29 de agosto de 2014

Tristan Tzara y el Dadaísmo. Poesía latente, aliento existencial y dimensión humana (3)

Tal como había sucedido anteriormente con los movimien­tos poéticos precursores del Simbolismo como Les Hydropathes y Les Hirsutes, clubes literarios de París que existieron en los años '80 del siglo XIX, el movimiento Dadá nació, a principios de 1916, en un café cantante de Zurich donde se recitaban poemas. En esta ciudad, adscrita desde 1519 al puritanismo ardiente del líder de la Reforma Protestante suiza Huldrych Zwinglio (1484-1531) y tradicionalmente germanófila, brotó la chispa, y no del entorno suizo sino de la abigarrada cohorte de emigrantes llegados allí para escapar de la guerra y fomentar las futuras revolucio­nes. Un joven poeta alemán, Hugo Ball (1886-1927), que era director de teatro, y su mujer Emmy Hennings (1885-1948), bailarina y música, concibieron el proyecto de transformar el Meteret, una taberna de mala fama del barrio popular de Niederdorf, en un café literario que habría de acoger a la "intelligentsia" exiliada. Así, el Cabaret Voltaire abrió sus puertas el 1 de febrero de 1916. Ball, personalidad atractiva e inspirada, traductor de algunas de las obras del teórico anarquista ruso Mikhail Bakunin (1814-1876), no tar­dó en reunir en su establecimiento a todo cuanto en la Zurich no suiza se había destacado entre los poetas, artis­tas y músicos, sin mencionar a aquellos cuya actividad no resultaba en absoluto significativa para los demás, pero que a menudo constituían el punto de partida para lograr el éxito público. A su alrededor se congregaron muy pronto, además de Tzara, los alemanes Hans Arp (1886-1966), escultor, poeta y pintor; Hans Richter (1888-1976), pintor y cineasta; Walter Serner (1889-1942), escritor y ensayista; Johannes Baargeld (1892-1927), pintor, escritor y periodista; Richard Hülsenbeck (1892-1974), escritor y músico, y Christian Schad (1894-1982), pintor; los suizos Augusto Giacometti (1877-1947), pintor, y Sophie Taeuber (1889-1943), pintora y escultora; el sueco Viking Eggeling (1880-1925), pintor y cineasta; el polaco Marceli Słodki (1892-1943), pintor, artista gráfico y escenógrafo; y el ya mencionado Janco, pintor y arquitecto, entre otros cuyos nombres hoy se desconocen.
¿Cuál era en su origen el designio del Ca­baret Voltaire? Según contó el propio Ball en "Die flucht aus der zeit" (Una huida fuera del tiempo), sus memorias publicadas después de su muerte en 1927, la idea era reunir en aquel lugar a "algunos hombres jóvenes de­seosos de afirmar su independencia y de probarla". El nombre de Voltaire, adoptado como ban­dera, simbolizaba la libertad espiritual y la reivindicación de la justicia contra los poderosos. En el mismo libro describió lo que fueron los inicios del Cabaret Voltaire y el nacimiento del movimiento Dadá. Siendo él mismo un hombre de múltiples facetas, ávido, atormentado y con ciertos impulsos místicos, fanática­mente entregado a la poesía y al arte, no tardó en exponer en las paredes del cabaret obras de Pablo Picasso (1881-1973), de Otto van Rees (1884-1957), de Arthur Segal (1875-1944), de Arp, Janco y otros. Una orquesta de balalaikas hacía alternar los bai­les rusos con música negra, generalmente improvisada, mientras su esposa bailaba y cantaba acompañada por un piano. Las "veladas francesas" proponían la lectura de poemas de Arthur Rimbaud (1854-1891), Jules Laforgue (1860-1887), Alfred Jarry (1873-1907), Max Jacob (1876-1944), Guillaume Apollinaire (1880-1918) y André Salmon (1881-1969).
Las poesías simultaneístas -estructuradas por normas musicales actuantes en la prosodia- de Fernand Divoire (1883-1951) y Henri Martin Barzun (1881-1973) estaban igualmente a la orden del día. Los rusos celebraban las obras de Fyodor Sologub (1863-1927), Aleksandr Blok (1880-1921) y Andrey Bely (1880-1934); los alema­nes, las de Stefan George (1868-1933), Christian Morgenstern (1871-1914) y Erich Mühsam (1878-1934). El pianista Arthur Rubinstein (1887-1982) interpretaba a Camille Saint-Saëns (1835-1921), pero la "música de ruidos" del futurista Luigi Russolo (1885-1947) y las sonorizaciones modernistas de Edgar Varèse (1883-1965) no caían por ello en el olvido. En suma, toda una constelación de individuos y de facetas libres, "sin teorías ni dogmas -diría Tzara años después-, donde cada uno de los componentes afirma su independencia". De hecho, todas las corrientes poéticas y artísticas de la inmediata preguerra se ama­saban en esta marmita intelectual de donde había de sur­gir como el diablo de una caja de sorpresas, el 8 de fe­brero de 1916 si se da crédito a la leyenda, el mágico nombre de Dadá.
Casi todos los testimonios se muestran divergentes acerca de las circunstancias en que se encontró la pala­bra y sobre su paternidad. La versión que durante mu­cho tiempo resultó más digna de crédito cuenta que una noche, en el Cabaret Voltaire, se abrió al azar un diccionario "Petit Larousse" y entonces, con un cuentagotas, uno de los que asistía a la reunión dejó caer una gota de agua que fue a dar en la palabra "Dada" que, en el lenguaje infantil, es el nombre que recibe el caballo, aunque también tiene otras acepciones: una idea predilecta o una manía. Según se dice, la mano que sos­tenía el cuentagotas era la de Tzara. Otra versión asegura que clavó la punta de un cortapapel sobre la primera palabra que encontró en el diccionario y esa palabra era "Dada"; y de acuerdo a otras habladurías, fueron los camareros del café Terrasse quienes identificaron primeramente al grupo como "dada" ya que, para ellos, las lenguas habladas por aquellos emigrados eran incomprensibles, salvo la repetida sílaba "da, da" ("sí, sí", en ruso, en rumano y en varias lenguas eslavas). Tzara no des­mintió nunca, ni confirmó tampoco, esta forma de pre­sentar los hechos, contentándose con sonreír cuando se le explicaba una versión diferente y declarar enigmáticamente: "no se sabe cómo". Lo cierto es que no había cumplido veinte años, aquel día de 1916, cuando realizó el gesto que aseguraría su perduración. Probablemente ninguno de los presentes en aquella ocasión imaginó la longitud de la mecha que acababan de encender.
En 1921, Hans Arp atestiguaría en "Dada au grand air" (Dadá al aire libre): "Declaro que Tristan Tzara encontró la palabra dadá el 8 de febrero de 1916 a las seis de la tarde. Yo estaba presente junto con mis doce hijos cuando Tzara pronunció por primera vez esa palabra que suscitó en nosotros un legítimo entusiasmo. Fue en el café Terrasse de Zürich y yo llevaba un bizcocho en el orificio izquierdo de la nariz. Estoy convencido de que esa palabra no tiene ninguna importancia, y que sólo los imbéciles y los profesores españoles pueden interesarse en las fechas. A nosotros nos interesa el espíritu dadá, y ya éramos todos Dadá antes de que Dadá existiera. Las primeras Santas Vírgenes que pinté datan de 1886 cuando yo tenía apenas algunos meses y me divertía en orinar láminas impresas. Me cago en la moral de los idiotas y en la fe que depositan en los genios".


Paul Cernat (1972), ensayista y crítico literario rumano, dice en su "Avangarda românească și complexul periferiei" (La vanguardia rumana y su compleja periferia) que la primera actuación dadaísta tuvo lugar cuando Tzara, que llevaba un monóculo, entró en el Cabaret Voltaire cantando melodías sentimentales y entregando fajos de papel a sus "escandalizados espectadores", abandonando luego el escenario para dejar espacio a actores en zancos, y volviendo después en traje de payaso. El mismo tipo de actuaciones se llevarían a cabo en el café Zunfthaus zur Waag a comienzos del verano de 1916, después de que el Cabaret Voltaire se vio obligado a cerrar sus puertas. Hugo Ball había dicho que "hasta que toda la ciudad no se indigne por el encantamiento dadá, el Cabaret no habrá logrado su fin".
Este objetivo sería alcanzado ampliamente ya que su importante incidencia social llevó a las autoridades a clausurar el cabaret "a petición de los burgueses", como recordaría Ball en sus memorias. Los dadaístas habían inquietado más a las autoridades zuriquesas que su vecino Vladímir Ilich Uliánov (1870-1924), aquel que se hiciera llamar Lenin desde la época de su destierro en Siberia a fines del siglo XIX. De hecho, quien al siguiente año encabezaría la Revolución Rusa vivía en el nº 9 de la Spiegelgasse y el Cabaret Voltaire estaba situado en el nº 1, y ambos estuvieron sometidos a vigilancia. Andrei Codrescu (1946), ensayista rumano naturalizado estadounidense, profesor en la Louisiana State University, cuenta en "The posthuman Dada guide" (Guía de Dadaísmo posthumano) que el exilado ruso lo eligió entre todos como compañero de sus ocios y rival de ajedrez. Las partidas se habrían jugado en un café de la zona y sería "el icono adecuado del principio de los tiempos". Incluso el poeta y pintor alemán Kurt Schwitters (1887-1948) narra esos encuentros en su poema "Harlekin am schachbrett" (Arlequín en el tablero de ajedrez).
En simultáneo con estos primeros escarceos del Dadaísmo apareció la opera prima de Tzara titulada "Première aventure céleste de Monsieur Antipyrine" (La primera aventura celestial del señor Antipirina) y, en 1917, publicaría algunos escritos poéticos en las revistas parisinas "Sic" -dirigida por Pierre Albert Birot (1876-1967)- y "Nord-Sud" -dirigida por Pierre Reverdy (1889-1960)-, en los que reflejaría los rasgos esenciales del Dadaísmo: la recusación de toda forma de jerarquía social, la confusión de los géneros y el valor concedido al espectáculo. Pero su gran irrupción dentro del panorama literario europeo de la segunda década del siglo XX tuvo lugar en 1918, cuando dio a la imprenta su célebre "Manifieste Dada" (Manifiesto Dadá), en el que se hacía bien patente que el movimiento fundado por Tzara y sus correligionarios abogaba, más que por unos postulados estéticos concretos y bien definidos, por una actitud rebelde y transgresora frente a cualquier manifestación de la cultura tradicional, una actitud que pronto habría de quedar plasmada en los comportamientos extravagantes de todos sus seguidores, que, entre otros actos indiscutiblemente "dadaístas", lanzaban huevos podridos en el transcurso de las conferencias o rompían los cristales de las galerías donde se exhibían obras de arte poco acordes con la línea rupturista de la Vanguardia. Ese mismo año también vio la luz, en la ciudad suiza donde se había originado el Dadaísmo, su sugerente y revelador poemario titulado "Vingt-cinq poèmes" (Veinticinco poemas).
Para entonces Tzara ya había tomado distancia de los futuristas italianos, rechazando la postura militarista y proto-fascista de su líder Filippo Tommaso Marinetti (1876-1944), pero rescataba a los poetas Giuseppe Ungaretti (1888-1970) y Andrea de Chirico (1891-1952). Por otro lado, en Alemania, estableció contactos con artistas vinculados al movimiento Espartaquista que lideraban los marxistas Róża Luksemburg (1871-1919) y Karl Liebknecht (1871-1919), entre ellos Carl Einstein (1885-1940), George Grosz (1893-1959) y Walter Mehring (1896-1981). A su vez, el pintor francés Francis Picabia (1879-1953) visitó Zurich y expuso sus ideas nihilistas sobre el arte y la razón. En los Estados Unidos, Picabia, Man Ray (1890-1976) y Marcel Duchamp (1887-1968) habían establecido su propia versión del Dadaísmo. Fueron acogidos con beneplácito por Tzara ya que estos artistas habían "cambiado repentinamente la posición de equilibrio entre el arte y anti-arte en las regiones estratosféricas de la pura nada". Picabia diría entonces: "El honor se compra y se vende como el culo... El Movimiento Dadá no siente nada, no es nada, nada, nada. Es como vuestras esperanzas: nada. Como vuestros paraísos: nada. Como vuestros ídolos: nada. Como vuestros hombres políticos: nada. Como vuestros héroes: nada".


Tras la firma del Armisticio de Compiègne el 11 de noviembre de 1918 entre los Aliados y Alemania, la evolución del Dadaísmo estuvo marcada por los acontecimientos políticos. En octubre de 1919, Tzara junto a los escritores Otto Flake (1880-1963) y Walter Serner (1889-1942) comenzaron a publicar "Der Zeltweg", una revista dirigida a popularizar el movimiento y de la cual llegaron a publicar seis números. Por entonces Europa bullía al compás de las repercusiones de la Revolución de Octubre en Rusia y surgían revueltas que propugnaban por cambios políticos en Alemania, Francia, España, Italia y varios de los países que componían el antiguo Imperio Austro-húngaro. Tzara, en "Dada manifeste sur l’amour faible et l’amour amer" (Manifiesto Dadá sobre el amor débil y el amor amargo), analizaba al hombre europeo y le diagnosticaba una enfermedad a la que denominaba "autocleptomanía". El autocleptómano era la típica figura de la sociedad europea encarnada en el burgués, un individuo que se había alejado de la comunidad porque había aprendido a robar. "El robo se volvió función", decía Tzara, hasta tal punto que se "roban a sí mismos su personalidad". De ahí la consecuencia de que siendo ricos "son muy pobres".
La idea de propiedad había quedado tan anclada en el espíritu de los burgueses que éstos acababan por robarse mecánicamente a sí mismos, algo que se hacía evidente en su miseria afectiva ya que, al amar sólo sus bienes, sus propiedades, hasta su vida afectiva quedaba completamente dominada por este principio de propiedad. Pero no sólo atrapaba la vida afectiva: este principio de propiedad -junto con toda la maquinaria de producción capitalista-, al aplicarse universalmente, tenía el efecto de convertir todo en objetos utilitarios, en mercancías, incluidos la belleza y los ideales más sagrados de la sociedad europea moderna como lo eran la libertad, la fraternidad y la igualdad. Si bien era incuestionable que gracias a este gran mecanismo de producción de valores utilitarios el hombre europeo se había enriquecido materialmente, por la misma razón había acabado suprimiendo sus propios rasgos individuales, volviéndose igual a todos los demás, haciéndose esclavo de su propio sistema de producción de mercancías, tornándose interiormente enfermo y pobre. Esta apreciación de Tzara remite a un fragmento de "Jenseits von gut und böse" (Más allá del bien y del mal), la obra que Nietzsche escribiera en 1886 atacando la vacuidad moral de los hombres y su pasiva aceptación de la ética judeo-cristiana.