28 de junio de 2015

Richard Wagner, el alemán errante (1). Obertura

El estudio de la Historia ha demostrado que el progreso de un pueblo se debe en gran parte a la cultura de sus ciudadanos. La época de oro de la cultura helénica, por ejemplo, coincidió con el esplendor de su potenciali­dad intelectual y artística. Su cultura se esparció por el mundo y todavía sigue siendo una referencia cultural en todo el orbe. Por eso reviste máxima importancia el papel asignado a la cultura, no descuidándose en nada las artes, ya que ellas son una síntesis y la demostración del sentir de un pueblo. Asimismo, las artes, y sobre todo la música, despiertan en el acervo popular una fuerza moral que la eleva y la cultiva. Debido a esto, en los países más civilizados la música ocupa un lugar destacado en la preparación humanística. Aun quienes se orientan hacia otras artes, nunca carecen de cierta preparación mu­sical. Además de su parte importante en la cultura integral, la música es un medio eficacísimo para acercar entre sí a las sociedades de una manera mucho más sencilla que la pintura, la literatura, la escultura o la arquitectura, las que requieren otros tiempos y medios para ejercer su influencia social.
Sería una tarea imposible nombrar a todos los músicos que han enaltecido a lo largo de los siglos a tan bello arte. Pero, deteniéndonos exclusivamente en aquella que, en sentido popular, se denomina "música clásica", es inevitable mencionar la figura de Richard Wagner (1813-1883), el notable compositor, director de orquesta y teórico musical alemán del Romanticismo. Wagner forma parte del selecto grupo de personajes singulares que han sido objeto de centenares de libros controvertidos sobre su persona y su obra. Así como, entre los más destacados, Charles Darwin (1809-1882), Karl Marx (1818-1883) o Sigmund Freud (1856-1939) suscitaron -y lo siguen haciendo- una división maniquea sobre su obra, otro tanto ocurre con el compositor alemán. Lo significativo en el caso de Wagner es que las polémicas no se produjeron tanto sobre su obra sino sobre sus ideas, las que han sido -y lo siguen siendo- objeto de todo tipo de interpretaciones. Partidario del socialismo y el anarquismo en su juventud, pasó luego a defender la monarquía absolutista y el cristianismo, pero lo que más suscita controversias son sus conceptos sobre el nacionalismo alemán (que muchos asociaron al nacionalsocialismo medio siglo después) y, sobre todo, su antisemitismo.
Como quiera que sea, la genialidad de Wagner hoy, a poco más de doscientos años de su nacimiento, sigue siendo objeto de devoción, rechazo, discusiones interminables y permanente reinterpretación de su obra. Esto, claro, es producto de la profunda ambigüedad que atraviesa todas sus creaciones y hasta su propia biografía. Sin embargo sus contradicciones son, en realidad, las de tantísimas personas. Desde su primera creación para la escena, "Die feen" (Las hadas) de 1833, hasta "Parsifal" de 1882, sus obras siempre estuvieron protagonizadas por personajes escindidos, tironeados por dos universos enfrentados, torturados por un quiebre interior, para los que la elección de uno de esos polos opuestos conducía invariablemente a la muerte. Como ninguna otra creación del siglo XIX, la música de Wagner puso de manifiesto de manera desgarradora la tensión interior de sus personajes y, en ese sentido, fue un maestro en la elaboración de todo un programa estético a partir de ella. Es el sentimiento romántico por excelencia, la nostalgia que genera, al mismo tiempo, dolor y placer en dosis similares. Esto es, la melancolía como una de las bellas artes.
Tras las penurias producidas por las interminables Guerras Napoleónicas, las grandes cunas del arte europeo -Italia y Francia- buscaron en los placeres mundanos el olvido de las cruentas luchas. El arte puro, en general había decaído; los compositores sólo buscaban satisfacer los gustos del público; la profundidad del pensamiento y la fuerza de los procedimientos habían si­do desterradas del arte melódico y la orquesta había quedado reducida al papel de acompañante. El arte de maestros como Daniel Françoise Auber (1782-1871), Giacomo Meyerbeer (1791-1864) o Gioachino Rossini (1792-1868) consistió en conformarse con las exigencias de las formas convencionales; la pro­fundidad del pensamiento, la pureza independiente de los procedi­mientos, estaban desterrados del arte melódico del siglo XIX. La propuesta musical de Wagner fue más allá del género operístico en boga por entonces al proponer cambios en la forma de concebir la ópera y en la naturaleza misma de la música. No se limitó a componer la partitura musical de sus óperas -como la mayoría de los compositores de la época- sino que, además, escribía el libreto y ejercía como director escénico y director de orquesta. Así, la ópera wagneriana, además de su énfasis en la melodía continua, se basó en la fusión de la poesía y la música a través de una trama que sugería un sentido y producía una especie de imagen, musical pero al mismo tiempo poética, que se reflejaba en la puesta en escena.
Quizá ningún otro compositor en la historia haya buscado combinar en sus obras ele­mentos tan obviamente in­compatibles. Las cualidades que generan tanto entusiasmo en los partidarios de Wagner son a menudo las mis­mas que repelen a sus detractores: por ejemplo, su tendencia a los extremos en todos los aspectos de la composición. Si bien estiró los límites de la armonía y la forma operística hasta el punto de ruptura, la realización de sus conceptos musicales siguió siendo siempre eco­nómica al extremo. Paradójicamente, esa misma economía definió la incompara­ble dimensión de sus estructuras. Es la precisión de sus indicaciones sobre la estructu­ración dinámica de sus partituras lo que hace aflorar la emotividad de su música. Wagner fue el primer compositor que cal­culó y exigió de manera muy consciente la rapidez en los desarrollos dinámicos, y es este habilido­so cálculo intelectual lo que crea la impresión de espontaneidad y la sensación de emotividad pura.
Wagner nació en Leipzig, una ciudad poblada de referencias culturales vinculadas a la música de Johann Sebastian Bach (1685-1750), Felix Mendelssohn (1809-1847) y Robert Schumann (1810-1856), como también a la Taberna de Auerbach en la que, según Johann W. von Goethe (1749- 1832), el Dr. Fausto y el mismísimo Demonio iban de copas. Su casa natal, que fue demolida tres años después de su muerte, estaba ubicada en la calle Brühl. En las afueras de la ciudad existe uno de los monumentos más imponentes de Europa: el Völkerschlachtdenkmal (Monumento a la Batalla de las Naciones), erigido en 1913 para celebrar el centenario del triunfo de las tropas prusianas y rusas sobre el ejército napoleónico y sus aliados. Esa batalla tuvo lugar en octubre de 1813, muy cerca de la casa en la que unos meses antes había nacido Wagner. La coincidencia podría ser un dato anecdótico, pero lo cierto es que, en los cien años que transcurrieron entre la Batalla de las Naciones y la erección de su monumento, Alemania pasó de ser un agregado de reinos y estados dispersos a una potencia en plena expansión. La vida y la obra de Wagner no sólo se desarrollaron sobre ese telón de fondo; también fueron, a su modo, símbolo de esa transformación.
Wagner llevó una vida bastante errante. Vivió en Wurzburgo, donde fue director de coro en el teatro de la ciudad; en Magdeburgo, donde fue director de orquesta en el teatro de la ciudad; en Königsberg, donde también se convirtió en primer director de orquesta; en Riga, como director musical de la ópera local; en París, escribiendo artículos y haciendo adaptaciones para piano de operas italianas; en Dresde, como director musical del teatro; en Zúrich, donde se exilió durante varios años tras participar en los movimientos revolucionarios de 1848 y compuso "Lohengrin", "Die walküre" (La valquiria) y "Das Rheingold" (El oro del Rin); de nuevo en París, donde el estreno de una nueva versión de "Tannhäuser" fue un fracaso total; otra vez en Dresde, donde estrenó "Der fliegende holländer" (El holandés errante); en Biebrich, donde comenzó a trabajar en "Die meistersinger von Nürnberg" (Los maestros cantores de Núremberg); en Múnich, donde estrenó "Tristan und Isolde" (Tristán e Isolda); en Triebschen, donde completó "Los maestros cantores..." para estrenarla luego en Múnich; y, finalmente, en Bayreuth, donde compuso "Götterdämmerung" (El ocaso de los dioses), última parte de la tetralogía "Der ring des nibelungen" (El anillo del nibelungo), y creó la última ópera de su vida, "Parsifal". Pocos meses después de su estreno, frágil de salud, se trasladó a Venecia en donde fallecería a causa de un ataque cardíaco.


Con el fin de la Guerra Franco-Prusiana tras la Batalla de Sedán -en los primeros días de septiembre de 1870-, el dominio del mundo cultural alemán suponía, en primer lugar, imponer una música a los ciudadanos deseosos de encontrar un sentido a la vida, lejos de la trivialidad, la ordinariez y la incongruencia. Probablemente en esto haya tenido mucho que ver la obra capital del filósofo Arthur Schopenhauer (1788-1860), "Die welt als wille und vorstellung" (El mundo como voluntad y representación), obra que, publicada por primera vez en 1819, fue revisada y aumentada en varias ocasiones hasta su versión definitiva publicada cuarenta años más tarde. El voluminoso tratado -sobre todo su Libro Tercero, el referido a la Estética- supuso para Wagner un verdadero "regalo del cielo", tal como afirmara Thomas Mann (1875-1955) en uno de los ensayos reunidos en su libro "Schopenhauer, Nietzsche, Freud".
"La música -había escrito Schopenhauer- no es, en modo alguno, la copia de las Ideas sino de la voluntad misma, cuya objetividad está constituida por las Ideas; por esto mismo, el efecto de la música es mucho más poderoso y penetrante que el de las otras artes, pues éstas sólo nos producen sombras mientras que ella esencias. Pero como lo que se objetiva en las Ideas y en la música es una misma voluntad, si bien en un modo distinto en cada una de ellas, entre la música y las ideas debe existir, si no una semejanza directa, un paralelismo, alguna analogía cuya manifestación en la multiplicidad e imperfección es el mundo visible". Cuando Wagner se radicó en Bayreuth, una pequeña ciudad situada a orillas del río Meno, en el estado de Baviera, al este de Alemania, hacía apenas unos meses que se había producido la creación del Imperio Alemán, el Estado nacional creado tras la unificación de los treinta y nueve estados hasta entonces independientes en que se encontraba dividido el territorio. Alemania ya era una realidad y el propósito de Wagner era que esa realidad se ajustara a sus ideales. La herramienta con la que Wagner quiso construir "su" Alemania era el drama musical, esa "obra de arte del futuro" de la que hablaba en, precisamente, "Das kunstwerk der zukunft" (La obra de arte del futuro), un largo ensayo publicado por primera vez en 1849 en Leipzig, su ciudad natal.
En el verano de 1876, Wagner creó el primer festival de música de la historia. Él mismo diseñó el edificio que lo albergaría y su interior: un anfiteatro sin decoraciones superfluas y sin palcos, con asientos de madera a los que sólo se podría acceder desde los laterales ya que no habría pasillo entre ellos. El director y su más de un centenar de músicos se ubicarían en un foso cubierto, en un nivel inferior a la platea. Al teatro, construido en Bayreuth, se lo llamó Festspielhaus, y en él se representarían exclusivamente sus óperas. Wagner vivió en esa ciudad desde 1872 hasta 1882, alejado de las grandes urbes, con la idea de desarrollar allí su utopía, aquella que había descubierto en su estancia en París entre 1839 y 1842: redescubrir su "germanidad". Para el compositor, ésta debía desembocar en una práctica cultural y educativa que reclamase la participación del Estado en la formación de los ciudadanos, gracias a la cual se les inculcasen los valores de una civilización científica y técnica sobre los que una nación fuerte y unida debería basar su vida política.
Wagner se propuso introducir un sistema de valores procedente de los antiguos mitos germánicos (a los que glorificaría en sus óperas) en el imaginario político de la nueva Alemania, dado que consideraba que éstos constituían los fundamentos de lo auténticamente alemán. Esos valores debían ser explicados por medio de una música adaptada perfectamente al espíritu de la época; es decir, debían encontrar un lenguaje que fuera más allá de la tradición para que la sociedad alemana pudiera entenderlos como un elemento más de las emociones nacionales. Esto podría verificarse, según Wagner, confiándose a la magia de una prodigiosa forma musical que él mismo se encargaría de renovar en profundidad: la ópera en alemán. Así, convenciones musicales aceptadas como las arias y las cavatinas fueron reemplazadas por una declamación cantada que se aproximaba al lenguaje hablado, y las tonalidades fueron sustituidas por un flujo continuo de "melodía sin fin". Para ello incrementó en gran medida el protagonismo de la orquesta, la que, en sus antecedentes, no hacía más que acompañar el canto de los personajes.
Las escenas de los dramas líricos wagnerianos se encadenan unas a otras sin solución de continuidad. Haciendo uso del "leitmotiv", una suerte de motivo conductor que el compositor atribuye tanto a los personajes como a los sentimientos que los animan y que se expresa en forma de melodías o acordes que reaparecen cada vez que el personaje, la idea o el sentimiento desean ser evocados, Wagner realizó su ideal operístico. Ese motivo conductor le permitió trasformar la ópera: de un mosaico de números sueltos pasó a ser un drama musical en el cual todas las partes se unían armoniosamente gracias a las melodías re­currentes. En ese sentido, mucho tuvo que ver su inmediato antecesor Carl Maria von Weber (1786-1826) quien, en sus "Schriften zur musik" (Escritos sobre música) había expresado que "el ambiente artístico de la ópera debe estar en un conjunto, en el que es necesario fundir y amalgamar todas las artes que intervie­nen en el espectáculo hasta el grado que desaparezcan como mani­festaciones individuales, absorbidas por el conjunto". Y fue Wagner quien consiguió amalgamar en una íntima unión la poesía, la música y la escenografía.


De ahí que cuando se habla de la importancia mítica de la obra de Wagner no alcance con señalar los libretos de sus óperas, la elección de los personajes y las situaciones. No se trata solamente de óperas protagonizadas por personajes mitológicos (hadas, valquirias, nibelungos, guerreros, dioses), sino de sus esfuerzos por crear un lenguaje musical que fuera, él mismo, mítico. Resulta por demás interesante relatar las historias y los símbolos ocultos en los dramas de Wagner, pero ello no es suficiente para apreciar en dónde reside la importancia de su proyecto. La revolución musical producida por Wagner fue de tal magnitud que toda Europa cayó bajo su influjo, algo fácilmente notable al observar la escena musical de fines del siglo XIX y comienzos del XX en Francia, Inglaterra, España o Rusia. Incluso llegó hasta América, al otro lado del océano Atlántico. Compositores como Anton Bruckner (1824-1896), Gustav Mahler (1860-1911), Walter Damrosch (1862-1950) o Arnold Schönberg (1874-1951) son una demostración palpable de ello.
Pero su influencia no sólo es perceptible en la música, también lo fue en otras artes. Los novelistas Marcel Proust (1871-1922) y D.H. Lawrence (1885-1930); los poetas Rainer Maria Rilke (1875-1926), T.S. Eliot (1888-1965) y W.H. Auden (1907-1973); los pintores Pierre Auguste Renoir (1841-1919) y Aubrey Beardsley (1872-1898), todos ellos (y muchos otros), de un modo u otro, son tributarios de la fiebre wagneriana. Acaso Wagner haya sido, además de tantas otras cosas, el primer compositor en considerar su propia obra como un universo autónomo y abierto antes que una mera sucesión de títulos. Él escribió sus óperas para la eternidad; las escribió, como él mismo lo dijo, "con un signo de exclamación", porque estaba convencido de que quien hubiere disfrutado con los sublimes placeres de la música sería eternamente adicto a ese arte supremo y jamás renegaría de él. "Si mañana no enloquecéis todos mi obra habrá fracasado", exclamó en una oportunidad. Al parecer, su obra no fracasó.