avances de la comunicación mundial, es imposible aislar a una población del conocimiento de lo que sucede en otras partes del mundo. Entre 1930 y 1950 la gente que vivía en China o la Unión Soviética no sabía nada de lo que sucedía en las sociedades capitalistas y viceversa. Ahora esto es imposible. Para la gente de Europa del Este era claro que ellos se estaban quedando fuera del disfrute de un mejor nivel de vida y ello, como se sabe, es una motivación central para cualquier revolución.

Y en el terreno político, ¿usted no cree que el principio del partido único y la ausencia de competencia democrática también tienen un peso importante?

Pienso que debemos distinguir entre la situación de la Unión Soviética y China y la de los países de Europa del Este. Quizá en estos últimos países lo que usted señala es un elemento importante. Pero en sociedades como la soviética o la china no ha habido nunca una tradición democrática o un sistema multipartidario. No creo que haya existido una presión de masas por la democracia en la Unión Soviética. Los llamados movimientos disidentes eran relativamente insignificantes y por mucho tiempo fueron incapaces de construir apoyo político masivo. Por supuesto, esto cambió con la generalización de las crisis políticas. Pero si observamos con detenimiento, la crisis primero se da al interior del partido, como una presión política por lograr cambios económicos. No fue un movimiento de masas por la democracia, tal como Occidente define lo que es la democracia, lo que ha llevado al actual colapso de la Unión Soviética.

Con el derrumbe del comunismo, ¿es el capitalismo la única alternativa en el mundo?

No creo que el capitalismo constituya una alternativa, ya que ha demostrado repetidas veces que no puede resolver los problemas principales del mundo. Por ejemplo, con el desarrollo del capitalismo la brecha entre los países industrializados y el llamado Tercer Mundo ha crecido dramáticamente en los últimos cuarenta años. Los países pobres son mucho más pobres hoy de lo que eran antes. Este es un problema gravísimo al cual el capitalismo no ofrece ninguna solución. Lo mismo sucede con la ecología. Por primera vez en la historia de la humanidad existe la posibilidad real de que el desarrollo de las fuerzas productivas convierta el mundo en un lugar imposible de habitar. Los grandes capitalistas dicen que éste es un problema técnicamente controlable. Sin embargo, no debemos olvidar que la función central del capitalismo es la búsqueda insaciable de ganancias. No creo que se pueda atacar el problema ecológico sin interferir de una u otra manera con el funcionamiento normal del capitalismo. Dadas estas limitaciones, no sería raro que pronto aparecieran análisis y programas políticos que tuvieran el objetivo de crear nuevas alternativas al capitalismo actual.

Ocupémonos ahora de las razones de la crisis de la izquierda europea. La primera cuestión tiene que ver natural­mente con la crisis del capitalismo mundial y sus conse­cuencias. La nación occidental más poderosa económicamente se encuentra actualmente en una coyuntura económica bastante complicada, con un tremendo déficit, produciendo al­tos tipos de interés que atraen capital del mundo entero. Esto significa que todos colaboramos en la financiación del défi­cit estadounidense. Tenemos también una verdadera crisis de deuda pese a las mejoras auspiciadas por las instituciones de gestión de la crisis internacional (el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial). No creo que vaya a produ­cirse una gran quiebra en el mercado del capital personal y de crédito, pero pienso que los bancos comerciales prósperos no lo serán tanto fuera del mercado. Sin embargo, la situación no parece que vaya a ser muy prometedora, ya que se prevé que haya una recesión secular. De una manera sucinta y general, ¿cuáles serán, en su opi­nión, las repercusiones de la crisis del capitalismo mundial para la izquierda europea? Los tiempos en los que se podía confiar en que la teoría del empobrecimiento ofreciese una esperanza estratégica seguramente han quedado atrás.

Sí, de hecho no creo que esto haya actuado en favor de la izquierda. Después de todo, si alguna vez hubo una crisis económica que amenazase al sistema, fue la de la década de 1930.

Que acabó en el fascismo.

Acabó en el fascismo. Anteriormente, la gente ha­bía esperado que de alguna manera la crisis condujera auto­máticamente a una radicalización. Pero no fue así, sino más bien lo contrario. Y pienso que aquí debemos remitirnos a Marx. Como usted sabe, Marx y Engels esperaban que la pri­mera crisis mundial -la de 1857/1858- causase una radica­lización y un resurgimiento revolucionario que no se llegó a producir. Y pienso que después de esto debemos ser muy pru­dentes a la hora de predecir que las crisis, por graves que sean, conducen automáticamente a una quiebra. Pero pienso tam­bién que, como muchas cosas, es más probable que el sistema capitalista estalle en los márgenes que en el centro. Después de todo, incluso en la década de los setenta hubo revolucio­nes, por ejemplo las revoluciones anticoloniales, la revolución portuguesa, el final del fascismo en España y en Grecia, y también, naturalmente, las revoluciones etíope e iraní, etc. No se puede esperar que ello produzca un cambio automático ha­cia la izquierda en el sentido tradicional del término, pero tam­poco puede decirse que no hay ninguna posibilidad de cambios revolucionarios capaces de debilitar un poco el capitalismo mundial. Pero por otra parte, creo que hoy en día la izquier­da europea de hecho es más débil, no tanto porque tiene me­nos apoyo potencial (en mi opinión, no ha disminuido mu­cho el número de sus votantes), sino porque en las décadas de los setenta y los ochenta no pudo desarrollar un programa o un proyecto para la crisis. Esto es evidente. De alguna manera la izquierda dejó la iniciativa económica en manos de la derecha neoliberal y neoconservadora, y hasta cierto pun­to tuvieron que hacerlo porque el mismo programa que pro­yectaron no estaba verdaderamente enfocado hacia la crisis.