8 de mayo de 2015

Cortázar, Bioy Casares y un plagio sin plagiarios (1). Los caprichos del azar

Así como en España floreció entre finales del siglo XIX y principios del XX el movimiento vanguardista conocido como Novecentismo -que vino a renovar estéticamente la literatura y el arte de la época-, en ambas márgenes del Río de la Plata se vivió un fenómeno similar. Mientras en Argentina se destacaban Leopoldo Lugones (1874-1938), Evaristo Carriego (1883-1912) o Baldomero Fernández Moreno (1886-1950), en la República Oriental del Uruguay una floración de grandes artistas señalaba la entrada al siglo XX. Juan Zorrilla de San Martín (1855-1931), José Enrique Rodó (1871-1917), Florencio Sánchez (1875-1910), Delmira Agustini (1886-1914) y Juana de Ibarbourou (1892-1979) marcaban el rumbo en la innovación literaria. Poco después harían su aparición en la "Reina del Plata" escritores como Oliverio Girondo (1891-1967), Jorge Luis Borges (1899-1986), Roberto Arlt (1900-1942) y Raúl González Tuñón (1905-1974), mientras que en Montevideo nacían, entre otros grandes autores, Felisberto Hernández (1902-1964), Juan Carlos Onetti (1909-1994) e Idea Vilariño (1920-2009), todo un grupo de notables escritores que llevarían a que la capital uruguaya fuera entonces llamada la "Atenas del Plata".
Las diferentes corrientes migratorias dejaron su huella en Montevideo. Uno de sus barrios, la Ciudad Vieja, refleja la llegada de los españoles. Allí está presente el estilo colonial, pero también las primeras manifestaciones del neoclasicismo, el neogótico y otras diversas corrientes arquitectónicas, lo mismo que en Carrasco, uno de sus barrios más residenciales. A mediados del siglo pasado, una época de bohemia casi olvidada, célebres artistas se vieron atraídos por el encanto de Montevideo, sus tertulias interminables y, sobre todo, por el hechizo que aquellos barrios ejercía en sus visitantes. Para alojarse, dichos personajes optaron por tres hoteles emblemáticos: el Cervantes, el Carrasco y el La Alhambra.
Para su estancia en Montevideo en 1934, Federico García Lorca (1898-1936) eligió el Carrasco, un monumental hotel inaugurado en 1921 en el que, desde una habitación con vistas al río, compuso el tercer acto de su tragedia "Yerma". Pablo Neruda (1904-1973), en cambio, en su visita en 1945, eligió La Alhambra, un hotel sito en un histórico edificio de 1913 en pleno corazón de la Ciudad Vieja. El hotel Cervantes, por su parte, fue inaugurado en 1927 y contaba con un teatro independiente, dos salones y terrazas al estilo andaluz. En la habitación 104 de ese hotel se alojó Carlos Gardel (1890-1935) a comienzos de 1928, cuando se presentó en el Teatro Solís de Montevideo antes de zarpar hacia Europa. También Borges, que pasó varias temporadas en la ciudad entre los años 1945 y 1955, eligió el Cervantes para hospedarse. De allí iba asiduamente a El Tupí, un bar situado a pocas calles del hotel, donde se desarrollaba la vida de las tertulias. Había entonces una suerte de bohemia de la que el autor de "El informe de Brodie" solía participar.
En 1954, Julio Cortázar (1914-1984) viajó a Montevideo para asistir en calidad de traductor y revisor a la conferencia general que la UNESCO (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura) realizaba allí ese año. Se alojó en la habitación 205 del Hotel Cervantes y aprovechó su tiempo libre para visitar Villa del Cerro, barrio en el que haría nacer a la Maga, la misteriosa protagonista femenina que deambula por "Rayuela", el personaje más famoso de su libro más famoso. En 1962, Adolfo Bioy Casares (1914-1999), asiduo visitante de la Banda Oriental, también se hospedó en el Cervantes. El autor de "La invención de Morel" mantuvo una estrecha vinculación con la patria de Horacio Quiroga (1878-1937) y, a lo largo de su obra, son recurrentes las menciones al Uruguay, a sus departamentos y ciudades. Lo hizo en "El jardín de los sueños", en "Máscaras venecianas", en "Planes para una fuga al Carmelo", en "Paradigma", en "Ad porcos", en "La trama celeste", por citar algunos ejemplos.
Dos años después de su viaje, Cortázar publicó "Final del juego", volumen que contenía entre otros cuentos uno llamado "La puerta condenada". Bioy Casares, en tanto, en 1962 lanzó "El lado de la sombra", libro también de cuentos, uno de los cuales se llamó "Un viaje o el mago inmortal". Cuando Cortázar imaginó su cuento se encontraba en una casa rodeada de bosques, en Francia, leyendo un libro sobre vampiros. Bioy Casares, cuando imaginó el suyo, estaba en un hotel de Portofino, Italia, leyendo a Dante Alighieri (1265-1321). El caso es que, uno en París y otro en Buenos Aires, increíblemente ambos escribieron cuentos que, a grandes rasgos, son prácticamente idénticos. El uno y el otro narran la historia de un hombre que se aloja en un hotel y no puede dormir por los ruidos que oye en el cuarto vecino. Irritado al principio, luego desesperado, el protagonista se resigna a comentar la acción que transcurre al otro lado de la pared. A lo largo de su desvelo, los sonidos adquieren realidad de hechos, las voces cuerpo y carácter, y el personaje insomne se ve enredado en la trama ajena. Finalmente descubre que dicha trama no existe, que en el cuarto de al lado había un único e imposible huésped.
Si ya la coincidencia argumental es llamativa, lo es más aún la convergencia en los detalles. Petrone, el personaje de Cortázar, y el narrador en primera persona de Bioy Casares tienen la misma profesión (son comerciantes), viajan a la misma ciudad (Montevideo), utilizan el mismo medio de transporte (el Vapor de la Carrera) y están a punto de registrarse en el mismo hotel (el Cervantes). Si bien el personaje de Cortázar termina por alojarse allí, el de Bioy Casares llega a el La Alhambra por un error del chofer del taxi que lo traslada, y finalmente termina en el Nogaró, lo que no le impide observarlo con nostalgia desde la ventana del baño de la habitación que le han asignado. En el transcurso de las historias, ambos personajes se notan hastiados por análogas circunstancias y situaciones: la grisura de la ciudad, el tedio de sus negocios, los diarios que compran y leen sin interés, los paseos por el centro, las palomas... Incluso el cine que promete y frustra la ilusión de un refugio: el personaje de Cortázar ha visto las películas y no entra, el de Bioy entra, ve una y lo desasosiega.
Al aburrimiento se le sumarán el cansancio y el barullo nocturno: de la habitación contigua provienen el llanto de un bebé y el arrullo de la madre que despiertan a Petrone; al mujeriego fracasado de Bioy Casares no lo deja dormir el alboroto que produce una pareja que hace el amor estrepitosa e interminablemente en la habitación del lado. "Se preguntó si no debería dar unos golpes discretos en la pared para que la mujer hiciera callar al chico", escribe Cortázar. "Salté de la cama para dar nudillos en la pared", escribe Bioy. Uno se queja al gerente del hotel y le dicen que no hay ningún niño en el piso, que la mujer siempre ha estado sola. El otro se resigna al jaleo ya que sabe que no hay más cuartos libres. Sin embargo, cuando se hace el silencio, el personaje de Cortázar añora el llanto del niño mientras que el de Bioy Casares se siente desvelado y extrañamente solo. Finalmente, en el cuento de Cortázar la mujer abandona el hotel pero, a través de la puerta, vuelve a oírse el llanto del niño; en el de Bioy Casares, el envidioso insomne descubre que en el cuarto vecino no había ninguna pareja sino un enclenque anciano llamado Merlín.
Cortazar y Bioy Casares (que nacieron en el mismo año) incursionaron, una vez más, en el género neofantástico, aquel que define Tzvetan Tódorov (1939) en su "Introduction à la littérature fantastique" (Introducción a la literatura fantástica). "En un mundo que es nuestro, se produce un acontecimiento que no se puede explicar por las leyes de este mundo familiar. El que percibe el acontecimiento debe optar por una de dos soluciones posibles: o bien se trata de una ilusión de los sentidos, de un producto de la imaginación, las leyes 
del universo permanecen como son (lo extraño); o bien el acontecimiento ha tenido lugar realmente, es parte integrante de la realidad, pero ahora esta realidad está regida por leyes que desconocemos (lo maravilloso). Lo fantástico ocupa el tiempo de esta incertidumbre, es la vacilación experimentada por un ser que no conoce sino las leyes naturales y se enfrenta, de pronto, con un acontecimiento de apariencia sobre natural". En Cortázar, el punto clave de tal técnica es el de crear la ilusión de verosimilitud y el de establecer la identificación entre el lector y un narrador provisional, haciendo que un fenómeno insólito sea considerado como un elemento común y corriente. En Bioy Casares, lo fantástico se halla menos en los hechos que en el razonamiento, más en el hombre que en lo fantasmal o en las así llamadas fuerzas ocultas.
En "Historia de dos cuentos", Vlady Kociancich (1941) consigna que los dos escritores se encontraron en Buenos Aires en 1973 "para reírse juntos de un plagio sin plagiarios cuya impecable confección desmorona la suspicacia del más vigilante de los críticos". "Contra la corriente de sus vidas -uno residía en París, el otro siempre en Buenos Aires- y contra una amistad distante, hecha de afectuoso respeto pero con escasos encuentros personales, se vieron y hablaron de los caprichos del azar, que les había jugado una espléndida broma", agrega la narradora y crítica literaria argentina. "Desde todo punto de vista, los cuentos gemelos rechazaban una explicación. Paradójicamente, Bioy Casares, quien en su obra nunca abandona la fe en lo extraordinario, se negó a admitir otra razón que la casualidad. Cortázar, cuyos cuentos fantásticos tienden a exacerbar nerviosamente lo ordinario, era en cambio un creyente del orden en la magia, y sostuvo que en la coincidencia había un mensaje indescifrable, una tercera voluntad".
En el mismo artículo (publicado en el diario "Clarín" el 10 de febrero de 1994), Kociancich opina que "la originalidad es parte olvido, parte genio combinatorio y también una dosis de azar, lo prueban las obras en cuya incontestable singularidad vemos una escena ya vista, asistimos a un accidente ya narrado, y nunca o solo vagamente percibimos una semejanza, deliberada o casual, tan poco importante para la emoción como los rasgos hereditarios de un huérfano". Como ejemplos cita las similitudes entre "Metamorphoseon" (Las metamorfosis) de Publio Ovidio Nasón (43 a.C.-17 d.C.) y "A midsummer night's dream" (Sueño de una noche de verano) de William Shakespeare (1564- 1616); las de "Sur l'eau" (Sobre el agua) de Guy de Maupassant (1850-1893) y "The nigger of the Narcissus" (El negro del Narciso) de Joseph Conrad (1857-1924), y también a "El Aleph" de Borges, que sigue las huellas de "The finest story in the world" (El cuento más hermoso del mundo) de Rudyard Kipling (1865-1936).
Aquel encuentro entre Cortázar y Bioy Casares en 1973 sería también el último. Nunca volverían a verse. En sus "Memorias", el autor de "El sueño de los héroes comenta": "Un crítico señaló extraordinarios paralelismos entre 'Un viaje o el mago inmortal' y un cuento de Cortázar. Yo sentí esa coincidencia como una gratísima prueba de afinidad entre dos amigos. Estando él en Francia y yo en Buenos Aires escribimos un cuento idéntico. Empezaba la acción en el Vapor de la Carrera -como se llamaba entonces- que salía de Buenos Aires a las 10 de la noche y llegaba a la mañana siguiente a Montevideo. El protagonista iba al hotel Cervantes, que casi nadie conoce. Y así, paso a paso, todo era similar, lo que nos alegró a los dos. Realmente nos queríamos mucho con Cortázar. Hemos sido muy amigos, habiéndonos visto cinco o seis veces en la vida".