6 de enero de 2018

Ana María Shua: “Ser original cada vez me cuesta más a través de los años y de todo lo que llevo escrito”

Desde sus primeros poemas, reunidos en “El sol y yo”, la escritora argentina Ana María Shua (1951) ha publicado más de cuarenta obras, entre las que se cuentan una veintena de libros infantiles; los tomos de ensayos “Libros prohibidos” y “Cómo escribir un microrrelato”; las novelas “Soy paciente”, “Los amores de Laurita”, “El libro de los recuerdos”, “La muerte como efecto secundario”, “El peso de la tentación” e “Hija”; los libros de cuentos “Los días de pesca”, “Viajando se conoce gente” y “Como una buena madre”; y los de microrrelatos “La sueñera”, “Casa de geishas”, “Botánica del caos”, “Temporada de fantasmas” y “Fenómenos de circo”. Profesora en Letras egresada de la Universidad Nacional de Buenos Aires, Shua es hoy la principal referente nacional de las microficciones, una construcción narrativa que cultiva la brevedad y la profundidad semántica y que, en la Argentina, tuvo sus mayores exponentes en Jorge Luis Borges (1899-1986), Silvina Ocampo (1909-1993), Julio Cortázar (1914-1984), Adolfo Bioy Casares (1914-1999), Marco Denevi (1922-1998) e Isidoro Blaisten (1933-2004). Lectora de cuentos breves desde joven, la convocatoria en 1975 de la revista mexicana “Cuento” a su concurso de cuentos brevísimos la llevó a escribir sus primeros microrrelatos. “Yo siempre tuve una natural tendencia a la brevedad -dice la escritora-. Cuando empecé a salir de la poesía, en el pasaje que hice de la poesía a la narración, tuve una época en la que escribía muchos textos muy cortitos, con una onda poética. Como lectora, siempre me apasionó leer los cuentos brevísimos de nuestra tradición literaria”. A los veinticinco años, Shua trabajaba en publicidad. “Entonces estaba tratando de aprender a escribir cuentos, que todavía era algo que no me salía -recuerda-, y cayó en mis manos una colección de la revista ‘El cuento’, una revista mexicana dirigida por Edmundo Valadés con un consejo editorial en el que estaba Juan José Arreola. Ellos publicaban muchos cuentos y también tenían un concurso permanente de cuentos brevísimos. Leí muchos de esos cuentos y descubrí a los autores latinoamericanos que estaban publicando en ese momento, que no conocía, y leí a un autor que fue muy importante para mí, Henri Michaux, un belga al que en ese momento se lo consideraba poeta. Sin embargo, tenía historias que eran cuentos brevísimos”. Escribió entonces sus primeros cuentos brevísimos y los mandó al concurso de la revista mexicana en una época en que sólo existía el correo postal. En 1976, con la entronización de la dictadura cívico-militar-clerical, la revista dejó de entrar al país. “Nunca supe lo que había pasado con esos cuentitos, hasta que hace tres o cuatro años, para mi enorme sorpresa -reconoce Shua-, me enteré de que habían sido publicados. Llegué a tener una carta de Edmundo Valadés en la que me agradecía y me decía que mis cuentos eran muy lindos y muy ingeniosos; una notita que publicó en uno de los números de la revista. Alfonso Pedraza, que fue un colaborador de ‘El cuento’, decidió organizar todo el archivo y publicarlo en Internet. También publicó un libro con los microrrelatos de la revista y ahí estaban los míos. Fue una sorpresa lindísima”. Esa carta fue un gran aliciente para seguir escribiendo microrrelatos y poder publicar un libro. “Me propuse escribir un microrrelato por día -repasa la autora- . Eso es muchísimo, es una locura esa pretensión. Escribí cien relatos en cien días y de golpe se secó el pozo y ya no pude escribir ni uno sólo más. Eso no llegaba a ser un libro. Varios años después retomé y empecé a trabajar otra vez. Y lentamente, ya con un plan de diez microrrelatos por mes, un plan mucho más realizable, pude avanzar y terminar con ‘La sueñera’”. En octubre de 2017 apareció “Todos los universos posibles”, libro en el que reunió cerca de mil microrrelatos que escribió a lo largo de su extensa trayectoria. “Me parece una especie de diccionario del microrrelato -dice Shua-. Me emociona ver el trabajo de más de cuarenta años, es toda una vida. Fue muy importante para mí que la editorial publicara uno por página. Al principio, no estaban del todo de acuerdo y querían poner dos por página. En el microrrelato hay un efecto de golpe de sentido, unos segundos de reflexión que necesita cada texto para ser comprendido. Ese espacio físico, cuando se pone uno por página, equivale a ese pequeño tiempo que el lector necesita para pensar y entender lo que leyó”. De este tema, precisamente, habla la escritora en el siguiente resumen editado de las entrevistas que concediera a Mariana Perel (suplemento “Cultura” del diario “Clarín”, 25/09/2017), a Silvina Friera (suplemento “Cultura y espectáculos” del diario “Página/12”, 30/10/2017), a Claudia Lorenzón (diario digital “Infobae”, 13/11/2017) y a Mauro Libertella (revista “Ñ” nº 744, 30/12/17).


¿Qué te convoca en particular del género?

Me gusta la posibilidad de concentrar el significado en unas pocas líneas y obtener de esa brevedad la mayor profundidad posible, en textos de no más de trescientas palabras. Algunos dicen que el microrrelato no permite desarrollar la psicología de los personajes, pero el autor norteamericano Robert Hass escribió “Una historia sobre el cuerpo” en veinte líneas, y es una historia absolutamente conmovedora que tiene un gran desarrollo de los personajes.

¿Cómo aparece una idea que luego será un microrrelato?

Son ideas que nacen ya con la forma puesta. Son breves y no sirven para ninguna otra cosa que no sea un microrrelato. Pero tampoco es que me persiguen, que me desbordan: tengo que sentarme y ponerme a escribir microrrelatos, enfocar la mente en esa dirección. Me hace bien leer otros microrrelatos cuando estoy trabajando en un libro. Entre un libro y otro pueden pasar muchos años en los que no escribo ninguno. Desde el 2010 que no escribía ningún microrrelato y ahora empecé otro libro del género. Pero las ideas no vienen solas: tengo que salir a buscarlas, salir a cazarlas.

¿Y no podés estar escribiendo estos textos breves en simultáneo con un libro más largo?

Me ha pasado alguna vez y eso me produjo un gran alivio en relación con la novela, porque en la novela uno trabaja necesariamente con borradores, con borradores feos, desagradables, que uno no puede corregir hasta no terminar todo el material y empezar a darle el armado final. Eso es doloroso. Y entonces, escribir microrrelatos paralelamente me da la satisfacción de poder empezar y terminar algo, pulirlo y darle brillo y que esté listo. Sentir que algo hice. Porque en el camino de la novela, uno no sabe si la va a terminar alguna vez.

La corrección de este tipo de textos brevísimos debe ser una instancia decisiva, mucho más reconcentrada que el pulido de una novela.

Si, tienen que quedar perfectos, no puede haber ningún tropiezo, ninguna incomodidad, porque esa brevedad requiere de una cierta perfección. Cada palabra tiene que calzar exactamente en el lugar que le corresponde. Más de una vez pensé que el escultor va con su martillo y el escoplo al encuentro con la piedra. El escritor, más allá de las investigaciones y lecturas estimulantes, no tiene otro material que sí mismo, es angustioso. El escritor es vanidoso. Si bien es cierto que escribe lo que le gusta leer, o sea, para sí mismo, siempre está buscando lectores. La literatura podría ser mental, si se escribe y publica es para ser leída. La realidad es que todo el tiempo se trabaja con el lector: le hacés trampa, generás suspenso. La escritura misma presupone una lectura. Los escritores buscamos lo inesperado en el estilo, los hechos que pasan, los personajes. Sólo cuando sorprende es buena literatura.

¿Fue difícil publicar en los años ‘80 un libro de microrrelatos como “La sueñera”?

Sí, fue un drama publicarlo porque es un género poco comercial. En esa época yo no era tan conocida. Aunque había ganado el concurso de Losada con “Soy paciente”, cuando empecé a tratar de publicar “La sueñera”, lo rechazaban en todos lados. Beatriz Guido, que era la editora de Losada, me dijo que no publicara eso, que era una cosa demasiado femenina, y que después de “Soy paciente”, que estaba contado en primera persona por un hombre, no tenía que publicar eso, que era débil y que no tenía interés. Luis Tedesco, de la editorial de la Universidad de Belgrano, me dijo que eso era poesía y que ellos no publicaban poesía. Finalmente apareció en una colección de ciencia ficción en “Minotauro”; lo publicó Marcial Souto en el ‘84, después de que había publicado “Soy paciente”, mi primer libro de cuentos, y “Los amores de Laurita”, que vendió muy bien.

¿“La sueñera” se roza mucho más con la poesía, aunque también tenga minicuentos?

Sí, absolutamente. Tengo muchos textos que se tocan con la poesía, pero otros son cuentos cortitos y otros se acercan más a la reflexión. La microficción o el microrrelato es un género fronterizo que limita con el aforismo, con la poesía, con el cuento largo, y anda siempre por ahí. Hay algunos que están en el medio, que son los minicuentos inconfundibles, pero hay muchos que están jugando en la frontera y son difíciles de clasificar. Desde mi punto de vista como lectora, yo digo qué importa; son divisiones políticas. En el fondo, qué le importa a uno si está en Venezuela, en Ecuador o en Brasil; finalmente es la selva del Amazonas. Desde el punto de vista del lector, da igual. Lo que importa es que esos textos gusten y no el nombre que uno le va a poner. Yo creo que algún elemento narrativo tienen que tener para ser considerados microrrelatos.

¿Qué hace que el microrrelato esté más en el borde de la narrativo? ¿Que tenga una tensión, un conflicto?

Tiene que contar algo. Es muy interesante lo que pasa con el microrrelato en el ámbito hispanoamericano y el microrrelato en inglés. En el ámbito hispanoamericano se trata con frecuencia de cuestiones más universales, los personajes no están identificados, no son personajes sino como vectores de la acción. En cambio en el microrrelato en inglés, verdaderamente son cuentos brevísimos, los personajes muchas veces aparecen con nombre y apellido, es gente a la que le pasan cosas, muchas veces se los toma en una situación reveladora y yo veo también cuando leo los consejos que se le dan a la gente que quiere escribir microrrelatos en inglés que repiten una y otra vez que se elija un tema breve. En el microrrelato hispanoamericano no tiene sentido decir eso: el tema puede ser la vida, la muerte o la historia del universo. Uno puede decir algo así como que la tierra nació como un proyecto fracasado y desapareció. Y está contando toda la historia del planeta tierra en una línea. Pero en inglés no funciona de esa manera. Yo tengo la sensación de que cuando se produzca una mutua influencia -algo que ya está sucediendo- eso va a hacer crecer el microrrelato, porque en el ámbito hispanoamericano está un poco encerrado en los temas tradicionales de la literatura fantástica: el tema del doble, el bestiario y lo raro. Cuando pueda saltar un poco esa barrera y volver a la realidad, creo que va a ganar el microrrelato hispanoamericano. También en inglés se va a modificar y van a encontrar otras posibilidades.

Al leer los microrrelatos en continuado de “Todos los universos posibles”, una cuestión que llama la atención, comparando libro por libro, es que no se repite. ¿Cómo trabajás contra la repetición?

Aunque hay algunos procedimientos repetidos, no sé cómo hago: trato de que sean diferentes. Cuando noto que los microrrelatos tienden a repetirse, el libro se terminó. Cuando termino un libro, tengo más o menos unos trescientos textos y descarto la tercera parte. En ese descarte, también elimino muchos de los que resultaron repetidos. Ahora cómo es el proceso que me lleva a escribir cada uno de los microrrelatos diferente al otro no lo sé. Es un poco misterioso; te puedo decir de dónde salió cada uno de los textos, pero no cómo lo hago de esta o aquella manera. Hay un texto que se llama “Fémur” que es autobiográfico, con la historia de la cabeza de fémur de mi abuelito. Mi abuelito se rompió la cadera y le sacaron la cabeza de fémur y se la reemplazaron por un clavo de platino y mi papá andaba con la cabeza de fémur en el auto, en su oficina, pensando en convertirla en cenicero. Tuvimos la cabeza de fémur dando vueltas por la casa durante mucho tiempo, hasta que desapareció. La mayoría de los textos salen de la realidad. Aunque parezcan producto de la imaginación, salen de cosas que sucedieron y que me llamaron la atención: una imagen, un sonido, un juego de palabras, un refrán.

Ahora que estás presentando todos los volúmenes de microrrelatos reunidos en un sólo tomo, ¿seguís escribiendo estos textos?

Empecé de nuevo, y estoy escribiendo microrrelatos sobre la guerra, desde la guerra de Troya hasta la Segunda Guerra Mundial. Un poco como hice con “Fenómenos de circo”, estoy investigando y entonces aparecen muchas cosas interesantísimas que a su vez me disparan ideas. Descubrí cosas extraordinarias, ideas delirantes, como un portaaviones de hielo que construyeron los ingleses en un lago de Canadá. Un prototipo de 18 metros de largo y 9 de ancho, con la idea de que iba a ser más barato que si lo hacían de metal. El prototipo se mantuvo en frío con un sistema de cañerías, pero al fin era tan caro que la idea terminó fracasando y lo dejaron hundirse. Otro dato curioso sobre la guerra es que los norteamericanos tuvieron la idea de atacar las ciudades japonesas con murciélagos que llevaban atadas bombas incendiarias, para tirarlos desde los bombarderos y hacerlos estallar al mismo tiempo por control remoto. Pero para poder manejarlos tenían que hacerlos entrar en período de hibernación, y los metían en heladeras. La primera vez que los arrojaron desde un avión no se despertaron a tiempo y la mayoría se estrelló. La segunda vez los despertaron antes, pero se escaparon y prendieron fuego las instalaciones del ejército norteamericano en un desierto donde hacían las prácticas. Perdieron 2 millones de dólares de aquella época, dedicados al proyecto de los murciélagos.

¿Cómo surgió “Fenómenos de circo”?

Ese libro surgió cuando me pidieron un microrrelato inédito de un diario español y escribí uno, y entonces empezaron a salir de la galera otras cosas, como los enanos y domadores, y me di cuenta de que tenía un mundo y que iba a lograr algo que me había propuesto con otros libros y no lo había logrado, que era dedicar todo el libro a un solo tema. Recién con ese libro empecé a trabajar con información concreta, a investigar el tema de lo que quería escribir.

En varios microrrelatos abordás el rol del escritor y la literatura…

En “Fenómenos de circo” juego con la idea de que el circo es un símbolo del arte, una representación de la necesidad del arte y, por otro lado, hablo del problema de los artistas frente al público. En “Temporada de fantasmas” tengo algunos textos que tienen que ver directamente con la escritura, donde hablo de los textos como fantasmas, como medusas del sentido.

Y “Casa de geishas” aborda el tema del deseo, ¿no?

Sí, es como un burdel de la imaginación, juega con los avatares del deseo en su sentido más amplio, no solo el sexual. Hay un texto que lo marca muy bien, que es “La que no está”, esa idea de que la mujer más deseada en esa casa de geishas es la que no está porque tantos años de práctica la han perfeccionado en el arte de la ausencia. Todos tratan de obtenerla pero se conforman con otra mujer, imaginando siempre que tienen en sus brazos a la que no está.

¿Qué procedimientos preferís para la escritura de los microrrelatos?

En otro momento, necesitaba leer microrrelatos de alta calidad literaria y eso hacía que se me dispararan ideas propias. Después me di cuenta de que también me servía leer malos microrrelatos porque también en los malos microrrelatos muchas veces hay algo interesante que el autor desechó y no desarrolló o no le prestó atención, pero que yo lo veo y me sirve para trabajarlo y hacer otra cosa con eso. A partir de “Fenómenos de circo” y también con lo que estoy escribiendo ahora, lo que hago es investigar el tema y los elementos que van surgiendo de la realidad son los que me sirven para que surja la idea. No sé cómo se produce, pero lo que sé es que ser original cada vez me cuesta más a través de los años y de todo lo que llevo escrito. Yo paso muchos años sin escribir microrrelatos para que algo cambie en mí y poder escribir algo diferente. Así y todo cada vez me cuesta más usar procedimientos nuevos que no había trabajado hasta ahora. Me gusta que la literatura diga algo, que no es un mensaje porque no es algo concreto y definido. Pero sí es algo que produce una cierta perturbación en el lector, que lo deja pensando, que lo deja haciéndose preguntas.

“Huyamos”, es tu microrrelato más breve. ¿Cuesta mucho llegar a ese nivel de condensación?

Cuesta si lo que uno se propone es la condensación. Pero nunca me propuse tratar de hacerlo lo más corto posible. Este es otro consejo que le doy a la gente que quiere empezar a escribir microrrelato: un microrrelato no es mejor cuanto más corto. Un texto tiene el largo que debe tener. Si a uno le salió un cuento de dos páginas, dos páginas es lo que le corresponde. No tiene sentido tratar de achicarlo, como los pies de las hermanas de Cenicienta para que quepan en las trescientas palabras. Si tiene una página, tiene una página. Y si tiene tres palabras, tiene tres palabras.

Algunos microrrelatos son más breves y otros más extensos, y en estos últimos las reflexiones son similares a las consideraciones de los filósofos…

Es interesante que en los textos haya reflexión, que no sean solo para provocar una sonrisa. Yo de la literatura quiero emoción y reflexión, sin descartar el humor.

¿Has ido aprendiendo con el tiempo a leer mejor tus propios originales?

Eso es algo que siempre tuve, la autocrítica, la buena lectura de mis propios textos. Creo que desde chiquita, desde las primeras composiciones para la escuela, sabía que quedaba mejor si hacía antes un borrador. Cuidaba mucho los versitos que escribía en la escuela, los reescribía todas las veces que hacía falta. Yo creo que esa es la gran diferencia entre alguien que es escritor y alguien que quiere ser escritor: la posibilidad de la autocrítica y de darse cuenta cuándo algo salió bien y cuándo salió mal. A mí me pasa ahora exactamente igual que hace cincuenta años. No todo me sale bien. Todo lo que escribo está “bien escrito”, porque tengo esa facilidad, pero no todo lo que está bien escrito es buena literatura. Esa posibilidad de darse cuenta de la diferencia entre lo que salió bien y lo que salió mal es la diferencia entre alguien que es escritor y alguien que nunca lo va a ser. También hay que saber que uno no va a llegar a la perfección, simplemente porque no puede, pero tiene que ser capaz de llegar a lo más perfecto que uno pueda hacer. Siempre hay una negociación entre el deseo y la realidad. La idea que vos tenés de lo que va a ser ese texto y lo que te imponen las palabras.

Has cultivado todos los géneros, de la novela al cuento y hasta la literatura infantil. ¿Cómo son los lectores de microrrelatos?

Son buenos lectores. Es gente que lee mucho, que le interesa la literatura. A veces me preguntan si no es el género de hoy, cuando la gente no tiene tiempo para leer cosas más largas. Y yo siempre les digo que miren la lista de “best-sellers” a ver cuál es el género de hoy. Nunca hay microrrelatos. Siempre son novelas muy largas, porque en una novela uno puede entrar en un universo, en un cierto código, y luego entrar y salir con facilidad. En los microrrelatos, cada uno propone algo diferente y a cada uno hay que darle un espacio de reflexión para comprenderlo. Hay que leerlos despacito, de modo reposado. Es breve pero es intenso y requiere mucha atención. En una novela, en cambio, te salteas un párrafo y no pasa nada.

Te definís como escritora profesional. No es tan frecuente escuchar esa definición de parte de un escritor.

Es cierto, a buena parte de los escritores no les gusta la palabra profesional, como si chocara con la idea del arte. Yo creo que se puede ser las dos cosas al mismo tiempo. Ser escritora profesional significa básicamente que vivo de lo que escribo, que me dedico solo a escribir. Escribo lo que tengo ganas de escribir pero también escribo por encargo. A mí me parece un lujo.